Esta es la historia de mi abuelo, Ronald S. Beckstrom, que fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a una impresión del Espíritu, pudo salvar la vida de 90 hombres.
“Y mi cuerpo ha sido conducido en las alas de su Espíritu hasta montañas muy altas; y mis ojos han visto grandes cosas, sí, demasiado grandes para el hombre; por lo tanto, se me mandó que no las escribiera”. – Nefi 4:25
Rodeado de guerra
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La guerra era ineludible durante el último año de secundaria de Beck.
Hitler acababa de quebrantar su pacto con la Unión Soviética y los japoneses mataron a casi 2,500 estadounidenses en su ataque sorpresa a Pearl Harbor.
Para el otoño de 1942, Beck se alistó y fue aceptado como cadete en el Cuerpo Aéreo del Ejército.
Mientras esperaba su primer puesto, Beck recibió su bendición patriarcal, en la que, según su hija Rolayne Hanson, “se le prometió que disfrutaría de bendiciones de salud y seguridad si seguía el Espíritu”.
Esa promesa se volvió increíblemente profética durante y mucho tiempo después de su servicio como piloto.
El 7 de enero de 1944, a los 19 años, Beck recibió sus alas.
A la edad de muchos hombres y mujeres jóvenes Santos de los Últimos Días que ahora se preparan para servir en una misión para su iglesia, Beck voló 35 misiones para su país en un avión llamado B-24 Liberator.
Estos enormes aviones eran difíciles de pilotar. Los problemas mecánicos inicialmente hicieron que algunos de ellos estallaran en llamas o perdieran su parte trasera en pleno vuelo.
Sin embargo, el B-24 podía volar todo el día sin tener que ponerle combustible otra vez. Lo mencionado permitía a los aliados adentrarse de forma más profunda en el territorio enemigo.
Cuando Beck llegó por primera vez a la base del 458th Bomb Group en Horsham St. Faith cerca de Norwich, Inglaterra, se sintió incómodo después de que le dieron la habitación de un piloto que había muerto solo unas horas antes.
Las pertenencias del hombre todavía se encontraban en la habitación.
Ese era un testimonio del hecho de que Beck tenía solo un 50% de posibilidades de sobrevivir a la guerra.
Esa estadística cayó al 40% a medida que la guerra se intensificaba.
No obstante, Beck se destacó del resto de los hombres de su unidad.
Alas del Espíritu
“La palabra integridad me viene a la mente cada vez que pienso en mi papá. Mostró una fe absoluta al seguir al Salvador y vivir una vida recta. Fue firme e inamovible”, comparte Rolayne.
Beck guardaba en una botella el trago de whisky de celebración que recibía después de cada vuelo y se lo daba a su tripulación para que lo disfrutara en Navidad.
Asimismo, entregó sus raciones de cigarrillos a los mecánicos del avión, que a su vez se aseguraban de que su avión se mantuviera en buen funcionamiento.
La capacidad de Beck para mantener y seguir al Espíritu no solo salvó su propia vida y la de su tripulación en múltiples misiones, sino que también salvó la vida de casi 100 hombres.
En una ocasión, Beck voló el avión líder de un escuadrón.
Cuando el grupo principal comenzó a girar a la izquierda, Beck recibió una impresión particularmente poderosa del Espíritu.
Aunque iba en contra de su entrenamiento, giró a la derecha, alejándose del grupo y todo su escuadrón lo siguió obedientemente.
En unos momentos, el cielo a la izquierda de su B-24 se llenó de humo, trozos de metralla y nubes de fuego antiaéreo tan espesas que el cielo parecía carbón.
Era un bombardeo en el que todo su escuadrón habría quedado atrapado si no hubiera seguido esa impresión del Espíritu.
Durante el interrogatorio en la base, el comandante del grupo estimó que la maniobra de Beck había salvado a nueve tripulaciones, un total de 90 hombres.
Cuando se le preguntó cómo supo evitar el fuego antiaéreo, todo lo que Beck pudo decir fue: “Tenía la sensación de moverme de manera diferente”.
Después de eso, el comandante del grupo le dijo a Beck que se asegurara de seguir sus sentimientos.
Fuente: LDS Living