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CAPÍTULO 9
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9. El valor del velo

Algunas personas que se preguntan si están perdiendo su fe religiosa, no solo indican que están perdiendo la confianza en José y la Restauración, sino que están perdiendo la confianza en la misma existencia de Dios, insinuando que si la Restauración no es verdadera, otra explicación religiosa de la vida tampoco podría ser verdadera. Y de repente, el agnosticismo o, incluso, el ateísmo les parece una opción real.

 

Lo mencionado puede parecer un cumplido poco sincero a la fuerza de las afirmaciones de la Restauración. Sin embargo, aquellos cuya fe ha sido puesta en duda en gran medida, podrían preguntarse por primera vez cómo podemos “saber” sobre las realidades espirituales más allá de lo que somos capaces de probar con nuestros sentidos racionales. Un amigo estaba conversando con algunos compañeros de trabajo, que decían ser ateos. Cuando les preguntó por qué no creían que Dios exista, respondieron, “Nadie vuelve a la vida. ¿Qué te hace pensar que Jesús resucitó cuando nadie más lo hace?” Nuestro amigo quería “demandar razón de la esperanza que había en [nosotros]” (1 Pedro 3: 15), pero no pudo pensar en una “razón sustancial y, por primera vez, realmente cuestioné la religión de mi infancia”.

Podría haber mencionado los versículos de la Biblia y las escrituras modernas que ofrecen relatos de testigos oculares de que tanto Jesús como muchos otros “regresaron a la vida”, esa es en parte la razón por la que el Libro de Mormón se llama “otro testamento de Jesucristo”. Pero, en ese momento, lo que tal vez pudo tomarlo por sorpresa fue la sensación de que no podía ofrecer una “razón sustancial [suficiente]” que pudiera convencer a sus amigos.

En realidad, una explicación teísta para la vida, tiene más sentido que una explicación atea. ¿Cuáles son las probabilidades de que un tornado girando en un vertedero crearía un Boeing 747 que pudiera volar? O, como Alma le dijo al escéptico Korihor, “todas las cosas indican que hay un Dios, sí, aun la tierra y todo cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento” (Alma 30: 34).

 

En el año 2000, el biólogo Francis Collins dirigió el proyecto internacional que reunió el primer mapa de todo el código de ADN humano. Al ver ese complejo código como “el idioma en que Dios creó la vida”, Collins escribe que “creer en Dios puede ser una decisión totalmente racional, y… los principios de la fe…. se complementan con los principios de la ciencia”. De hecho, la Tierra contiene en proporciones exactamente justas todas las quince “constantes físicas” científicas, que son cruciales para mantener las formas complejas de vida del planeta. La probabilidad de que esta combinación única pueda unirse por pura casualidad “es casi infinitesimal. [Sin Dios] nuestro universo es [tan] improbable [que] la fe en Dios [es] más racional que la incredulidad”.54

 

Al mismo tiempo, Collins habla de probabilidades, no de certezas absolutas de la ciencia. Además, Dios tiene algunas buenas razones para dificultar que “probemos” las realidades religiosas más allá de la duda, incluida la realidad de Su propia existencia. Eso no quiere decir que nos haya dejado sin evidencias, testimonios y probabilidades. Aun así, puede haber momentos en los que parezca que Él nos ha dejado en la oscuridad. Incluso, José Smith clamó en la Cárcel de Liberty, “¿en dónde estás? ¿Y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?” (DyC 121: 1).

José estaba descubriendo lo que Job también aprendió por las malas: “He aquí, yo iré al oriente y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré. Cuando él actúe al norte, yo no le veré; al sur se esconderá, y no le veré. Mas él conoce mi camino; cuando me haya probado, saldré como oro” (Job 23: 8–10).

 

Entonces, consideremos el valor del velo que cubre el lugar escondido de Dios, el mismo velo que nos impide recordar nuestra vida preterrenal. En el Templo de Kirtland, José Smith dijo, “El velo fue retirado de nuestras mentes, y los ojos de nuestro entendimiento fueron abiertos” (DyC 110: 1). Antes de que el hermano de Jared viera al Cristo premortal, “fue quitado el velo de ante [sus] ojos” (Éter 3:6). En efecto, hubo “muchos” cuya fe era tan fuerte que “no se les pudo impedir penetrar el velo, sino que realmente vieron con sus propios ojos las cosas que habían visto con el ojo de la fe” (Éter 12: 19). Sin embargo, por lo general, el resto de nosotros aun ve con el ojo de la fe, una fe que no es ciega, aunque permanezca sujeta al velo.

