“Santos, tomo II: Ninguna mano impía” está repleto de historias sobre lo bueno y lo malo que vino de establecerse en Utah y vivir una nueva religión.
Este segundo tomo del libro cubre temas desde la edificación de los templos, el crecimiento de la obra misional, los desafíos con la poligamia, los detalles de los terribles eventos de Mountain Meadows y un vistazo a la vida de los miembros de Europa hasta las islas.
A continuación, compartiremos las historias de 9 personas de las que quizás no escuchaste antes y se mencionan en el tomo II de Santos. ¡Veamos!
1. El abogado Thomas Kane, que no era miembro de la Iglesia, solía ayudar a los Santos.
También te puede interesar : Los “misioneros de oro” y 4 cosas que no sabías de los inicios de la obra misional
En los Estados Unidos, la noticia del tremendo reproche que Brigham Young dio al juez Brocchus [durante una conferencia en la que Brocchus estaba discursando] causó conmoción. Los periódicos acusaban a la Iglesia de estar en abierta rebelión en contra de la nación. Un editor recomendaba el envío de tropas militares a ocupar Utah y mantener la paz.
La fuente de las noticias era el propio Brocchus. Aunque Brigham había intentado hacer las paces con él después de la conferencia, Brocchus se rehusaba a pedir disculpas a los santos y redactó un informe muy áspero de la reacción de Brigham a su discurso.
“La efervescencia que produjeron sus palabras era verdaderamente atemorizante”, escribió Brocchus, “parecía que la gente (me refiero a una vasta porción de ellos) estaba lista para saltar sobre mí como hienas para destruirme”.
El periódico de la Iglesia, Deseret News, descartó esas acusaciones como infundadas. No obstante, entendiendo el daño que el relato de Brocchus podía ocasionar a la Iglesia, la Primera Presidencia le pidió ayuda a Thomas Kane, con la esperanza de que por sus talentos, influencias y por ser escritor, se pudiera evitar el escándalo.
Brocchus y otros dos oficiales partieron de Utah e inmediatamente comenzaron a esparcir sus historias, volcando la opinión pública en contra de los santos.
Thomas Kane accedió a ayudar y colaboró estrechamente con John Bernhisel, el representante de Utah en el Congreso, para dar a conocer al presidente de los Estados Unidos y a otros oficiales del gobierno la versión de los santos de la historia. Además, Brigham envió a Jedediah Grant, alcalde de Salt Lake City, un hombre muy franco y Santo de los Últimos Días de mucha confianza, para ayudar a Thomas en Washington, D. C.
Lea más sobre la historia del juez Brocchus y cómo ayudó Thomas Kane en el capítulo 10.
2. Rachel Hamblin, esposa del presidente de la misión india en el sur de Utah, Jacob Hamblin, defendió y cuidó a los 17 niños que sobrevivieron a la masacre en Mountain Meadows.
Después de eso, el hedor de la sangre y la pólvora se cernió sobre Mountain Meadows. Más de 120 emigrantes habían sido asesinados desde el primer ataque, ocurrido cuatro días antes.
Mientras algunos atacantes desvalijaban los cuerpos, Philip Klingensmith juntó a diecisiete niños pequeños y los transportó a la hacienda de Hamblin.
Cuando la esposa de Jacob Hamblin, Rachel, vio a los niños, la mayoría de ellos llorando y cubiertos de sangre, se le rompió el corazón. Una de las niñas más pequeñas, de un año de edad, había recibido un disparo en el brazo.
John D. Lee quería separar a la niña herida de sus dos hermanas, pero Rachel lo convenció para mantenerlas juntas. Esa noche, mientras Rachel cuidaba a los angustiados niños, John preparó una cama improvisada fuera de la casa y se fue a dormir.
Lee más sobre lo que causó esta tragedia y quiénes estuvieron involucrados en el capítulo 18.
3. El Santo de los Últimos Días Karl Maeser dió lecciones de música a los hijos de un ex presidente de los Estados Unidos.
En el verano de 1858, alrededor de la época en la que el ejército pasó por Salt Lake City, un maestro de escuela llamado Karl Maeser recibió una oferta halagadora de parte de la familia de John Tyler, expresidente de los Estados Unidos.
