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CAPÍTULO 5
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5. Ambigüedad productiva

Ambigüedades, contradicciones aparentes y paradojas, nos rodean. Incluso, los principios verdaderos pueden competir entre sí de formas confusas. Aprender a aceptar estos conflictos aparentes, el tiempo suficiente, a fin de resolverlos es un paso esencial para hallar la simplicidad, que se encuentra más allá de la complejidad. Sin embargo, tropezar con estos conflictos puede hacer que queramos esquivar la ambigüedad para que no tengamos que lidiar con la tensión que crea. Aun así, como José Smith dijo una vez, “Al poner a prueba los contrarios, la verdad se manifiesta”. 27

 

Este tema es relevante para nuestro proceso de tres etapas. A muchos idealistas de la primera etapa, que se topan con el realismo de la segunda etapa, les intimidan tanto los “contrarios”—contradicciones y paradojas—que no pueden saber cómo seguir avanzando hacia la simplicidad madura de la tercera etapa. Algunos simplemente prefieren volver a la comodidad de un punto de vista en lugar de soportar la incomodidad requerida para navegar y, finalmente, ser iluminados por una paradoja continua, como la justicia y la misericordia. Sin embargo, para pasar de la complejidad a la simplicidad informada, debemos permanecer dispuestos, aprender a honrar los principios en conflicto, aceptar la tensión e ir más allá de uno u otro modo de pensar. Así, la tensión se vuelve productiva.

 

Por ejemplo, durante mi época como decano de la Escuela de Derecho de BYU en 1987, el Presidente de la Iglesia Ezra Taft Benson se dirigió “A Las Madres de Sion” en una transmisión para los padres de toda la Iglesia, un domingo por la noche.

 

Describió la maternidad como “el acto más noble de todos”. De hecho, “en la maternidad radica el mayor potencial para influenciar en la vida humana, ya sea para bien o para mal”29. Después de enfatizar la importancia de tener hijos y criarlos, el Presidente Benson dijo que debido a la muerte, el divorcio y otras “circunstancias especiales”, tal vez, las madres “deban trabajar por un tiempo”. Sin embargo, instó a los padres a “hacer todo lo posible para permitir que su esposa se quede en casa al cuidado de los hijos”. Además, expresó una sincera empatía por aquellas mujeres fieles, que no tienen hijos y no se han casado.

 

La mañana después de la charla, cuando comenzó mi clase de derecho de familia, Mitzi Collins, una estudiante, levantó la mano. “Decano Hafen”, dijo, “¿Podemos discutir el mensaje del Presidente Benson de anoche?” Asentí y sugerí que habláramos después de la clase. Mitzi movió la cabeza ligeramente en señal de negación, “¿Podríamos hablar de esto ahora?” Conocía y respetaba a Mitzi. Era la presidenta de la Asociación Femenina de Estudiantes de Derecho, era una excelente alumna y una fiel Santo de los Últimos Días. Luego, vi a casi todas las demás estudiantes asintiendo y mostrándose de acuerdo con ella.

 

Así que, comenzamos con una conversación muy sincera sobre el mensaje del Presidente Benson, que duró hasta que terminó el período de clases. Me enteré por estas estudiantes que esa mañana algunas de las mujeres encontraron notas en sus mesas de estudio con mensajes como, “La admisión a la escuela de derecho es muy competitiva. Por favor, deja que un hombre ocupe tu lugar en nuestra clase.” Después de la clase, acepté tener una discusión similar con todas las estudiantes de derecho en la sala de estudiantes.

 

Más tarde, cuando pasé por la sala, vi a un gran grupo de estudiantes caminando en otra dirección. Le pregunté a un estudiante, “¿A dónde están yendo todos?” Respondió, “Al salón donde se simulan los juicios. ¡El decano va a decirnos a qué se refería el profeta!” De alguna manera, mi reunión con las estudiantes se convirtió en una reunión para todos los estudiantes de derecho, para hablar sobre “¿qué es lo que quiso decir el profeta?” Me estremecí.

 

No recuerdo todo lo que dije, pero sentí, sin tener el marco conceptual para decirlo de esta manera, que estaba presenciado una serie de colisiones entre la simplicidad de la primera etapa y la complejidad de la segunda etapa. Muchos estudiantes estaban confundidos y no muchos buscaban la tercera etapa.

 

Algunos estudiantes hombres, incluidos aquellos que colocaron las notas en las mesas de estudio de las mujeres, se sintieron justificados por su mala interpretación de algunas de las palabras del Presidente Benson. Los hombres estaban preocupados por el incremento en la cantidad de estudiantes mujeres. A veces, las juzgaban de no vivir según las enseñanzas de la Iglesia. También sabían de lo que en ese entonces era el movimiento nacional en desarrollo para erradicar la discriminación contra las mujeres. Para un grupo de ellos, algunas dimensiones del movimiento de mujeres chocaban con su visión idealista de los valores del Evangelio, por lo que ahora estaban aún más decididos a permanecer impasibles en la primera etapa.