 

El velo no solo nos impide recordar nuestro pasado premortal, sino que también nos impide ver muchas cosas que están sucediendo en el presente. Dios y Sus ángeles casi siempre se quedan en sus escondites, excepto en esas ocasiones raras en las que Él parte ese velo.

 

Por ejemplo, después de la Resurrección del Salvador, Él vio y habló con dos de Sus discípulos en el camino a Emaús. No lo reconocieron. Cuando Él escuchó su decepción acerca de este Jesús en quien habían “confiado” (nota el tiempo pasado), Él se dio cuenta de que habían perdido el mensaje central de Su ministerio terrenal. Entonces, “comenzando desde Moisés… les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (véase Lucas 24: 13–31). Él no dijo quién era. Él enseñó exactamente lo que les instruyó cuando estuvo en la carne. Solo después, lo reconocieron. ¿Por qué no se los dijo antes?

 

Cuando un hombre rico murió casi al mismo tiempo que Lázaro, el hombre rico le suplicó al padre Abraham que enviara a Lázaro de regreso para que le enseñara a su familia: “Si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán”. Sin embargo, Abraham respondió, “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de entre los muertos” (Lucas 16: 29–31). ¿Por qué no?

Cristo fue la vida y la luz de los hombres, una luz que “resplandecía en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendían” (Juan 1: 5). Él vino al mundo, pero los suyos no lo recibieron. Si la vida eterna es conocer a Dios, ¿por qué Él no reveló a Cristo de una manera más obvia? Él vino de una manera muy privada y discreta. Dios podía enviar un gran carruaje tirado por caballos blancos que volaran por el cielo, todos los días al medio día. El carruaje podía detenerse justo encima de la tierra, al igual que un eclipse de sol repentino y total, y una voz del más allá podría decir, “y ahora unas palabras de nuestro Creador”. ¿Por qué Él no hace cosas como esas?

 

Aprender de la experiencia nos enseña de maneras que nada más puede. Al diseñar Su plan para nuestra experiencia terrenal, Dios corrió el riesgo conscientemente de que algunos de Sus hijos no regresaran. ¿Él no tenía el poder de tocarnos con algún tipo de varita mágica que nos diera la capacidad de vivir con Él en el reino celestial?

Incluso el Salvador tuvo que someterse a las pruebas de la mortalidad, sin atajos. Él “ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte… Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreo 5: 7–9; énfasis añadido). De igual modo sucede con nosotros. Necesitamos leche antes de estar listos para el alimento sólido. “Porque todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de la justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por la costumbre tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5: 12–14; énfasis añadido). Solo “por la costumbre” podemos ejercitar nuestros sentidos para comprender verdaderamente tanto lo bueno como lo malo. ¿De qué se trata la experiencia que es tan esencial que vale la pena el riesgo de que no regresemos?

La Salvación y la exaltación no son solo metas abstractas. Los términos mencionados describen un proceso completo que requiere crecimiento, desarrollo y cambio. Un aspecto central de ese proceso de crecimiento es la oportunidad única que nos brinda la mortalidad de aprender por la experiencia, por la práctica, que es la única forma en que podemos desarrollar capacidades y habilidades. No solo estamos aquí para aprender hechos y absorber información. Hay algo con respecto a forzar a las personas a ser justas que interfiere, incluso impide, en el proceso que la rectitud, en un entorno libre, está diseñada a permitir. La vida en rectitud hace que algo suceda con las personas.