Durante meses, Karl había estado enseñando lecciones de música a los hijos de John y Julia Tyler en una espaciosa plantación en el sur de los Estados Unidos.
Karl, un inmigrante alemán, había impresionado a los Tyler con su buena educación, sus modales caballerosos y su humor sutil. Ahora le ofrecían pagarle un salario para que viviera cerca de ellos y continuara enseñando a sus hijos.
Lee más sobre esta historia en el capítulo 20.
4. Un misionero Santo de los Últimos Días, Walter M. Gibson, abusó de su posición como misionero para intentar construir un imperio insular.
Alma [Smith] le llevó la carta [que recibió de los Santos hawaianos] a Brigham [Young], quien se la leyó al Cuórum de los Doce el 17 de enero de 1864. Los Apóstoles acordaron que tenían que tomar medidas inmediatas.
Walter [M. Gibson] se había erigido como profeta, había malversado tierras de la Iglesia y oprimía a los Santos hawaianos.
Durante los dos días siguientes, los apóstoles se reunieron en privado con Walter. Se enteraron de que sus fechorías iban mucho más allá de vender las ordenaciones del sacerdocio. Era tan extraño que no se podía creer.
Cuando Walter llegó a Lanai, vio la oportunidad de comenzar con el vasto imperio del Pacífico que hacía mucho tiempo soñaba con establecer. Persuadió a los Santos hawaianos a que le donaran su ganado y sus propiedades personales para poder comprar tierras en la isla.
Inspirando a los Santos con su sueño de un imperio, organizó una milicia en la isla y entrenó a sus miembros para invadir otras islas. También envió misioneros a Samoa y a otras islas polinesias para preparar esas tierras para su gobierno.
La gente no tardó en tratarlo como a un rey. Nadie entraba en su casa para hablar con él a menos que lo hiciera sobre las manos y de rodillas.
Para inspirar asombro, él designó una gran roca ahuecada cercana a su casa como la piedra angular de un templo. Colocó un Libro de Mormón y otros documentos en la roca, la cubrió con maleza y les advirtió a los Santos que serían castigados si se acercaban.
Entérate de cómo los líderes de la Iglesia manejaron esta situación en el capítulo 22.
5. Martin Harris, aunque ya no era un miembro activo de la Iglesia, fue el guardián de una llave del Templo de Kirtland después de que los Santos se trasladaron al oeste.
Al llegar a Kirtland, James y William visitaron a Martin en su cabaña. Él era un hombre pequeño, vestido humildemente, de rostro delgado y curtido y en sus ojos había una mirada de disconformidad. William se presentó como un misionero de Utah y como cuñado del hijo de Martin.
“Uno de esos ‘mormones’ brighamitas, ¿verdad?”, gruñó Martin.
William intentó darle a Martin noticias sobre su familia en Utah, pero el anciano no pareció escucharlo. En cambio, dijo: “Quieres ver el templo, ¿verdad?”.
“Si podemos”, dijo William.
Martin recogió una llave y condujo a James y a William al templo. El exterior del edificio estaba en buenas condiciones. El revestimiento en las paredes exteriores todavía estaba intacto y el edificio tenía un techo nuevo y algunas ventanas nuevas. En el interior, sin embargo, James vio que el revestimiento se caía del techo y las paredes, y que parte de la carpintería estaba manchada y deteriorada.
Caminando de una habitación a otra, Martin testificó de los sagrados eventos que habían ocurrido en el templo, pero después de un rato se cansó y se detuvieron para descansar.
“¿Todavía cree que el Libro de Mormón es verdadero y que José Smith fue un profeta?”, le preguntó William a Martin.
El anciano pareció cobrar vida. “Yo vi las planchas. Yo vi al ángel. Oí la voz de Dios”, declaró, con su voz vibrando de sinceridad y convicción. “Bien podría dudar de mi propia existencia tanto como dudar de la autenticidad divina del Libro de Mormón o del llamamiento divino de José Smith”.
Lee más sobre la historia de Martin Harris y el viaje de regreso a Utah en el capítulo 25.
