Con su estilo cálido y característico, la hermana Reyna I. Aburto, segunda consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, nos invita a considerar las diferentes formas en que podemos buscar la ayuda y la guía del Salvador.
A medida que avanzamos en este viaje terrenal, a veces nos encontramos en medio de tribulaciones y dolor.
Experimentamos situaciones desgarradoras y se vuelve difícil creer que cuando buscamos al Salvador y volvemos nuestro corazón a Él, Él tendrá el poder de sanarnos.
En otras ocasiones, experimentamos períodos de pereza espiritual en nuestras almas.
Actuamos por inercia, pero no nos comprometemos a acercarnos a Dios para poder recibir Su ayuda (DyC 58:27).
También te puede interesar: Pdte. Eyring: Puede que Él no te retire las cargas, pero te dará fortaleza y esperanza
Crecí como católica y aunque creía en Dios, no tenía una comprensión clara de Su naturaleza y Su amor por mí.
Creía en Jesucristo, pero no comprendía realmente cuánto lo necesitaba en mi vida y que tenía que ser más proactiva para acercarme a Él para ser salva por Su gracia.
Estaba en una especie de “sueño espiritual” y era “espiritualmente perezosa”. No tenía el deseo de hacer algún tipo de esfuerzo para entrar en contacto con los cielos en busca de ayuda o dirección en mi vida.
No fue hasta que cumplí veintiséis años que “volví en [mí]” (Lucas 15:17), como el hijo pródigo.
En ese tiempo, acababa de pasar por la dolorosa separación de mi primer esposo.
Tenía un hijo de tres años, Xavier, a quien amaba con todo mi corazón. Estaba abrumada por el temor y la desesperación.
Fue entonces, a través de la Luz de Cristo, que recibí un testimonio del evangelio restaurado de Jesucristo.
Sentí el deseo sincero de unirme a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y comenzar a participar en este extraordinario viaje de discipulado. Experimenté altibajos como todos los demás.
Todo lo que necesitaba era tener el deseo de alcanzar al Salvador, volver mi corazón a Él, creer en Él y actuar según esa creencia.
En ese momento, no era físicamente perezosa, estaba ocupada y trabajando arduamente para mantenerme a mí y a mi hijo. Sin embargo, estaba atravesando por un largo período de pereza espiritual, sin acercarme a Dios.
Independientemente de nuestras circunstancias, todos debemos atraer el poder del Salvador a nuestra vida en todo momento.
Debemos esforzarnos por tener una comprensión clara de nuestra naturaleza y propósito divinos para que cada decisión que tomemos en la vida pueda ser guiada por nuestro deseo de recibir la virtud y la sanación del Salvador.
Todos podemos ejercer constantemente todos nuestros poderes, esforzarnos física y espiritualmente y acercarnos al Salvador para que nuestras aflicciones puedan ser “consumidas en [Su] gozo” (Alma 31:38).
Para lograr eso, podemos comenzar con el deseo de acercarnos a Él, nutrir ese deseo y ejercer todos nuestros poderes, hasta que el deseo se convierta en fe en el poder que Él tiene para ayudarnos y sanarnos.
Sé que tenemos un Padre Celestial, que nos ama y conoce a cada uno de nosotros personalmente.
Sé que nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito, el Príncipe de Paz, y que Él tiene el poder y el deseo de sanarnos y rodearnos con Sus amorosos brazos mientras atravesamos este viaje terrenal.
Él nos ama a cada uno de nosotros, nos conoce a cada uno de nosotros, quiere que nos acerquemos a Él, y “desde Su perspectiva, [no estamos] tan lejos”.
Nos ha enviado al Consolador, el Espíritu de verdad, que nos testifica del poder salvador y habilitador que proviene de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor.
Podemos alcanzar al Salvador cuando ejercemos todos nuestros poderes y nos esforzamos de formas sencillas, pero significativas para acudir constantemente a Él.
Fuente: LDS Daily