Existen ciertas tensiones naturales entre la fe y la razón, que ofrecen una variación instructiva sobre el tema de las tensiones entre la simplicidad y la complejidad tempranas. A medida que buscamos la relación correcta entre la fe y la razón, ese proceso nos prepara para alcanzar una forma aún más alta de resolución en aquella simplicidad.
Después de regresar de la misión, me inscribí en la clase de “Problemas Religiosos” en la que nos conocimos Marie y yo. En la clase, cada alumno debía elegir un tema para estudiar y compartir, muchos de los temas eran similares a las preguntas que los jóvenes Santos se hacen hoy en día. Por ejemplo, uno de nuestros amigos cercanos de esa clase era el talentoso y fiel, Dillon Inouye. Su pregunta fue, “¿Se ha restaurado realmente el Evangelio de Jesucristo? Mientras, Marie decidió hablar sobre, “¿Cómo puedo sentir más la influencia del Espíritu Santo en mi vida?” Por otro lado, mi pregunta era si debía ser un mormón liberal o conservador. Sinceramente, mi pregunta era cuánto debíamos desarrollar nuestras mentes y pensar por nosotros mismos, en comparación con cuánto debíamos confiar en la autoridad de la Iglesia y la guía espiritual.
El profesor de historia de BYU, Richard Poll, escribió un artículo en esa época, titulado “Lo que la Iglesia significa para personas como yo”.
Dijo que la mayoría de miembros de la Iglesia encajaban en uno de los dos campos diferentes: Podían ser mormones rígidos, “asidos a la barra de hierro”, que deseaban sin lugar a dudas que la Iglesia o el Espíritu les dijera exactamente cómo vivir, o eran mormones “Liahona”, para quienes el Evangelio señalaba una dirección deseable y general, pero que mayormente tendían a depender de su propio juicio para decidir cómo vivir. 37 Al hacer referencia a las dos categorías de Poll, nuestro amigo Dillon dijo que preferiría leer un artículo que se titulara, “Lo que significa la Iglesia para personas como… Dios”.
Dillon, Marie, nuestros compañeros de clase y yo, estábamos experimentando lo que el sociólogo Thomas O’Dea denominó “el problema más importante del mormonismo”. En su libro de 1957, “The Mormons”, dijo que “el gran énfasis en la educación [superior]” de la Iglesia creó un conflicto serio e inevitable para los universitarios Santos de los Últimos Días, ya que el enfoque literal y autoritario de la Iglesia en la religión chocaba con el escepticismo y la independencia que fomentaban los estudios a nivel universitario, al igual que lo “ideal” frente a lo “real”. Para O’Dea, ese era un gran problema: “El encuentro del mormonismo, y el aprendizaje moderno y secular que todavía tiene lugar. Del [resultado de esta fuente de tensión y conflicto] dependerá el futuro del mormonismo”. 38
Cincuenta años más tarde, una investigación de confianza demostró que, a diferencia de otros grupos religiosos, en cuanto más educación reciba un mormón, es más probable que tenga un compromiso religioso fuerte. Por ejemplo, el 84% de los mormones que se graduaron de la universidad, tienen un alto compromiso con la religión, en comparación con el 50% de los mormones que solo tienen educación secundaria. 39
Al ver el nivel académico cada vez más alto de BYU, pude darme cuenta de lo comprometida que estaba la Iglesia con la educación superior. Regresé de la misión con perspectivas más amplias que alimentaron mi hambre, incluso mi pasión, por aprender. Estaba cerca de algunos profesores universitarios Santos de los Últimos Días, cuyos ejemplos me motivaban a aprender. Uno de ellos me contó que J. Golden Kimball dijo que no podemos esperar que el Espíritu Santo piense por nosotros.
Otro de mis profesores favoritos tenía un gran amor por la literatura y el arte, y enfatizó que lo que más necesitaban los estudiantes era su propia disciplina y su creatividad para desarrollar los dones que Dios les dio.
