Una tarde de verano, cuando nuestra familia estaba visitando a unos parientes en un ciudad lejana, nuestro hijo Tom de 4 años de edad, desapareció sin avisar de un inmenso parque de la ciudad. Hicimos una búsqueda exhaustiva por toda el área. Finalmente, involucramos a la policía así como a muchos de nuestros vecinos. Luego, llegó la noche y nos sentíamos desesperados.
Reunimos a nuestros hijos y nos arrodillamos para orar. Entre otras cosas, oramos para que Tom pudiera acercarse a una persona de confianza, que contactara a la policía para que nos llamara. Poco después, la policía llamó para informar que lo habían encontrado, casi exactamente como lo pedimos en la oración. Pronto, un auto de policía llegó con sus luces rojas dando vueltas y su pasajero con los ojos muy abiertos y algo sorprendido, pero intacto. Llevaba una gran placa de papel en su camiseta: “Buen amigo del Departamento de Policías de San Diego”.
Más tarde esa noche, el hermano mayor de Tom dijo, “Papá, eso fue algo mágico, ¿verdad?” Decidimos que no era mágico, sino que el Señor había respondido nuestra oración. ¿Tom habría aparecido de todos modos? No sabemos. Pero, nuestra familia escogió creer que la oración hizo la diferencia.
En una oportunidad, escuché que un estudiante universitario le contó a su quórum de élderes lo que sucedió poco después de ser ordenado diácono. Vivía en una granja y sus padres le prometieron que el becerro que estaba por nacer, sería suyo y lo tendría que cuidar. Sería su primer becerro.
Una mañana, cuando sus padres salieron, él estaba trabajando en el granero cuando la vaca preñada comenzó a parir prematuramente. Asombrado, vio el nacimiento del pequeño becerro. Luego, de pronto, la vaca comenzó a aplastar al becerro, intentaba matarlo. Le pidió ayuda al Señor.
Sin pensar que la vaca pesaba más que él, la empujó con todas sus fuerzas y, de alguna manera, la alejó. Tomó entre sus brazos al becerro que aparentemente estaba muerto y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Entonces, recordó que tenía todo el derecho de pedir la ayuda al Señor. Así que comenzó a orar nuevamente desde lo más profundo de su corazón inocente y fiel. Pronto, el pequeño animal comenzó a moverse y respirar con normalidad. Sabía que sus oraciones habían sido escuchadas.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo: “Hermanos, les cuento esa historia porque no creo que ahora haría lo que hice en ese momento. Ahora que soy mayor y menos inocente, “he aprendido a no” esperar la ayuda de Dios en una situación similar. Si volviera a vivir esa experiencia en este momento, probablemente creería que fue una coincidencia. No estoy seguro de cómo cambié, pero puede que haya perdido algo valioso”. Se sintió menos inocente, menos creyente.
¿Qué significa “ser creyente”? y ¿por qué el Señor nos pide que seamos así?
Mormón escribió: “¿Y quién dirá que Jesucristo no obró muchos grandes milagros?… Él no cesa de ser Dios, y es un Dios de milagros… No dudéis, mas sed creyentes” (Mormón 9: 18, 1,27, énfasis añadido). Por otro lado, el Señor dijo, “Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien” (DyC 90:24; énfasis añadido).
El Señor resucitado aconsejó a Tomás “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca acá tu mano y ponla en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20: 27; énfasis añadido). Incluso después de que el incrédulo vio y sintió las heridas, para ser un verdadero testigo, todavía necesitaba “ser creyente”.
El acto de creer se origina en el corazón del espectador. El Salvador les dijo a aquellos que lo rodeaban, “El que tiene oídos para oír, oiga” (Lucas 8:8). Sin embargo, pocos de los que lo escucharon realmente entendieron Sus parábolas o percibieron Sus milagros. No es fácil saber qué influencias tienen un origen divino. Aquellos que vieron a Jesús curar a los enfermos, se enfrentaron a la misma pregunta que hacemos hoy cuando alguien testifica que una bendición del sacerdocio trajo sanación. ¿Realmente fue una sanación, o esa persona se habría recuperado de todos modos? ¿Realmente el Señor ayudó a nuestra familia a encontrar a Tom? ¿Él bendijo al niño de 12 años de edad con fuerza adicional para mover la vaca y, luego, ayudar al becerro a recuperarse?
