Esta carta se la escribí a mi eterno ángel poco después de llevarse un pedacito de mi corazón al cielo el día que me tuvo que dejar.
Hasta el día de hoy, anhelo y suspiro volver a verlo y decirle:
“Mi ángel, te extrañé tanto. No tienes idea de cuánto tiempo esperé para poder verte. Te amo. Ahora nunca más nos separaremos”.
Mi eterno ángel
Cuando escuché tu corazón latir por primera vez, aquel día se convirtió en el más feliz de toda mi vida. La emoción que tuve fue indescriptible y te amé con toda mi alma.
Es indescriptible lo que una madre siente cuando crea vida dentro de sí, es algo tan tuyo que duele, que abruma, que asusta. Me sentí tan feliz como vulnerable.
Se siente temor, ya que tu vida, tu cuerpo, tu mente y tu ser cambian.
Mi vida se tornó en dos, dejé de ser egoísta y descubrí lo que es el amor. Desde el primer momento supe que era amor verdadero.
En ese instante, recordé las palabras del élder Holland y le di toda la razón:
“Ningún otro amor en la vida mortal llega a aproximarse más al amor puro de Cristo que el amor abnegado que una madre siente por un hijo”.
Tenías un nombre, tenías ilusiones y tu vida estaba tomando sentido.
Te esperaba desde hace mucho tiempo y ese día, ese sueño se había cumplido, esa oración había sido escuchada.
Eras tan diminuto, pero eras mi bebé. Mi mundo cambió para girar a tu alrededor. Sentía una felicidad tan grande, te imaginé en mis brazos besando tus pies pequeños, acariciando tu rostro.
Te soñé despierta. Tenía tantos planes para tu llegada.
Anhelaba verte en la Iglesia recibiendo tu nombre y la bendición de las manos de tu padre, tus tíos y abuelos. Había imaginado todas las risas y llantos que tendrías en las clases de la Primaria. Te imaginé con tu ropa de domingo, caminando y jugando con tus amigos.
Tu papá y yo soñábamos despiertos cada día mientras te imaginábamos en nuestros brazos y en nuestra cama durmiendo junto a nosotros.
Tu primer sonido, tu primera palabra, tus primeros pasos, tu primera sonrisa. Todo era como un sueño hecho realidad.
Solo deseaba verte nacer para comenzar con mi nueva etapa de mamá y cumplir con aquella responsabilidad tan sagrada y celestial.
Las palabras de los profetas venían a mi mente y me recordaban que “no había servicio más sublime y más sagrado asumido por la humanidad que la maternidad”.
Unas semanas después, me dijeron que eras de un tamaño muy pequeño y que no había un latido.
Mi mundo se vino abajo, pero aún albergaba la esperanza de que ese corazón se estimulara y comenzara a latir.
Ese día, esa ilusión, ese sueño, terminó cuando comencé a sangrar.
Algo no estaba bien. Era el fin de esa ilusión.
Sabía lo que venía y me dolía el alma como nunca antes.
Decidí aguantar porque quería despedirme y tenerte entre mis brazos, quería darte el último adiós.
Te quería conocer y con consentimiento me dejaron verte, como si estuvieras durmiendo, aún caliente de mis entrañas.
En ese momento, me di cuenta de que la vida y la muerte no están tan lejos, no distan de una dura realidad y entendí que tendría grabado ese mismo instante para siempre.
Nos dejaste los brazos vacíos, un vacío que no se llenará con nada.
No obstante, sé que te volveré a ver y me esforzaré junto a tu papito para regresar a tu lado.
Yo sé que estás con Dios, con tu Padre Celestial y aquí estamos nosotros anhelando nuestro reencuentro.
En mi mente deposité esta gran verdad de las Escrituras:
“Y también vi que todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial de los cielos”.
Aunque para muchos eras solo un cúmulo de células en formación, para mí eras y serás siempre mi bebé.
Aquel bebé que amé desde antes de saber que existiese, esa alma noble y pura que solo cumplió una corta misión en esta existencia.
Tú fuiste y eres mi eterno ángel. Tu mamá y tu papá te amamos, y te amaremos por el resto de nuestras vidas. Guarda ese trocito de corazón que te llevaste contigo el día que te fuiste.
Ahora celebro mi día mirando al cielo no solo porque ahí está mi Padre Celestial, sino porque estás tú a Su lado. Hasta vernos con el Rey mi eterno ángel.