La historia personal de Khumbulani Mdletshe de Sudáfrica ilustra cómo, cuando enfrentamos preguntas serías y difíciles, podemos seguir avanzando de la simplicidad inocente a través de la complejidad hasta la simplicidad refinada. Además, en ese proceso, nuestra decisión de confiar en el Señor mediante actos de sacrificios le permite abrir las puertas para nosotros. Así es como le damos el beneficio de la duda.
Khumbulani nació en 1964 “durante la época de segregación racial en Sudáfrica”.92 A la edad de 16 años, conoció a los misioneros, las primeras personas blancas que conoció. Después de aceptar su mensaje con la seriedad del caso, se unió a la Iglesia y para 1985, ya era misionero en Londres. Un día, un completo desconocido le preguntó al Élder Mdletshe por qué representaba a una Iglesia racista que le negaba el sacerdocio a los hombres negros. Esa fue la primera vez que escuchó sobre ese tema. Escuchó con asombro e incredulidad cuando su compañero le dijo que, según él lo entendía, la Iglesia prohibió el sacerdocio a los africanos negros hasta 1978 debido a que estaban marcados por la maldición de Caín, el concepto de que “los negros descendían del linaje de Caín, el personaje bíblico que asesinó a su hermano Abel. Los que aceptaban esa idea creían que la “maldición” que Dios puso sobre Caín era la marca de una piel oscura”. 93
Aturdido por ese golpe de complejidad, especialmente después de sus años traumáticos experimentando la segregación racial en su país, no había forma de que en su sano juicio pudiera continuar su misión. Mientras planeaba el anuncio de su partida, se reunió con su presidente de misión, Ed Pinegar, quien le confirmó que a los africanos negros alguna vez se les negó el sacerdocio. Luego, agregó, y “nadie conoce los motivos”. Sin embargo, lo que importa es que “ahora todos los hombres dignos pueden ser ordenados [al sacerdocio]”. Después Khumbulani escribió, “Confié en mi presidente de misión. Siempre me trató como a su propio hijo. Creí en sus palabras. De alguna manera, el Espíritu me exhortó a aceptar su explicación y quedarme en mi misión”. Ese momento “cambió tanto [su] vida” que “[lo] sostuvo durante más de tres décadas”.
Lo mencionado no quiere decir que su confusión desapareció. De hecho, a menudo, el enojo y el dolor regresaban cuando, años después, escuchaba que otros miembros de la Iglesia aún daban “explicaciones falsas” con respecto a la restricción del sacerdocio. Desde el momento en que su simplicidad chocó por primera vez con su complejidad, Khumbulani fue perspicaz, sincero y realista; incluso también fue lo suficientemente humilde como para confiar en el Señor y la Iglesia. Cuando no podía imaginar por qué nadie le había hablado antes sobre la restricción, pensó que quizás sus líderes de la Iglesia en Sudáfrica decidieron temporalmente no decirle nada que pudiera implicar erróneamente que la Iglesia alguna vez simpatizó con la segregación racial. En retrospectiva, estaba sinceramente agradecido de que sus primeros misioneros no hubieran mencionado el tema ya que, en ese entonces, no estaba preparado para escucharlo y hubiera rechazado su mensaje.
Hacia el final de su misión, la actitud de Khumbulani fue recompensada con una conversación inspirada con Wayne Shute, un profesor de BYU que estaba de visita en Londres. Cuando el presidente de misión le habló sobre los talentos y el potencial del Élder, el hermano Shute hizo los arreglos para que Khumbulani se inscribiera en BYU-Hawaii. El Señor estaba abriendo otra puerta. Obtuvo una licenciatura en BYU-H y, más tarde, una maestría en BYU-Provo. De igual modo, en ambos lugares, soportó la continua frustración de escuchar a algunas personas decir en las clases de la Iglesia que las Escrituras enseñaban que los africanos llevaban una maldición consigo.
Luego, enfrentó otro momento de sacrificio. Desarrolló algunos vínculos personales muy estrechos que lo impulsaron a quedarse en los Estados Unidos. Sin embargo, sintió, especialmente por su bendición patriarcal, que su familia, el Señor y la Iglesia lo necesitaban en Sudáfrica. Por ese motivo, dejó a sus amigos y sus comodidades en Utah para regresar a casa, a un futuro incierto. Durante su primer domingo en la Iglesia, en Sudáfrica, conoció a una mujer con la que más tarde se casaría. Su confianza lo condujo a otra puerta abierta.
Durante sus primeros años después de regresar a casa, Khumbulani al principio tuvo problemas para encontrar un trabajo que coincidiera con las impresionantes cualificaciones que adquirió en BYU. Más tarde, encontró un trabajo excelente como evaluador de programas de una ONG en Johannesburgo. Este paso lo condujo a nuevas oportunidades para ayudar a influir en la educación africana durante un tiempo significativo de reconstrucción social posterior a la segregación racial. Sin embargo, incluso con tal promesa y estabilidad en su vida, a medida que pasaba el tiempo, la respuesta “no sabemos por qué” de su presidente de misión y algunos otros líderes de la Iglesia no fue suficiente para superar sus preguntas con respecto a la restricción del sacerdocio. Le preocupaba que los orígenes de la política en la historia de la Iglesia fueran tan inciertos. Además, no podía evitar preguntarse cuánto habrían influenciado en los líderes de la Iglesia del siglo XIX las actitudes racistas que surgieron de la época de la esclavitud en la cultura estadounidense, a pesar de que había aprendido lo suficiente sobre la historia de los Estados Unidos y la Iglesia como para darse cuenta de que la Iglesia no apoyó la esclavitud, el racismo y la injusticia como lo entendieron y practicaron muchos otros cristianos estadounidenses.