Incluso, a veces, el asunto de la existencia de Dios puede parecer una pregunta similar. Con las tragedias y las miserias indescriptibles que vemos a lo largo de la historia y en la actualidad a nuestro alrededor, algunos dicen que no podría existir un Dios. Otros dicen que el orden en la naturaleza no podría haber sido accidental. Ninguna de las partes puede persuadir a la otra según la evidencia externa. ¿Es posible que el Señor lo haya planeado de esa manera para que no nos veamos forzados a creer debido a las circunstancias? Hay muchas cosas que Él podría hacer para rasgar el velo. Pero, “por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7).
Los cuatro hijos de Lehi nacieron de los mismos buenos padres. La diferencia entre los creyentes y los incrédulos no radicó tanto en lo que les sucedió, sino en su actitud hacia lo que sucedió. Esa actitud se originó en sus corazones y cada uno tomó su propia decisión de creer o no.
Cuando Nefi deseó ver el sueño de su padre, el Espíritu respondió, “¿Crees que tu padre vio el árbol del cual ha hablado?” Nefi dijo, “Sí… tú sabes que creo todas las palabras de mi padre”. El Espíritu se regocijó, porque sabía que solo si Nefi tenía una actitud creyente, podría enseñarle. “Bendito eres tú, Nefi, porque crees en el Hijo del Más Alto Dios; por lo tanto, verás las cosas que has deseado” (1 Nefi 11: 4–6; énfasis añadido).
Debido a que creyó, Nefi vio el sueño, pero poco a poco. El Espíritu reiteradamente se detenía y preguntaba qué más deseaba, qué entendía. Entonces, cuando Nefi estaba “entendiendo”, el Espíritu decía una y otra vez, “¡Mira!” y cada vez que Nefi veía, poco a poco entendía: la ciudad, la virgen, el niño, hasta que el ángel le preguntaba, “¿Comprendes el significado del árbol que tu padre vio?” Ahora Nefi podía responder, “Sí, es el amor de Dios… Y miré, y vi al Hijo de Dios que iba” (1 Nefi 11: 21–22; 24).
En lugar de decirle o mostrarle a Nefi toda la visión a la vez, el Espíritu lo guió, una pregunta a la vez, ayudándolo a descubrir por sí mismo cada escena y su significado. Si el Espíritu le hubiera dicho todo, Nefi no hubiera comprendido todo su significado. Si Nefi no hubiera escogido creer, el Espíritu no solo no le habría mostrado el sueño ni le habría dicho su significado, sino que Él no se lo hubiera podido mostrar.
Valoramos más lo que descubrimos que lo que nos cuentan. A menos que descubramos la influencia de Dios por nosotros mismos, tal vez no sabremos que está ahí, incluso si un ángel nos lo dijera. En el sueño de Jacob sobre una escalera que llegaba al cielo, los ángeles subían y descendían por ella, Jacob ve a Dios en lo alto de la escalera y dice: “Yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres”. Jacob despertó de su sueño y dijo, “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía” (Génesis 28:13–16).
Cristo vino a la Tierra de una manera muy silenciosa y pacífica, una luz que “resplandecía en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron… Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:5, 11–12; énfasis añadido). Todo formó parte del plan cuidadosamente diseñado para no forzar la creencia.
Jesús nos dio otras pistas sobre la deliberación de ese plan. Con frecuencia, Él les pedía a aquellos que eran bendecidos con un milagro que “a nadie dijesen lo que había sucedido” (Lucas 8:56; Mateo 8:4). Un elemento esencial en Su plan es el principio de línea sobre línea, precepto por precepto (véase Isaías 28:10). No solo nos deja la iniciativa de creer, Él imparte a aquellos que lo escuchan solo lo que están listos para escuchar. La leche va antes que el alimento sólido. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12). De ese modo sucedió con el Espíritu y Nefi.
