La vergüenza es un sentimiento que nos lleva a creer que no estamos a la altura de lo ideal y que somos incapaces de cambiar.
Mientras el mundo intenta hacernos sentir culpables, se nos olvida que tenemos el poder de aceptar o rechazar la opinión de los demás, especialmente cuando pasamos a la adultez.
El sentimiento de vergüenza impide que las personas cambien, ya sea cuando somos nosotros quienes lo inculcamos en los demás o cuando son los demás quienes lo despiertan en nosotros.
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Si una persona se ha acostumbrado a sentirse culpable de todo desde la niñez, es muy probable que le lleve mucho tiempo lograr despojarse de esos pensamientos y emociones tan marcados.
Sin embargo, es posible superar el sentimiento de vergüenza con la ayuda de amigos que nos apoyan, por medio de la ayuda de un terapeuta y, sobre todo, mediante el poder de la expiación de Jesucristo.
Pensemos en ello, si queremos que los demás dejen de menospreciarnos, debemos dejar de menospreciar a los demás.
La diferencia entre la vergüenza y la culpa
El Salvador ve a las personas como seres capaces de cometer errores, pero que a su vez son capaces de cambiar mediante la Expiación.
La esperanza de cambio es un sentimiento inherente al arrepentimiento, que lleva a las personas a sentirse “mal” por los errores que cometieron, pero que nunca los llevará a sentir una vergüenza sin fin.
Hace un par de años, leí un libro de Sue Bergin, titulado “¿Soy todavía una santa?”, donde se explica la diferencia entre el sentimiento de culpa y el sentimiento de vergüenza.
“Brené Brown, investigadora del Colegio de Graduados de Trabajo Social de la Universidad de Houston, ha realizado estudios sobre el sentimiento de vergüenza durante más de una década y define este último como ‘un doloroso e intenso sentimiento de imperfección que hace que las personas no se sientan dignas de ser amadas’”.
Haz una distinción clara entre la culpa y la vergüenza explicando que la vergüenza consiste en sentir que somos malos, mientras que la culpa nos hace sentir que hemos hecho algo malo.
Reconocer que hemos cometido un error es muy diferente a creer que nosotros somos el error. Una nos lleva al arremetimiento y la otra nos lleva a la desesperación.
Aquí te compartimos cuatro cosas que puedes hacer para ayudarte a superar el sentimiento de vergüenza, un enemigo silencioso que acaba con nuestra esperanza.
1. Establece relaciones con personas que nos dan ánimo
En lo personal, he tratado de distanciarme de las personas que me envían mensajes despectivos. Con frecuencia, las personas que no pueden resolver sus propios problemas proyectan sus miedos, ira e inseguridades en los demás.
La parábola de Jesús sobre la paja y la viga en Mateo 7 habla de esta dinámica. No debemos buscar la compañía de personas que nos hagan tener sentimientos negativos.
2. Habla con un profesional
En ciertos momentos de nuestra vida, necesitaremos ayuda para poder seguir adelante. Podemos acudir a los líderes de la Iglesia y/0 a un profesional.
No hay nada de malo en recibir este tipo de ayuda, por el contrario, es un acto de valentía. Esto puede ayudarnos a restablecer relaciones con los demás, trazarnos límites y conocer mejor quienes somos.
3. Aprovecha al máximo el poder de la expiación
La Expiación puede ayudarnos de varias maneras.
Primero, nos ayuda a aceptar que somos hijos de Dios, que tenemos un Padre Celestial amoroso que nos creó para ser una fuerza para bien, que tenemos un valor infinito e inigualable.
Segundo, mediante el arrepentimiento, la Expiación nos da la oportunidad de cambiar.
Tercero, incluso si todavía no hemos superado todas nuestras deficiencias, la Expiación puede cubrir lo que nos falta, siempre que estemos comprometidos a hacer nuestra parte.
4. Deja de fomentar en otros el sentimiento de culpa
Me doy cuenta de que, en ocasiones, yo también he cometido este error a causa del temor y el enojo.
En lugar de centrarnos en las faltas de los demás, debemos tratar de reconocer nuestras fortalezas.
Y si tenemos que hablar sobre los errores de otra persona, como lo haría un padre a su hijo, debemos tener cuidado al hablar de ella para no herir su autoestima, tal como se aconseja en Doctrina y Convenios 121: 43, “…demostrando mayor amor hacia el que [hemos] reprendido”.
Busquemos el amor puro de Cristo para amarnos unos a otros.
Aceptemos el amor de Dios por nosotros. Amémonos a nosotros mismos. Y centrémonos en lo positivo.
Fuente: lachiesarestaurata.it