Mi profesor de piano de la escuela secundaria era Reid Nibley, el hermano menor de Hugh Nibley (Erudito americano la Iglesia s que fue profesor en la Universidad Brigham Young durante casi 50 años. Fue un autor prolífico). Reid era un artista brillante a nivel espiritual y extraordinario a nivel profesional. Me enseñó que una mayor sensibilidad a la música incrementaría mi sensibilidad espiritual. Además, dijo que el Señor nos ha dado la naturaleza y el arte “para alegrar el corazón y animar el alma” (DyC 59:18–19).
Después, me encontré con mentores que procedían de diferentes apreciaciones. Mi presidente de misión, a quien quiero y admiro, me introdujo a las doctrinas sobre conocer al Señor y confiar en el Espíritu. Llegué a apreciar esas doctrinas cuando vi sus frutos en la obra misional. A menudo, decía, “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5). Hizo hincapié en la plena confianza de Cristo en el Padre: “El Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). Entonces, para él, “Cristo fue el hombre menos original que alguna vez existió”. Además, advirtió sobre las personas que tomaban demasiado en serio la literatura y el arte.
Asimismo, crecí cerca de un respetado maestro de seminario. Cuando me preguntó qué planeaba estudiar en BYU, dije que deseaba aprender todo sobre historia, literatura y filosofía. Respondió con gran preocupación que debía evitar esos cursos porque podían conducir fácilmente a las personas hacia lo que llamaba “apostasía intelectual”.
Por lo tanto, mi “problema religioso” reflejaba la confusión que sentía al intentar conciliar los puntos de vista entre estos mentores. Nuestro profesor, West Belnap, me dijo después de la presentación de mi clase, “Bueno, algunas personas lo tienen en sus mentes y otras, en sus corazones. Creo que es mejor tenerlo en ambos lugares”. Entendí eso como un llamado a un equilibrio simple. Esa actitud me ayudó a rechazar el enfoque de uno u otro modo de pensar con respecto a mi pregunta. Comencé a ver los problemas desde cada extremo.
Por ejemplo, fui testigo del extremo conservador de la religiosidad demasiado entusiasta. Me llamaron como compañero de misión de estaca de alguien que estaba seguro de que el Espíritu Santo le susurraba casi constantemente, hasta los detalles de sus pensamientos y decisiones. A menudo, llevaba un pequeño libro en el que escribía largas oraciones para capturar lo que creía que el Espíritu le estaba diciendo. Se sacudía el polvo de los pies después de que nos alejábamos de la puerta de alguien que no estaba interesado en nuestro mensaje. Unos años después, llegó a la conclusión de que la Iglesia estaba equivocada y que Dios lo llamó a reformar la Restauración. Atrajo a un seguidor pequeño y fiel. Finalmente, su tendencia a “traspasar lo señalado” resultó en múltiples tragedias para él, su familia y sus seguidores.
Más tarde, me llamaron como consejero de dos obispos de barrios de estudiantes, muy diferentes, que ilustraron el amplio espectro de las personalidades y actitudes que encontramos entre los líderes de la Iglesia. Una de ellas era altamente autoritaria, rígida y desconfiada con respecto a las disciplinas académicas. La otra, se encontraba en el otro extremo del espectro, tenía un libre pensamiento, era analítica y académica. Estaba cerca de algunas Autoridades Generales y le gustaba hablarnos acerca de las fuertes diferencias de opinión entre los líderes. Después, comenzó a ver no solo las diferencias en los puntos de vista, sino los defectos personales serios en estos líderes. Estas preocupaciones lo carcomían, comprometían su voluntad para seguir los consejos de los líderes generales de la Iglesia, cuyos puntos de vista eran diferentes a los suyos. Unos años más tarde, también abandonó con rencor tanto a la Iglesia como a su familia.