Los eruditos en la filosofía del conocimiento nos dicen que las personas tienden a ver lo que desean ver, especialmente cuando la evidencia es ambigua. Por ejemplo, el “sesgo de confirmación” se refiere a la “tendencia humana a interpretar la evidencia nueva como [una] confirmación de las creencias o las teorías que ya existen para uno”59. Tal vez, por eso las tinieblas de la oscuridad en el sueño de Lehi describen tan bien las condiciones de la mortalidad. Dios nos ha dejado libres, en medio de las circunstancias que no nos obligan a creer, sino a elegir por nosotros mismos—como un acto de voluntad—si debemos asirnos a la barra de hierro en medio de la oscuridad.
La importancia de esta “voluntad de creer” se aplica a todo el conocimiento y la experiencia humana, no solo a la experiencia religiosa. El influyente psicólogo estadounidense William James dijo, “La cuestión de tener creencias morales se decide por nuestra voluntad. Si tu corazón no quiere un mundo de realidad moral, tu mente seguramente nunca te hará creer en uno”. 60
Nuestra voluntad de escoger creer libremente puede ser el factor determinante para que se cumplan las promesas de Dios, ya que nuestras creencias impulsan las acciones que solo nosotros podemos tomar para nutrir la semilla de fe durante su crecimiento. Es la obra y la gloria de Dios ayudarnos a disfrutar la vida eterna (véase Moisés 1:39). Sin embargo, “si desatendemos el árbol [de la vida eterna], y somos negligentes en nutrirlo”, no importará lo buena que sea la semilla o cuán deseable sea el fruto, “no podremos obtener su fruto” (Alma 32: 38–39; énfasis añadido).
Si nos negamos esa bendición, no solo arruinamos nuestras propias posibilidades, también frustramos los deseos de Dios de bendecirnos. Ya que, como dijo William James, “Dios mismo… puede extraer fuerza vital y aumentar la propia esencia de nuestra fidelidad”. 61
Además, James dijo que la actitud agnóstica—demorar las decisiones sobre los asuntos de fe hasta que tengamos más evidencias—es, en la práctica, imposible:
“La creencia y la duda son actitudes activas y suponen una acción de nuestra parte… si dudo que seas digno de mi confianza, te mantengo desinformado… como si fueras indigno de lo mismo. Si dudo de la necesidad de asegurar mi casa, la dejo sin seguro… Si creyera que no existe necesidad. [En esos momentos] la inacción [cuenta] como acción, y cuando no estar a favor es estar prácticamente en contra. [Aquí] la naturalidad es… inalcanzable”. 62
Debido a que nuestras actitudes y decisiones influyen mucho en los resultados de las experiencias de nuestra vida, James creía que si vale la pena vivir la vida, depende de la persona. Es decir, depende de quien la viva. Esto se debe a que “el optimismo y el pesimismo son definiciones del mundo” y, a menudo, nuestras propias reacciones al mundo determinan qué definición es la correcta. Ya que la forma en que la vida nos trata depende mucho de cómo tratamos la vida, nos encontramos constantemente a la merced de nuestras propias decisiones—tal vez, sin darnos cuenta de lo mucho que nuestras propias decisiones pueden protegernos o lastimarnos.
“No se gana ninguna victoria, no se termina ningún acto de fidelidad o coraje, excepto por un tal vez; ningún servicio… ninguna exploración científica, experimento o manual, puede no ser un error… Solo al arriesgarnos de una hora a otra, [vivimos] plenamente. A menudo, nuestra fe suficiente y de antemano frente a un resultado incierto es lo único que hace que el resultado se convierta en realidad”. 63
Imagina que estás escalando una montaña, escribe James, y en cierto punto tu único escape es saltar por encima de un profundo abismo.
