Nota del editor: los puntos de vista, la información o las opiniones expresadas en esta columna pertenecen únicamente al autor. Los lectores deben considerar cada situación única. Este contenido no sustituye el asesoramiento profesional personal.
Pregunta
Recientemente, perdí a un ser muy querido. Algunos miembros de la Iglesia me dicen que debería sentirme agradecida por mi conocimiento sobre el plan de salvación y la eternidad. Eso es verdad, pero no me quita el dolor. ¿Cómo puedo encontrar consuelo en esas verdades eternas?
Respuesta
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Muchas gracias por comunicarte conmigo. A veces, nosotros, como miembros de la Iglesia, con buenas intenciones y en nuestros esfuerzos por “consolar a los que necesitan consuelo”, es posible que no pasemos suficiente tiempo siguiendo el consejo de “llorar con los que lloran” (Mosíah 18: 9).
Con esto quiero decir que, en nuestros esfuerzos por elevarnos, apoyarnos y fortalecernos unos a otros, podemos evitar sentir el dolor de la pérdida de los que nos rodean.
Sin embargo, el dolor es una parte importante de nuestra experiencia terrenal y de seguir la senda del Salvador.
Si bien es posible que algunos no te apoyen de la manera que necesitas, eso no significa que no puedas experimentar el dolor de una manera sana.
Leemos que Cristo lloró con María y Marta mientras sentían dolor por la muerte de su hermano Lázaro. Lloramos porque amamos.
El psiquiatra inglés Colin Murray Parkes, dijo:
“El duelo forma parte de la vida tanto como la alegría del amor; es, quizás, el precio que pagamos por el amor”.
Otro dijo:
“El dolor es solo amor sin ningún lugar a donde ir”.
Incluso, en la cultura popular, como en un episodio reciente de WandaVision de Marvel, encontramos las sabias palabras:
“¿Qué es el dolor, si no el amor perseverante?”
El dolor no se puede “quitar”, debe sentirse. El dolor exige ser experimentado. Incluso, el Señor, que es la Resurrección y la Vida, experimentó este profundo dolor de pérdida.
El conocimiento del plan de salvación brinda consuelo y esperanza. Sin embargo, la ausencia de alguien que amas se siente profundamente. Es bueno sentir ese dolor, incluso si no se siente bien.
El duelo es un acto de amor por los que han partido de este mundo.
Ese duelo no será superado hasta el último día cuando “Dios enjuague toda lágrima de tus ojos; y ya no haya más muerte, ni haya más llanto, ni clamor ni dolor” (Apocalipsis 21: 4).
Hasta entonces, el dolor es una parte necesaria de nuestro desarrollo de la compasión, de expandir nuestra comprensión de la mortalidad y la eternidad, y de aumentar nuestra capacidad de amar.
Tras la pérdida de su amada esposa Marjorie, el presidente Gordon B. Hinckley expresó:
“Mis hijos y yo estuvimos a su lado cuando ella plácidamente entró en la eternidad. Confieso que al sostener su mano y ver cómo la vida mortal iba alejándose de ella, me sentí sobrecogido.
Inmediatamente después de su fallecimiento, recibimos enormes manifestaciones de amor de todas partes del mundo por medio de hermosas ofrendas florales. Recibimos, literalmente, cientos de cartas.
Tenemos cajas llenas de ellas, procedentes de muchas personas conocidas y otras a quienes no conocemos.
Todas expresan admiración por ella, así como pesar y amor por nosotros, a quienes ella dejó atrás.
Lamentamos no haber podido responder en forma individual a esas muchas expresiones personales, así que ahora aprovecho esta oportunidad para agradecerles a todos y a cada uno su gran bondad hacia nosotros.
Muchísimas gracias y por favor perdónennos por no haber podido contestar, pero nos habría resultado imposible hacerlo.
Sepan, sin embargo, que tales manifestaciones han sido de gran consuelo en momentos de tanto dolor”. (“Las mujeres en nuestras vidas ”, Conferencia General de octubre de 2004)
Hay un gozo que solo llega a través del dolor.
Hay un amor que solo se experimenta a través del dolor.
Existe una conexión que solo se logra a través de consolarnos, que es más profunda que cuando simplemente compartimos los buenos momentos.
Experimentar este dolor como lo haces ahora y tu necesidad de que otros lloren contigo en lugar de apresurarse a consolarte, permite que tú estés allí para otros cuando experimenten una pérdida.
El dolor no termina, pero cambia de forma. Evitarlo, puede consumirte. Experimentarlo, hará que evolucione.
El dolor es menos agudo y frecuente con el tiempo, y es reemplazado por gratitud y buenos recuerdos. Aprendemos a vivir con eso. Experimentamos alegría nuevamente. Vivimos la vida y honramos a los fallecidos.
Sin embargo, el dolor probablemente estará allí hasta nuestra reunión celestial, que es parte de lo que hará que ese momento sea tan grandioso.
Hasta entonces, permítete llorar. Pídele al Señor consuelo y fortaleza. Él ha experimentado todas las cosas y sabe cómo elevarte (véase Alma 7: 11-12).
Encuentra esperanza en Su expiación y resurrección.
Recuerda que tener el corazón roto e incluso estar devastado no es un signo de debilidad o falta de fe es solo parte de la mortalidad, parte de vivir.
La única forma de nunca sentir dolor es nunca amar. En ese sentido, el mandamiento de amarnos unos a otros por extensión se aplica al dolor por la pérdida de alguien a quien amamos, incluso cuando nos regocijamos por su paso a la siguiente fase de su viaje eterno.
Espero que esto te haya ayudado.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Jonathan Decker y fue publicado en ldsliving.com con el título “Ask a Latter-day Saint therapist: How do I manage grief while looking forward to eternity?”