 

Los demás representaron el punto de vista opuesto, tendiendo generalmente a restar importancia a lo que dijo el Presidente Benson si no estaban de acuerdo con eso. Estaban atrapados en la complejidad de la segunda etapa. Pero, Mitzi y muchas de sus amigas representaron un tercer punto de vista, sintiéndose atrapadas en el vacío de lo ideal y lo real. Se habían inscrito en nuestra escuela de derecho con visiones idealistas de lo que podían hacer con su educación legal,  solteras o casadas. Pero, ahora, debido al respeto que sentían por el Presidente de la Iglesia, se preguntaban si habían hecho algo malo. Deseaban sinceramente seguir al profeta. Esta escuela de derecho había sido su esperanza. Ahora, esa esperanza se sentía arruinada.

Primero les dije a las estudiantes que durante mi época en BYU-Idaho, había asistido mensualmente a reuniones del Sistema Educativo de la Iglesia con nuestros líderes principales de la Iglesia, incluido el Presidente Benson. Sabia de primera mano cómo se sentían estos líderes con respecto a la escuela de derecho. Dije, “¡Los hermanos saben que, ustedes, las estudiantes mujeres, están aquí, y están muy contentos!” Tanto en público como en privado, las escuché expresar muchas variaciones positivas sobre el consejo que el Presidente Gordon B. Hinckley repetía a menudo para las mujeres Santos de los Últimos Días: “Obtengan toda la educación académica posible. La vida se ha vuelto tan compleja y competitiva… Se espera que hagan grandes esfuerzos y que utilicen sus mejores talentos”30.

 

Al mismo tiempo, los principios generales que el Presidente Benson enseñó sobre las madres terminó coincidiendo con el tema clave de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, que fue publicada en 1995 por la Iglesia: “Por designio divino, el padre debe presidir la familia con amor y rectitud y es responsable de proveer las cosas necesarias de la vida para su familia y de proporcionarle protección. La madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos. En estas sagradas responsabilidades, el padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro. La discapacidad, la muerte u otras circunstancias pueden requerir una adaptación individual”31.

 

Quería que supieran que estos principios verdaderos se aplicaban tanto a la sociedad, como a la Iglesia. Basándome en mi propia investigación de derecho de familia de los Estados Unidos, expresé mi preocupación personal por el hecho de que nuestra sociedad devalúa cada vez más la maternidad, a pesar de que las investigaciones en ciencias sociales han demostrado durante años que el buen cuidado de una madre es de vital importancia. No recuerdo las ilustraciones que compartí en ese entonces, pero esos datos fueron similares a los hallazgos de las investigaciones más recientes. Un estudio de 2005, por ejemplo, encontró que el 81% de las madres estadounidenses consideraba que su rol como madre era lo más importante que hacía, aunque solo la mitad de las madres se sentían valoradas en ese rol por la sociedad.32

Otros datos demuestran que las madres son los mejores modelos para ayudar a los niños en crecimiento a pasar por todas las etapas necesarias de desarrollo cerebral. Por eso, la maternidad ausente o ineficaz puede dificultar el desarrollo del cerebro infantil, afectando negativamente tanto a la familia como a la sociedad.33 Los matrimonios y los padres estables, ambos madres y padres, son factores clave que determinan el bienestar de los niños. Por otro lado, los niños con deficiencias, contribuyen a una sociedad cada vez más disfuncional. 34

 

Agregué que las perspectivas del Evangelio de nuestros estudiantes los capacitan para entender el matrimonio y la crianza de los hijos mucho mejor que la mayoría de personas en la actualidad. Si se les pidieran a nuestros estudiantes de ambos sexos que les dijeran a otros estudiantes estadounidenses de derecho qué es lo más importante en sus vidas; probablemente, sus prioridades generales sonarían muy parecidas a las del Presidente Benson. Eso hizo que fuera aún más importante para las mujeres, en ese grupo, obtener una buena educación legal y las habilidades analíticas necesarias para ayudar a una sociedad que está confundida con respecto al matrimonio y la vida familiar.

 

En resumen, dije, casi nada es más importante que la maternidad y la paternidad. Al mismo tiempo, la Iglesia anima a las mujeres a obtener toda la educación que puedan, incluyendo, si así lo desean, la escuela de derecho. Todos necesitamos aplicar en espíritu de oración estos principios que a veces se muestran contrarios a nuestras propias circunstancias. Los líderes confían en nuestra capacidad para hacer eso.