Estas experiencias reforzaron mi inclinación a buscar lo que simplemente llamaría un enfoque equilibrado. No necesitaba hacer una elección permanente entre mi corazón y mi mente. Pude darme cuenta de que la tensión entre la fe y la razón tiene una historia muy larga. Durante Su tiempo, Cristo enseñó Su Evangelio casi exclusivamente a las personas que tenían origen hebreo. Pocos años después de Su muerte, los gentiles del Imperio Romano, que eran de descendencia griega comenzaron a ingresar a la iglesia cristiana, hasta que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV. Ese gran cambio histórico fusionó la cultura hebrea y la cultura grecorromana. De ese modo, se combinaron dos tradiciones religiosas muy diferentes.
Un historiador dijo que esta fusión colocó “toda la tradición hebrea sobre la cultura clásica [griega y romana]”. 40 Además, debido a que el pensamiento griego influyó fuertemente en el Imperio Romano, otro historiador escribió, “Aquí hubo dos razas [la griega y la hebrea], que vivían cerca [pero] en completa ignorancia mutua. Fue la fusión de lo más característico de estas dos culturas—la seriedad religiosa de los hebreos junto con la razón y la humanidad de los griegos—lo que constituiría la base de lo que sería más tarde la cultura europea”. 41
Al hacer referencia a este hito de la historia, Daniel Peterson de BYU escribió que el cambio del centro del cristianismo de Jerusalén a Atenas y el mundo de habla griega cortó gradualmente los lazos del Nuevo Testamento con sus raíces en el mundo hebreo del Antiguo Testamento. La influencia griega resultante preservó las palabras de Cristo en el Nuevo Testamento solo en el idioma griego. “Los mormones”, escribió, “reconocen en esta [absorción griega del cristianismo] al menos un aspecto de lo que llaman ‘la Gran Apostasía’”. 42
Tanto el Evangelio restaurado como la cultura estadounidense comprenden aspectos que hacen uso de una ascendencia hebrea y griega. Eso me ayudó a saber por qué tuve conflictos en mis días de estudiante. Por ejemplo, gran parte de las monedas estadounidenses, llevan dos frases familiares: “Libertad” y “confiamos en Dios”. La “libertad” personal del individuo fue un elemento clave en los valores griegos. Para los griegos, el hombre es la medida de todas las cosas. Para Sócrates, nada era más importante que “conocerse a uno mismo” y su máximo objetivo fue ennoblecer al hombre a través de la razón.
Sin embargo, la otra frase de la moneda, “confiamos en Dios”, habría dejado perplejo al griego de la antigüedad, a pesar de que se dirigía directamente al alma hebrea, que confiaba plenamente en Dios.
El modelo hebreo buscaba glorificar a Dios, no al hombre. Uno alcanzaba esta meta a través de la fe y la obediencia, no solo a través del razonamiento humano. Esta pequeña comparación contiene las semillas de innumerables argumentos, que contrastan la razón con la fe.
La Restauración valora tanto la libertad personal como la razón. Ninguna otra religión o filosofía tiene una visión más elevada de la naturaleza y el potencial del hombre, como lo evidencian las escrituras, tales como “Esta es mi obra y mi gloria, llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39) y “El hombre fue en el principio con Dios” (DyC 93:29). Otras escrituras enfatizan el lugar de la razón: “te digo que debes estudiarlo en tu mente” (DyC 9:8) y “todas las cosas indican que hay un Dios” (Alma 30:44). Asimismo, el Élder John A, Widtsoe escribió un libro Santo de los Últimos Días titulado “A Rational Theology”.
Por otro lado, la Restauración enseña que todas las bendiciones se reciben según la obediencia (véase DyC 130:20–21). La fe en Dios es tanto el primer principio del Evangelio como un control esencial contra la libertad sin restricciones y la razón. Cuando desobedecemos a Dios, no solo rechazamos la autoridad divina, sino que perdemos el derecho a futuras bendiciones.
Observa en el diagrama de la parte arriba los dos círculos que se superponen parcialmente entre sí. Un círculo representa la tradición griega, con énfasis en la razón y el individualismo. El otro círculo representa la tradición hebrea, con énfasis en la fe y el autoritarismo.
En el extremo izquierdo del espectro, se encuentra la tradición griega. En el extremo derecho, se encuentra la tradición hebrea. Dentro de la superposición, se pueden comparar ambas tradiciones.
