Presidente Oaks: Nuestra mayor aspiración es llegar a ser como nuestros Padres Celestiales

ángeles

Todos sabemos o hemos escuchado de Dios, sin embargo, hay más detrás de ese concepto. Se trata de la creencia de que nosotros somos hijos de un Dios, que es nuestro Padre, y cómo el conocimiento de esta relación puede y debería impactar quienes somos como personas.

Lo que creemos acerca de nuestros Padres Celestiales debería influir en nuestros corazones y nuestras acciones. Debe cambiar nuestra manera de pensar y de vivir.

Una de las implicaciones más gloriosas y maravillosas del Evangelio restaurado es que entendemos que podemos esforzarnos por alcanzar el objetivo de “volvernos más como Dios”.

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Es un objetivo eterno que nos impulsa hacia la exaltación que está más allá de la salvación y eso nos permite vivir con Dios y Cristo en Su reino celestial.

Es lo que sabemos acerca de Dios lo que nos permite tratar de volvernos más como Él, por lo que atesoramos las declaraciones de los apóstoles, como la del presidente Oaks, en donde expresó:

“Nuestra teología comienza con nuestros Padres Eternos. Nuestra mayor aspiración es llegar a ser como Ellos”.

Llegando a ser como Dios

Para aspirar a ser como Ellos, debemos tratar de saber todo lo que podemos sobre Ellos.

Pero acá hay una advertencia, si bien no hay nada de malo en querer saber más sobre nuestros Padres Celestiales, hay algo de malo en sugerir que sabemos más de lo que creemos, o cambiar nuestra adoración lejos de nuestro Padre Celestial o de Cristo que es nuestro Salvador y Mediador.

E incluso si buscamos más información y revelación personal acerca de Dios, el hecho es que nosotros sabemos lo suficiente como para intentar de moldear nuestras vidas y relaciones con los demás en base al ejemplo de nuestros Padres Celestiales.

El solo hecho de creer que son los Padres literales de nuestros espíritus realiza un cambio poderoso en nuestras almas.

Permítanme ilustrar eso al relacionar una experiencia que tuve la semana pasada.

Linda y yo estábamos con un maravilloso grupo de Santos de 30 a 40 años de edad. Estábamos conversando lo diferente que es creer en un Dios Padre en lugar de un Dios soberano y rey ​​(aunque nuestro Padre Celestial ciertamente es ambas cosas).

Le pedimos al grupo que intentara ponerse en el lugar de las personas de cualquier fe, en cualquier parte del mundo, que siempre han pensado en Dios como un Creador lejano y poderoso, y que luego trataran de imaginar lo que le pasaría a sus almas al conocer y aceptar el concepto de que tenemos Padres Celestiales reales y cercanos.

¿Qué podría cambiar dentro de ellos? ¿Qué haría esa nueva creencia en sus corazones y mentes? Aquí están las respuestas que el grupo compartió:

-Esas personas tendrían una mayor autoestima, viéndose a sí mismas como verdaderos hijos de Dios.

-Se volverían más tolerantes y amorosos con sus semejantes —ahora vistos como hermanos y hermanas literales—, por lo que serían más propensos a perdonar a los demás y amarlos.

-Sentirían el amor incondicional de nuestros Padres Celestiales.

-Entenderían mejor el perdón y sentirían menos culpa.

-Les parecería natural que hubiera una vida preterrenal en la que vivieron con esos Padres Celestiales.

Padre Celestial

-Tendría sentido que este Dios Padre tenga un plan para nuestra felicidad.

-El concepto de un mundo de los espíritus posterior a la vida parecería natural, todos tendrían las oportunidades que se podrían haber perdido en este mundo.

-Cualquier prejuicio o intolerancia o xenofobia o prejuicio racial o de género se desvanecería a la luz de nuestra hermandad universal.

-Se volverían más inquisitivos espiritualmente y buscarían más conocimiento sobre el Padre Celestial y Su voluntad para ellos.

-Algo en ellos desearía seguir el ejemplo divino del matrimonio y la unidad.

La nueva presidenta general de la Primaria, Camille N. Johnson, compartió un mensaje especial para los padres.

-Aceptarían con agrado el sacrificio y la responsabilidad de tener y criar hijos, viéndolo como un privilegio divino.

-Orarían de una manera más personal e íntima y tendrían una mayor esperanza de que recibirán respuestas y bendiciones similares.

-Se sentirían más cerca de Cristo no solo como su Salvador, sino también como su Hermano mayor espiritual.

-Sentirían una gratitud más profunda y familiar hacia y por sus Padres Celestiales.

-Comenzarían a ver los mandamientos como un consejo amoroso de un Padre sabio.

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-Sentirían que están participando en la meta declarada de Dios para cada uno de nosotros: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17: 3).

-Comprenderían mejor la meta del Dios Padre para nosotros, que “existen los hombres para que tengan gozo” y comenzarían a comprender cómo este mundo de albedrío y oposición influye en dicho gozo.

La lista continúa. Todos concluimos después de esa charla que las bendiciones de saber que tenemos y adoramos a un Dios Padre son abrumadoras, y que todos deberíamos tratar de ser más conscientes de esos principios y estar más agradecidos por ellos.

Elegir creer

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Hace muchos años, estuve entre un puñado de miembros de la Iglesia a los que se le pidió contribuir con un capítulo de un libro titulado “Por qué creo”. Reflexioné sobre las implicaciones de esa pregunta. 

¿Por qué creía? ¿Por qué estaba “totalmente de acuerdo” con la Iglesia? ¿Por qué mi fe siempre parecía vencer mis dudas?

Hubo muchas respuestas, por supuesto, incluidas respuestas a mis oraciones y mi profundo amor y sentimiento hacia Cristo, pero decidí que la respuesta central era, para mí, que el Evangelio Restaurado era una creencia que me conectaba a mis Padres Celestiales y a Cristo y a Sus respuestas a mis oraciones.

Esto me dio un ejemplo eterno que podía tratar de emular en mi persona y mis relaciones con los demás. Me enseñó quién era y de dónde venía, adónde podía ir y a quién podía llegar. 

Y todas esas respuestas fueron sobre la familia, la familia de Dios de la que yo formaba parte.

El Dios Padre es el comienzo y el núcleo de esa teología, nos brinda y revela el plan eterno de Dios para nuestra felicidad.

Es mi deseo que podamos observar más de cerca las formas en que nuestro testimonio de Dios y de nuestros Padres Celestiales, puede impactar y mejorar nuestras vidas, nuestro carácter, nuestros matrimonios, nuestro estilo de crianza y nuestra fe y gozo.

Fuente: Meridian Magazine

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