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CAPÍTULO 12
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12. Ascender para conocer a Dios

El proceso de recibir un testimonio personal del Señor no está reservado solo para los profetas, o solo para las personas mayores. Piensa en el joven Élder que llegó a conocer a Dios de una manera que nunca lo hubiera imaginado, si no hubiera estado dispuesto a dar oído al “¡vamos, vaquero!” y enfrentar sus temores—su versión de la complejidad. Una joven misionera también compartió con nosotros cómo sus desafíos personales la ayudaron a seguir recurriendo a Dios:

 

“Tengo un testimonio profundo… pero para llegar a él tuve que recorrer un camino muy largo y difícil. He tenido desafíos especialmente con las preguntas y las dudas con respecto a los roles de género [y] los [temas] LGBT. Con frecuencia, siento que estoy más del lado de la complejidad que de la simplicidad. [Sin embargo, el esforzarme para alcanzar] la simplicidad al otro lado de la complejidad, ha sido avasallador para mí. [El] amor del Salvador va más allá de cualquier complejidad, duda, oscuridad o temor”.

 

“Aunque no entiendo la respuesta a cada una de mis preguntas e inquietudes… Todavía amo a Dios con todo mi corazón y sé que Él es real. Me ha tomado mucho tiempo poder decir estas cosas. Sin embargo, debido a la gran dificultad de mi travesía para llegar aquí, las creencias que tengo son mucho más valiosas para mí”.82

 

Su experiencia nos demuestra que cuando estamos rodeados de complejidades y temores, si no elegimos darle al Señor y a Su Iglesia el beneficio de la duda, si no damos oído al “¡vamos vaquero!”, probablemente no avanzaremos lo suficiente en el camino de la fe y el sacrificio como para descubrir la simplicidad de la paz dentro del amor de Dios.

Conocemos a un joven, Zacarías, que, al final de su misión en Asia, nos describió cómo salió de las suposiciones inocentes de su juventud sobre algunas preguntas increíbles y desafiantes para la fe a las que nunca antes se había enfrentado. Las personas a las que tenía que enseñar sabían poco de Dios y menos sabían que eran Sus hijos. Nos permitió entrar a la ansiedad de sus pensamientos mientras enfrentaba este dilema: “¿Cómo podía enseñar con convicción sobre alguien que no entendía? ¿Quién es Dios de todos modos? Quiero decir, ¿Quién es Él realmente? Y ¿Qué soy para Él?

 

“Sinceramente, nunca me hice estas preguntas básicas. Además, no estaba seguro de poder creer totalmente en lo que profetas, como Alma, decían en las Escrituras; podía creer algunas cosas, pero no todas”. Con sinceridad, Zacarías continuó, “No me atreví a expresar mis dudas al respecto. ¡Era un misionero!” No quería que nadie supiera lo que realmente estaba pensando y lo que no estaba sintiendo. Sin embargo, estaba cansado de llevar mis preguntas a todos lados. Así que decidí reconocer mis dudas, al menos no esconderlas de mí mismo, y sometí mis preguntas a juicio como un debate entre Alma y Korihor”.83

 

Luego, Zacarías describió que se puso en el lugar de Korihor para poner a prueba sus preguntas y dudas sobre Alma, como si dijera: “Convénceme, Alma, de todas las cosas que realmente testifican de Cristo. En verdad, ¿todas las cosas?” Alma respondió a este desafío haciendo referencia a las Escrituras, los testimonios de los profetas y la creación de la tierra misma (véase Alma 30:44). Después de buscar seriamente una respuesta, Zacarías, al igual que Korihor, descubrió que no tenía evidencias en contra, no podía refutar. Se quedó estupefacto.

 

Entonces, el debate imaginario continuó, esta vez, Zacarías tomó el lugar de Alma, que, basándose en las enseñanzas de otros profetas, se volvió hacia Korihor y le preguntó, “Espero la resurrección y la vida eterna con mi familia, ¿Qué es lo que tú esperas?” (Véase Moroni 7:41).

El silencio de la respuesta de Korihor creó para Zacarías lo que denominó “uno de los momentos más poderosos de [su] vida. El Korihor en [su] interior quedó perplejo, lo que permitió que [se] preguntara, “¿Qué es lo que espero?””

 

Zacarías nos contó cómo la claridad de este proceso y esta pregunta lo ayudaron a reducir la distancia entre él y Dios. Con el tiempo, su recién descubierta cercanía trajo consigo el deseo de hablar más con su Padre Celestial que con sus padres terrenales, a quienes ama mucho. “Ahora, hablo con Dios todo el tiempo, independientemente de dónde me encuentre, y siento que Él está conmigo”. La cercanía de esta relación, no solo le permitió a Zacarías enseñar con convicción en su misión, sino también a vivir con convicción ahora que se encuentra en casa.

 

Mientras Zacarías narraba su lucha consigo mismo, era como si lo estuviéramos viendo convertir sus preguntas en los peldaños de una escalera, su propia versión de la escalera de Jacob. Era evidente por la fuerza en su voz y la confianza en su semblante que no solo estaba subiendo por esa escalera, sino que sabía la razón: Para conocer al Dios único, verdadero y vivo, y a Su Hijo, Jesucristo, quienes nos han proporcionado la escalera a fin de darnos un camino de regreso a casa.

 

Cada uno de nosotros tiene acceso a esta escalera. Sin embargo, tenemos que decidir si la subiremos. Las preguntas que encontremos pueden convertirse en los peldaños que nos proporcionen una base sólida o pueden convertirse en los hoyos en los que podemos caer. Depende de cómo lo manejemos.

 

Zacarías manejó sus preguntas con sinceridad. Pero, sin comprometer sus valores o disminuir sus estándares de comportamiento. Tampoco permitió que sus preguntas se convirtieran en una crisis. Utilizó lo que ya sabía para que lo ayudara a superar lo que aún no sabía. En sus palabras, “eligió la convicción sobre la terrible incertidumbre”.

 

El Élder que dio oído al “¡vamos, vaquero!”, la hermana que escogió amar a Dios a pesar de sus dudas y Zacarías, cada uno de ellos convirtió sus desafíos en una convicción más profunda. Cada uno utilizó sus complejidades para saber con mayor claridad quiénes son, quién es Dios y cómo es su relación con Él.

Notas
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