 

Existen dos tipos muy diferentes de conocimiento. Uno implica procesos racionales, tal como recopilar información y memorizar. Al otro tipo de conocimiento lo podríamos llamar desarrollo de habilidades, como aprender a tocar el piano, nadar, desarmar una computadora, o aprender a cantar, bailar o pensar. El proceso de llegar a ser como Cristo se trata más de adquirir habilidades que de aprender hechos y cifras. La única manera de desarrollar esas habilidades divinas es al vivir Sus enseñanzas. Incluso Dios no puede enseñarnos esas habilidades a menos que participemos plenamente en el proceso, con todas las pruebas y los errores que son inherentes al aprender una habilidad mediante la práctica.

 

¿Qué es lo que un entrenador podría mejorar en las habilidades de un atleta sin supervisar sus dificultades y errores? ¿Qué es lo que un profesor de piano podría enseñarles a sus alumnos a tocar si no practican? El “método de pensar”, en el que se animaba a los músicos jóvenes a aprender a tocar sus instrumentos solo al “pensar” en la música, parecía atractivo en The Music Man, pero es hasta ahí donde llega. Cuando el primer graduado del “curso hazlo sin practicar piano” suba al escenario de Carnegie Hall para tocar en un concierto de piano con la orquesta que lo espera, ¿qué crees que pasará? No mucho. ¿Por qué? Algunas cosas solo se pueden aprender mediante la práctica.

El académico europeo Michael Polanyi identifica las “habilidades” como un campo único de conocimiento.55 Escribe que con frecuencia la esencia de una habilidad no se puede describir, medir o especificar adecuadamente.

Por lo tanto, la habilidad no se puede transmitir mediante descripciones escritas e instrucciones destinadas a ser memorizadas por generaciones posteriores. “[La habilidad] se puede transmitir solo mediante el ejemplo del maestro al aprendiz”. De este modo, “un arte que ha caído en desuso durante el período de una generación se pierde por completo” y “esta pérdida suele ser irremediable. Es patético observar los innumerables esfuerzos—equipados con microscopía, química, matemáticas y electrónica—para crear un singular violín a la altura de la rutina de más de 200 años del poco ilustrado Stradivari”.56

 

Se deduce, entonces, que podemos aprender una habilidad solo por medio de la imitación del desenvolvimiento experto de alguien que ha dominado la habilidad. Incluso, cuando el maestro al que imitamos no puede especificar cada detalle del arte. Existe una estrecha analogía entre este hecho y el concepto central del Evangelio que nos indica que imitar el ejemplo del Salvador es la mejor manera de internalizar el Evangelio, una manera que va más allá de simplemente seguir mandamientos específicos y doctrinas detalladas. Polanyi nos dice nuevamente:

 

“El acto de aprender mediante el ejemplo consiste en someterse a la autoridad. Sigues a tu maestro porque confías en su manera de hacer las cosas, incluso cuando no puedes analizar y explicar en detalle su efectividad. Al observar al maestro y emular sus esfuerzos en presencia de su ejemplo, el pupilo aprende inconscientemente las reglas del arte, incluidas aquellas de las que el mismo maestro no tiene conocimiento explícito. Estas reglas ocultas solo pueden ser asimiladas por una persona que cede sin reservas a la emulación de otra persona. Una sociedad que desea preservar una fuente de conocimiento personal debe someterse a la tradición”. 57

Muchas personas no quieren probar la verdad del Evangelio porque no están dispuestas a someterse a la guía del Señor. Podemos pedirles a los escépticos que prueben el experimento de Alma y vean. Pero, a menudo, desean que “probemos” la propuesta de la fe antes de que se sometan de una manera que les parezca una pérdida de su libertad. Si dudan de que el proceso de vivir las enseñanzas del Evangelio realmente dé frutos, sus propias dudas se convertirán en una profecía que por su propia naturaleza se cumplirá, si no hay fe, no hay frutos.

A menos que cedan, participen y se pierdan en el proceso de la fe, no probarán el fruto del árbol de la vida. Sin total inmersión, no adquirirán la habilidad.