6. Una conversa de México, Desideria Quintanar de Yáñez, tuvo un sueño sobre un libro de la Iglesia.
Una noche, en esa época, Desideria Quintanar de Yáñez tuvo un sueño en el que vio un libro llamado Voz de amonestación que se imprimía en Ciudad de México. Al despertar, ella sabía que debía encontrar ese libro.
Desideria era descendiente del gobernante azteca Cuauhtémoc y era muy respetada en Nopala, el pueblo donde ella vivía con su hijo, José. Aun cuando la mayoría de las personas en México eran católicas, Desideria y José pertenecían a una congregación protestante local.
Desideria sintió que debía ir a Ciudad de México a buscar el misterioso libro, pero la ciudad se hallaba a unos 120 kilómetros de distancia. Podría viajar parte del trayecto en una línea del ferrocarril, pero la mayor parte del camino debería recorrerla a pie por caminos sin pavimentar. Desideria tenía más de sesenta años y no se hallaba en condiciones físicas para hacer el arduo viaje.
En su determinación por hacerse con el libro, le relató a su hijo el sueño. José le creyó y partió prontamente hacia Ciudad de México en busca del libro desconocido.
Lee más acerca de dónde José encontró el libro y qué libro era en el capítulo 32.
7. Anthon Lund fue el primer apóstol cuya lengua materna no era el inglés.
A diferencia de los demás miembros del Cuórum de los Doce, Anthon nunca había practicado el matrimonio plural.
También fue el primer Apóstol de la era moderna cuya lengua nativa no era el inglés.
Wilford Woodruff confiaba en que esas diferencias podían ser valiosas para el Cuórum y sabía, además, que el llamamiento de Anthon era la voluntad de Dios.
Sus modales amables y la habilidad que tenía Anthon de hablar varios idiomas podían ayudar a conducir a la Iglesia al próximo siglo.
Lee más sobre el élder Lund en el capítulo 39.
8. El futuro apóstol John A. Widtsoe atravesó una crisis de fe mientras asistía a Harvard.
Anna [Widtsoe] estaba preocupada por John, quien recientemente había escrito sobre sus luchas por creer en algunos aspectos del Evangelio.
En Harvard, había aprendido muchas cosas de sus profesores, pero las disertaciones de ellos también lo habían llevado a cuestionar su fe. Sus dudas le llegaban hasta el alma; algunos días negaba la existencia de Dios, mientras que otros la afirmaba.
Afligida grandemente por las dudas de él, Anna oraba a diario por su hijo, aunque sabía que él tenía que obtener su propio testimonio del Evangelio.
“Si no has obtenido antes un testimonio por ti mismo, entonces ha llegado el momento de que obtengas uno”, le escribió ella. “Si buscas con sinceridad y vives una vida pura, entonces lo recibirás. Sin embargo, debemos trabajar para obtener todo lo que tenemos”.
Lee más sobre John A. Widtsoe en el capítulo 44.
9. El presidente Ulysses S. Grant visitó Utah y se dio cuenta de que había sido “engañado” con respecto a lo que se decía sobre los habitantes de ese lugar.
Más adelante, tras llegar a Salt Lake City, Brigham se despidió de los Grant, expresándoles que esperaba que disfrutaran la visita.
De la estación ferroviaria, los Grant luego emprendieron un recorrido por la ciudad con George Emery, el gobernador del territorio.
Conforme el carruaje se acercaba a la Manzana del Templo, vieron hileras de niños vestidos de blanco a lo largo de las calles con sus maestros de la Escuela Dominical; a medida que pasaban los Grant, los niños arrojaban flores a la calle y cantaban a los visitantes.
Impresionado, el presidente Grant preguntó: “¿De quiénes son esos niños?”
“Son niños mormones”, dijo el gobernador.
El presidente permaneció en silencio durante varios segundos. Todo lo que había oído sobre los santos lo había llevado a creer que eran un pueblo deteriorado. Sin embargo, la apariencia y la conducta de aquellos niños sugería otra cosa.
“He sido engañado”, murmuró.
Lee más sobre esta visita y la conversación de la Primera Dama con Brigham Young en el capítulo 28.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por ldsliving.com con el título “From a nonmember defending the Saints to an ex-missionary attempting to build an empire: 9 surprising stories from Saints 2”.