 

La manera en que muchos de nuestros estudiantes estuvieron de acuerdo con solo uno de estos principios ilustra la tendencia actual de vivir solo en un extremo de un mundo bipolar. A veces, juzgamos a los miembros de la Iglesia con demasiada dureza, sin darles el espacio para emitir juicios personales. Aprender a comprender y vivir con principios verdaderos diferentes es una habilidad esencial, no solo para los estudiantes de derechos sino para el resto de nosotros. Esa capacidad es una de las características distintivas de la simplicidad establecida en la tercera etapa. A medida que lo hagamos, aprenderemos por nosotros mismos que “al poner a prueba los contrarios, la verdad se manifiesta”. 35

 

Como segundo ejemplo, también podemos sentir la incomodidad de la ambigüedad en nuestras decisiones por ejemplo,  al hacer sacrificios para el Señor, o la Iglesia, ante la incertidumbre de los posibles resultados. Esa incomodidad, a veces incluso ansiedad, en realidad nos dice que nuestros ojos están abiertos a las implicaciones y posibles consecuencias de lo que estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo. Por ejemplo, si encuentro una billetera perdida llena de dinero, es normal—probablemente, incluso deseable—que me dé cuenta de que puedo quedarme con el dinero en lugar de buscar al dueño de la billetera. Ese conocimiento hace que mi elección de buscar al dueño sea completamente moral. Entonces, soy consciente de la decisión de actuar, arriesgarme y recoger la billetera, en lugar de tomar una decisión automática y de rutina.

 

A menudo, probablemente, con demasiada frecuencia, hablamos de los sacrificios reales con demasiada agilidad, sin reconocer la ambigüedad y la ansiedad que podemos sentir sinceramente antes de inclinar la cabeza ante Dios, especialmente cuando no podemos entender todas las razones por las que a veces debemos dar tanto cuando sabemos tan poco. Como John Tanner dijo al describir los sacrificios heroicos de una familia de miembros semejantes a los pioneros, “En historias como estas es fácil, demasiado fácil, ver la fe y perder el miedo. Pero, no podemos perder el miedo y el estremecimiento cuando se trata de tu propia historia”.

 

Las Escrituras ilustran en repetidas oportunidades este proceso, que es parte central de la doctrina de andar por la senda de la fe (1 Nefi 3:7). Piensa en la profunda ambigüedad en el momento en que Abraham se paró con un cuchillo levantado sobre su amado hijo Isaac, sabiendo que el sacrificio solicitado contradecía todo lo que le importaba: las promesas acerca de su único hijo, su posteridad, su tierra prometida—todo, es decir, excepto su amor incondicional por el Señor.

 

Ester sabía que su pueblo estaba ayunando y orando por ella, pero también sabía que estaba arriesgando su vida al acercarse al rey. Con total fe, Ester dijo, “así entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (Ester 4:13–16; énfasis añadido). Los tres jóvenes israelitas se acercaron al horno de fuego ardiente en Babilonia con la misma mentalidad, “Nuestro Dios… puede librarnos… él nos librará… oh rey. Y si no… no serviremos a tus dioses” (Daniel 3:17–18; énfasis añadido).

 

Moroni enfrentó la aparente contradicción de que se le encomendara la tarea de escribir un testimonio final en las planchas sagradas, pero “a causa de la debilidad de sus manos” se sintió incapaz de escribir con poder y dijo “temo que los gentiles se burlen de nuestras palabras.” Entonces, el Señor le enseño que si se humillaba, Él convertiría la debilidad en fortaleza (Éter 12:24–30). El Señor tiene cierta manera de ayudarnos a resolver nuestras ambigüedades de tal forma que nos moldea y fortalece.

 

Un joven misionero retornado dijo que se alejó de la Iglesia porque, “la Iglesia no cubrió sus expectativas”. Ese punto de vista simplemente podría reflejar la opinión de un consumidor moderno sobre la toma de decisiones. Pero, también puede minimizar su religión, tal vez porque quizás no tenga una calificación lo suficientemente alta en Yelp (aplicación que se publican reseñas sobre empresas). Aun así es probable que este mismo joven haya experimentado su propio momento de ambigüedad abrahámica, cuando necesitó decidir en quién o en qué, deseaba confiar más. Elegir la apatía o elegir confiar en el Señor y Su Iglesia, cualquiera de los dos, podría resolver temporalmente la ambigüedad de uno—incluso, temporalmente, la ansiedad existencial de uno. Sin embargo, las diferencias a largo plazo entre los dos caminos son asombrosas.

 

Si podemos resolver nuestras ambigüedades con una actitud de fe, nuestras decisiones fieles finalmente nos conducirán a nuestra santificación. Aquellos cuya fe no es ciega “ven con los ojos, escuchan con los oídos y… entienden con el corazón”. Un día, ese completo uso de nuestros sentidos de fe nos llevarán a los pies de Aquel que dijo, “y yo los sanaré” (Mateo 13:15).

Notas
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