“Ten fe en que puedes” dar ese gran salto, “y tus pies se arman de valor para lograrlo. Pero, desconfía de ti mismo… y dudarás [hasta] que todo abatido y tembloroso… caigas al abismo. Niégate a creer y, de hecho, tendrás razón”, porque perecerás. “Pero, cree y, nuevamente, tendrás razón, porque te salvarás. Harás realidad uno de los dos universos posibles por tu confianza o desconfianza, ambos universos solo han sido un tal vez” antes de que tomaras una decisión. 64
Por lo tanto, la fe en el mundo invisible nos fortalece para hacer lo que solo nosotros podemos hacer de modo que permitamos que las promesas de Dios echen raíz, florezcan, echen renuevos y se desarrollen en nuestras vidas. A menos que confiemos en Él lo suficiente como para actuar, las promesas que nos hizo seguirán sin cumplirse, como si no existieran. Por ejemplo, a menos que escojamos ejercer la fe y el arrepentimiento, estaremos tan perdidos como si Cristo no hubiera hecho ninguna Expiación. “Quien persiste en… las sendas del pecado… permanece en su estado caído [y] queda como si no se hubiera hecho ninguna redención” (Mosíah 16:5). Por el contrario, solo nuestra voluntad de creer y escoger confiar, permite que Dios influya en nuestras vidas para producir los resultados que más anhelamos: “El que confía en Jehová será exaltado” (Proverbios 29: 25) y “será sostenido en sus atribulaciones, y sus dificultades y aflicciones” (Alma 36:3).
Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco que sobrevivió años de un trauma indescriptible en los campos de concentración nazi y observaba constantemente cómo sus compañeros de prisión se consumían y morían, o eran asesinados. Su libro Man’s Search for Meaning relata cómo la brutalidad pura de su experiencia lo ayudó a descubrir formas de encontrar el propósito en las circunstancias más trágicas de la vida, y, por lo tanto, cómo descubrir el propósito de la vida, y el deseo de seguir viviendo, en cualquier circunstancia.
Por ejemplo, Frankl escribió, “Aquellos que tienen un ‘porqué’ [por] el cual vivir, pueden soportar casi cualquier ‘cómo’”. 65 En realidad, [no] importa lo que [esperamos] de la vida, sino lo que la vida [espera] de nosotros”. 66 “La última de las libertades humanas [es] escoger nuestra actitud bajo cualquier serie de circunstancias”. 67 Por lo tanto, “el propósito de la vida es dar propósito a la vida”. 68
Al proporcionar un contexto más amplio para estas profundas directrices sobre escoger creer que vale la pena vivir esa vida, Frankl escribe que si lo hubieran invitado a comentar con respecto a nuestra descripción anterior de “el vacío” entre lo real y lo ideal, entre lo que es y lo que debería ser: “La salud mental se basa en [la] tensión… entre lo que ya logramos y lo que aún debemos lograr, o el vacío entre lo que uno es y lo que uno debe llegar a ser. Esta tensión [inherente] es… indispensable para el bienestar mental”. Por lo tanto, debemos desafiarnos para ejercer nuestra propia “voluntad de propósito”, en lugar de buscar la comodidad de “un estado sin tensión”. La tensión entre lo real y lo ideal no es una amenaza para nuestra seguridad, sino que es “el llamado de un posible propósito que espera ser cumplido”. 69
Frankl nos insta a “esforzarnos y luchar” y ejercer nuestra propia “voluntad de propósito” mientras escogemos creer que vale la pena vivir la vida. Por lo tanto, a medida que crucemos “el vacío”, Dios nos tomará de la mano y nos invitará a los brazos seguros de Su amor. Ahí, conoceremos la nueva simplicidad de estar en “casa” nuevamente. Pero, a diferencia del niño inconsciente en los brazos de su madre, mediante nuestro esfuerzo y lucha, habremos pagado el precio para comprender dónde estamos, quiénes somos y qué significa estar en casa con Dios.
