Siempre me ha gustado el programa de Maestras Visitantes, sin embargo, cuando pasó a llamarse Ministración, simplemente continúe con lo que ya estaba haciendo.
Aunque no haya sido la misma experiencia para las demás personas, esto siempre ha sido una prioridad en mi vida.
Es una prueba más de que el evangelio de Jesucristo es verdadero y nos une como miembros de Su familia.
A quienes no son Santos de los Últimos Días, con frecuencia, les sorprende la idea de que se nos asignen de 3 a 4 personas a las que tenemos que ministrar.
Por medio de estas asignaciones, tenemos la bendición de conocer a esas personas y crear una relación de amistad lo suficientemente estrecha como para ser una de las primeras personas a las que llamarían en caso de emergencia.
Somos las manos y pies del Señor, haciendo lo que Él desea.
Es importante aclarar que el Padre y Jesucristo son Dioses, y pueden hacer cualquier cosa que deseen.
La razón por la que nos asignaron velar por los demás y ministrarlos en tiempos de dolor es para que podamos aprender de esos momentos de adversidad.
Mediante el servicio, aprendemos más de las personas y desarrollamos rasgos y actitudes que nos pueden refinar.
Los padres y las madres son un claro ejemplo del servicio desinteresado que tienen hacia sus hijos e hijas. Como pareja aceptan su cargo ministerial desde el momento en que nacen.
Necesitamos reflexionar sobre esto, debemos encontrar una parte bondadosa en nuestro pecho que realmente quiera lo mejor para las personas que se nos han asignado.
Si nunca antes hemos amado a alguien de verdad, ahora es el momento de encontrar una manera de hacerlo. Ese amor guiará nuestras palabras y acciones.
El presidente Thomas S. Monson enseñó:
“A menos que nos perdamos en dar servicio a los demás, nuestra propia vida tiene poco propósito”.
Podemos hacer una lista de actividades que puedan ayudar a los demás y tratarlos como si fueran nuestros hermanos o mejores amigos. Por medio de nuestro amor, aliviaremos su carga.
Otro elemento que debemos de tomar en consideración, es que cuando servimos a los demás, recibimos revelación.
El presidente Dieter F. Uchtdorf explicó:
“A menudo, la respuesta a nuestra oración no viene cuando estamos de rodillas, sino cuando estamos de pie sirviendo al Señor y a quienes están a nuestro alrededor”.
Cuando nos comportamos como discípulos de Cristo, nos sentimos más cerca a nuestro Salvador. Incluso, muchas de las respuestas que procuramos pueden venir cuando servimos a los demás.
Casi siempre nuestro Padre Celestial nos pone situaciones para ayudar a las personas por medio de la ministración.
Finalmente, la ministración, nos ha ayudado a poder unirnos con las demás personas, en cualquier parte del mundo.
Cuando nos encontramos de viaje y asistimos a la Iglesia, podemos sentir el amor del Señor mediante los miembros de esa localidad. Es parecido a un parentesco con el sentimiento de ser bienvenidos y amados por los demás.
El ministrar a los demás, nos garantiza amor y seguridad para cada Santo de los Últimos Días, si lo hacemos correctamente.
Aunque sea duro y requiere sacrificio, ganamos preparación para el cielo, revelación personal y parentesco.
Fuente: Meridian Magazine