Mientras Khumbulani todavía intentaba resolver tales preguntas, se comunicaron con él para que dejara su empleo y trabajara en el Sistema Educativo de la Iglesia en Sudáfrica. Al principio, se resistió a la idea, hasta que su esposa le dijo que debían buscar sinceramente la dirección del Señor.
Después, una visita al templo con espíritu de oración les recordó que “les dieron sus talentos y habilidades para ayudarlos a edificar el reino de Dios”. Entonces, “sin dudarlo, [aceptaron] la oferta de trabajar para la Iglesia”, que con el tiempo “resultó ser la mejor decisión que [tomaron]”. Una vez más, le dio al Señor el beneficio de la duda, no solo como un ejercicio mental, sino al elegir sacrificar su prometedora carrera secular y dirigirse confiadamente a otro futuro incierto. Más tarde, se dio cuenta de que de este modo se abrió una puerta aún más prometedora.
A medida que pasaba el tiempo, otros miembros de la Iglesia constantemente le hacían a Khumbulani muchas de las mismas preguntas que aún tenía sobre la restricción del sacerdocio y el por qué se necesitaba una revelación para eliminarla. Sus respuestas ilustraron cómo, cuando elegimos darle al Señor el beneficio de la duda, nuestros deseos justos nos ayudarán a encontrar, entender y enseñar un patrón creíble que apoye alguna instrucción divina—sabiendo que casi nunca “demostraremos” definitivamente que el patrón tiene una fuente divina. Eso fue exactamente lo que su presidente de misión hizo por él: “En mi hora de necesidad [él] pudo darme un motivo para creer cuando aparentemente no había respuestas claras”.
Hablando de la revelación de 1978, por ejemplo, Khumbulani le dijo a sus hijos y a sus alumnos del instituto de la Iglesia que “se necesitaba una revelación para instruir a los miembros de la Iglesia… y para ayudar a los líderes de la Iglesia que necesitaran una herramienta doctrinal para enseñar a aquellos que cuestionaran… el cambio de política”. Además, “se necesitaba la revelación a medida que la Iglesia maduraba para que pudiera llegar a las personas de todo el mundo”. Por eso, Khumbulani “aprendió a seguir adelante a pesar de sus desafíos con la historia de restricciones a las personas de raza negra en la Iglesia”.
Luego, una vez más, su fe fue recompensada. Como un Setenta de Área recién llamado de África, asistió a una reunión organizada para todos los Setenta y otros líderes de la Iglesia antes de la Conferencia General en Utah.
Después de que el Presidente Thomas S. Monson se dirigiera al grupo y procediera a salir del salón, se detuvo y, luego, se acercó espontáneamente a los tres Setentas de Área africanos, que se habían sentado juntos. Les dijo en voz baja, “Hermanos, me gustaría decirles que trabajé conjuntamente con el hombre que otorgó el sacerdocio a todos los hombres”. Ese momento inspirado con el profeta del Señor comunicó algo más allá de sus palabras. Khumbulani dijo que un espíritu de paz les permitió a los dos hermanos y a él llegar a ser “testigos aún más fuertes de la publicación de la Declaración Oficial 2. Toda preocupación o duda que cualquiera de [ellos] pudo haber tenido en cuanto a la raza y el sacerdocio ya no eran relevantes. Ahora se habían resuelto”.
La historia de Khumbulani Mdletshe refleja tanto el proceso como los frutos de ejercer una fe que no es ciega: elegir confiar en el Señor en medio de las complejidades reales, demostrar confianza mediante los actos de sacrificio verdadero y verlo abrir puertas verdaderas que no pudo abrir, incluso para nuestro beneficio, si no le ofrecimos nuestra confianza. La actitud de Khumbulani es similar a la de Richard Bushman. Incluso, con las habilidades casi incomparables de Richard para la investigación y el análisis de ciertos temas en la historia de la Iglesia, encontró una gran cantidad de acertijos sin respuesta. Cuando eso sucede, dijo, “Solo me pregunto, “¿qué me puede enseñar esto acerca de Dios?””
La historia de Khumbulani ilustra la descripción reciente del escritor estadounidense Peter Wehner de por qué la fe puede ser mejor que la duda y mejor que exigir pruebas antes de actuar:
“La fe se valora mucho en la tradición cristiana [porque] implica una confianza que no sería necesaria si la existencia de Dios estuviera sujeta a alguna prueba matemática. Dios no busca nuestra aprobación intelectual, sino una relación con nosotros… la fe es más una bendición que una prueba porque nos proporciona una relación con Jesús. Todas las buenas relaciones son unidas por el amor. El amor es siempre una expresión de fe… Cambiamos por lo que amamos más que [por] lo que pensamos”. 94
La confianza de Khumbulani en su presidente de misión fortaleció sus instintos de fe lo suficiente como para darle a la Iglesia el beneficio de la duda y, por ese motivo, hizo el sacrificio de quedarse. Cuando la respuesta “no sabemos por qué” se volvió menos satisfactoria y Khumbulani se sintió tentado a permanecer en los Estados Unidos, su estrecha relación con el Señor se convirtió en una prioridad y regresó a Sudáfrica. Cuando tenía dudas sobre su empleo, sus convenios en el templo, nuevamente lo impulsaron a ir más allá del borde de la luz. Poco a poco la tensión de sus complejidades disminuía mientras sentía la tranquila confianza de la refinada simplicidad del “otro lado”. En gran parte su cambio se debió a que se sintió fortalecido por el amor que tenía por el Señor y el amor que el Señor tenía por él, que a sus pensamientos.