¿Por qué la mortalidad está estructurada de esta manera? El Señor está muy cerca de nosotros. Incluso, Él nos dice, “Mis ojos están sobre vosotros. Estoy en medio de vosotros y no me podéis ver” (DyC 38:7). Sin embargo, Él voluntariamente se abstiene de interferir en nuestro libre albedrío e iniciativa. Él solo dice que, “seamos creyentes” y “seamos fieles” y “todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien” (Romanos 8:28).
Existe una profunda diferencia entre la persona “que me dice: Señor, Señor” y la persona que “hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21; énfasis añadido). Algo sucede con las personas que lo reciben, que creen lo suficiente como para hacer Su voluntad.
En primer lugar, aprenden por sí mismos que Su doctrina es verdadera: “El que quiera hacer la voluntad de Él, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo” (Juan 7:17). Además, algunos podrían decir, “no creo en eso porque no puedo entenderlo”. No obstante, la creencia precede el entendimiento. El entendimiento no precede la creencia: “Por motivo de su incredulidad no podían entender la palabra de Dios” (Mosíah 26:3).
Además de eso, los creyentes que “lo reciben” poco a poco desarrollan habilidades capacidades y habilidades semejantes a las de Cristo que otras personas no logran. Seguir Su voluntad los cambia. Por lo general, aquellos que buscan, o incluso encuentran, una señal no experimentan dichos cambios, porque los cambios reales en el carácter y el espíritu dependen de nuestra participación activa y voluntaria. Entonces, al creer, al recibir al Señor y al seguirlo, comienza el proceso de llegar a ser como Él.
En realidad, el Señor no puede salvarnos sin que elijamos libremente nuestra iniciativa, energía, deseos y participación sincera. Puedes llevar a un caballo al agua, pero no puedes obligarlo a beberla. Puedes llevar a un niño hacia un libro, pero no obligarlo a leerlo. El Salvador ofrece la gracia de Sus bendiciones de salvación y exaltación solo si estamos dispuestos a participar en nuestra propia salvación al escoger creer en Él y, luego, al esforzarnos por seguirlo. Esta participación voluntaria y activa es esencial para el proceso de crecimiento que resulta en nuestro desarrollo personal y espiritual.
George Eliot escribió sobre el famoso fabricante de violines Antonio Stradivari. “Dios da la habilidad, pero se necesita el esfuerzo del hombre: Él no podía fabricar los violines de Antonio Stradivari sin Antonio”. Debido a que el experto fabricante de violines comprendió esto, se dijo a si mismo, “Si mis manos cesaran de trabajar, estaría robando a Dios, ya que Él no puede hacer un violín Stradivarius sin Antonio”. 70 Además, Él no puede obligar a un corazón a creer a menos que decida creer.
William James lo explicó muy bien: “El [significado] de[l] mundo invisible puede… depender de la respuesta personal [que] le demos al llamamiento religioso… Si esta vida no es una verdadera lucha, en la que el éxito obtenga algo eterno para el universo, no es mejor que un juego ficticio y privado del que podemos retirarnos cuando queramos. Sin embargo, [la vida] parece una verdadera lucha, como si hubiera algo verdaderamente salvaje en el universo, que se necesita de nuestra [ayuda] para redimir; y, en primer lugar, para redimir nuestros propios corazones del ateísmo y el temor. Nuestra naturaleza se adapta a tal universo medio salvaje y seguro. Lo más profundo de nuestra naturaleza es esta… región silenciosa de nuestro corazón en la que nos encontramos únicamente con nuestra voluntad y poca disposición, nuestras creencias y temores”.71
De este modo, el Señor nos pide que “seamos creyentes”, pero por razones destinadas a alentar nuestra importante participación, Él no presentará ningún argumento para que la creencia sea irresistible. Él no puede controlar si elegimos por voluntad propia creer en Él, recibirlo y buscarlo. Él solo puede ofrecernos Su mano y si elegimos tomarla. Entonces, Él puede guiarnos hacia lo que necesitamos para nuestro progreso. Él está muy cerca, muy disponible para aquellos que tienen oídos para escuchar y ojos para ver. Él está muy cerca de aquellos cuya fe no es ciega.