 

Una persona invidente, que tiene habilidad para usar un bastón ha aprendido a “ver” con el bastón. Sin embargo, esa persona no puede describir a alguien más, incluido otro invidente, lo que el bastón le dice exactamente. Aquellos que solo cierran los ojos durante un momento para saber cómo es la ceguera, es como si no estuvieran motivados a esforzarse lo suficiente como para aprender lo que el bastón puede decirles. ¿Por qué no? Porque a menos que estés ciego, no tienes que saberlo. La persona ciega debe estar dispuesta a practicar con el bastón, con todos los errores que inevitablemente conlleva la práctica. La práctica no solo se trata de repetición, requiere esfuerzos repetidos enfocados en aprender una habilidad específica y aprender de los errores, en la búsqueda de un progreso específico. 58

 

¿Cómo uno puede ayudar a los demás a ver eso? Nuestros amigos escépticos podrían decir, “¿Qué tiene de especial el reino celestial? Explícamelo para que pueda entenderlo y tal vez, entonces, pueda cumplir todos los mandamientos, someterme al Maestro y pasar por toda la práctica y la rutina. Pero, primero, demuéstrame que al final todo valdrá la pena”. ¿Qué podemos decir?

A menudo, es útil dar un testimonio personal, basado en la experiencia u hablar de personas cuyo ejemplo demuestre cómo se desarrolla una habilidad, incluso con todas las dificultades y los errores que se cometen durante la práctica. Pero, finalmente, la mente humana, resucitada o no, no puede comunicarle a otra mente humana a qué saben realmente los frutos maduros de la fe. Cada persona solo necesita confiar, plantar la semilla y probar el proceso con toda la disciplina que se requiere. Algo sucederá con aquel que lo intente sinceramente y, de ese modo, descubrirá que un propósito central de nuestra mortalidad es la oportunidad de desarrollar las habilidades y la capacidad, que son necesarias para que podamos vivir en el reino celestial.

Un niño de seis años carece de la capacidad mental y física para conducir un auto. Hasta que el niño esté listo para desarrollar las habilidades y el juicio requeridos, conducir en una autopista probablemente destruirá al niño y a las demás personas. Lo mismo es cierto sobre nuestra introducción prematura a la libertad y la responsabilidad de vivir en un reino gobernado por leyes celestiales. Esa oportunidad puede ser liberadora o devastadora, según nuestra preparación para recibirla.

 

El Señor dijo que “cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (DyC 130:18). “Principio de inteligencia” puede referirse a hechos, información y leyes del universo. Sin embargo, se refiere específicamente a la capacidad y las habilidades de Cristo tal como, el dominio propio, la obediencia, la compasión, la paciencia y la generosidad. ¿Por qué estaríamos condenados si viéramos una señal, si se nos revelara el velo muy pronto? Incluso si un auto volara por el cielo todos los días, ver tales maravillas no nos ayudaría a conocer realmente al Padre y al Hijo. La vida eterna, conocerlos, es una cualidad de la vida, el fruto del desarrollo largo, difícil y gradual de la capacidad de llegar a ser como Cristo es. Cuando empecemos a vivir como Él, comenzaremos a conocerlo.

 

La idea de que la exaltación es el resultado de un proceso de desarrollo de habilidades puede ayudar a explicar por qué existe un velo. La fe, el arrepentimiento y conocer a Dios son procesos y principios de acción, que se comprenden no solo al definirlos sino al experimentarlos. Dios es un gran maestro y Él sabe qué patrones y principios debemos seguir, y practicar, para desarrollar capacidades divinas. Él puede enseñarnos esas habilidades, pero solo si nos sometemos a Su guía.

 

Gran parte de la esencia del Evangelio de Cristo no se puede medir por completo, no se puede especificar totalmente, excepto como se entiende por la experiencia. Pero, esa no es razón para valorarlo menos. No podemos explicar íntegramente nuestras experiencias más significativas: nuestro amor por nuestras familias, nuestros testimonios, nuestros sentimientos de gratitud por el amor y la misericordia de Dios.

Reducir estas esencias a un contenido que podamos comunicar plenamente a otras personas, puede disminuir su carácter sagrado. Al igual que la belleza y el gozo, son muy importantes, muy matizados, para ser totalmente específicos.

 

Existe un velo entre nuestro mundo de mortalidad y el mundo de las eternidades de Dios. A veces, puede volverse muy delgado. Pero, para la mayoría de nosotros el velo permanece, ya que Él lo ha colocado ahí para ayudarnos a aprender cómo debemos vivir y en qué debemos convertirnos, para vivir con Él algún día.

Notas
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