Cuando volví de la misión en el Salvador, visité a mi abuela. Ella me preguntó: “¿Dónde estabas, hijo mío?”
Le conté que había estado sirviendo en una misión de tiempo completo al Señor. Cuando me escuchó, sus ojos rebosaron de alegría y me envolvió en un cálido abrazo.
Luego, comenzó a hacerme preguntas sobre mi misión y tuvimos una conversación muy divertida. Le conté sobre la gente que conocí, la comida que probé, los milagros de la misión y el arduo trabajo que realicé.
De pronto, volvió a preguntarme, “¿dónde estabas, hijo mío?”
Yo me sorprendí, pensé que no me había prestado atención y, bueno, decidí repetir lo que ya le había contado. Entonces, volvió a preguntarme lo mismo por tercera vez.
Me di cuenta de que algo no andaba bien. Al poco tiempo, me enteré de que, aproximadamente un año después de que me fuera a la misión, a mi abuela le diagnosticaron Alzheimer.
Sentí un gran deseo de ayudar a mi abuela. Así que, me mudé con ella y puse en práctica lo que aprendí en la misión. Ejercí amor y servicio por ella. Hubo momentos muy difíciles, ya que ella cambiaba de humor.
Aprendí a ser más paciente y controlar mi frustración. Asimismo, aprendí a aceptar el tiempo y los propósitos de Dios, y amar a mi abuela tal como el Padre y Cristo la aman.
A pesar de todas las pruebas que viví con ella, sigo considerando que mi abuela es una gran bendición para mí. Sé que, a pesar de su enfermedad, todo lo que hace por mí es porque me ama.
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