Tendremos problemas si el rígido autoritarismo de nuestra raza hebrea se libera completamente de la racionalidad de apoyo de nuestra raza griega. Eso fue lo que sucedió con mi antiguo compañero de misión de estaca, la raza hebrea se descontroló. Sin el control de la razón y el sentido común, se desvió del extremo derecho y se convirtió en una especie de “mormón sectario”.
En cambio, el obispo se detuvo cuando no pudo comprender cuál era su camino entre las diferencias y las limitaciones que percibió entre algunos líderes de la Iglesia. Su compromiso sin restricciones con la razón finalmente lo llevaron a abandonar la Iglesia, la tensión griega se descontroló. Podríamos considerar a aquellos que mencionamos en este extremo del espectro como “mormones culturales”, que aceptan esa parte del Evangelio que satisface su estándar de racionalismo. Por lo tanto, podemos caer del borde del extremo derecho o izquierdo: ambos posibles respuestas a la complejidad que crea la tensión entre la fe y la razón.
El área de superposición, en la que coexisten los principios individualistas y autoritarios, ofrece una perspectiva más productiva. Aquí, tanto el autoritarismo como el individualismo actúan como una comparación de uno con el otro. Ambos conjuntos de principios son verdaderos y juegan un papel importante en nuestras decisiones y actitudes, aunque las circunstancias diferentes pueden conducir a resultados diferentes en casos particulares. Se produce una interacción similar de control y equilibrio entre la fe y la razón, que se extiende en el área de la superposición.
Dentro de la superposición de nuestra herencia doble, los principios verdaderos extraídos de ambas tradiciones a veces pueden competir y entrar en conflicto. Por ejemplo, como se señaló anteriormente, la palabra “libertad” está en tensión natural con la frase “confiamos en Dios”. Si confiamos en Dios, tendremos que limitar nuestra libertad a los límites que Él establece. Además, sabemos que las enseñanzas de Cristo están repletas de paradojas similares—principios verdaderos que parecen estar en conflicto, pero que las doctrinas más elevadas pueden conciliar.
Por lo tanto, West Belnap tenía razón. Debemos alimentar nuestros compromisos religiosos tanto en nuestros corazones como en nuestras mentes, incluso si eso significa que también tenemos que lidiar con paradojas.
Asimismo, me di cuenta de que la mejor manera de resolver dichas tensiones no es través de las discusiones abstractas, sino a través de los ejemplos de personas reales, tal como el Élder Neal A. Maxwell, cuyo corazón y mente trabajaban muy bien en conjunto. Por ejemplo, para animar a los profesionales Santos de los Últimos Días a contribuir plenamente con los intereses de sus disciplinas y la Iglesia, dijo, “En BYU, no podemos permitir que el mundo condene nuestro sistema de valores al señalar nuestra mediocridad profesional”.43 Asimismo, les dijo a los estudiantes y al cuerpo docente de BYU que no tuvieran temor de enfrentar al mundo que se encuentra fuera de la Iglesia, ya que el mundo los necesita. Les invitó a ser como José de Egipto. Durante la hambruna espiritual de hoy en día, inclinarse a la lucha y recurrir a los poderes divinos en su trabajo profesional que les permite convertirse en parte de las soluciones de la sociedad, no solo en otra boca hambrienta que alimentar.
Los instó a tomar en serio tanto el estudio como el discipulado, ya que el estudio fiel reúne la vida de la mente y la vida del espíritu. Al mismo tiempo, creía que cada dimensión del Evangelio era relevante para los problemas sociales de hoy en día y que, siempre que fuera posible, los eruditos Santos de los Últimos Días deberían tomar sus premisas de investigación de las enseñanzas del Evangelio.
El equilibrio ofrece un marco útil para resolver la tensión entre los principios en conflicto. Siempre nos paramos mejor en dos piernas que en una. Pero, hay más. Ahora, necesitamos preguntar qué hay más allá del equilibrio.