Si tuviera que elegir cuál es el dolor más fuerte que un ser humano experimenta en esta vida, diría que es el de tener un corazón roto.
Es algo que todos entendemos ya que se presenta en muchas maneras o grados en nuestras vidas.
Está el dolor por el divorcio o de una ruptura amorosa, de no ser correspondido o ver a esa persona que tanto te gustaba tomar malas decisiones.
A menudo, esta puede ser una experiencia que podemos superar con bastante rapidez y de manera constante.
Sin embargo, nos deja agobiados con una profunda desesperación y dolor que puede durar semanas, meses o incluso años, que nos hace preguntar “¿por qué, Señor, por qué?”.
Solía pensar que el Señor nunca respondía ese tipo de interrogantes y que me dejaba al límite o luchando por mi propia cuenta.
Estos últimos meses, he empezado a reconocer lo que, para mí, es la respuesta ante mi súplica: A pesar del dolor y de la inseguridad que conlleva, que nos rompan el corazón puede ser una bendición y una oportunidad única de crecimiento personal.
1. Con el corazón roto, podemos aprender de la expiación de Cristo
Hace un tiempo, hablaba con una amiga sobre una ruptura dolorosa que me dejó sintiéndome sola y cuestionando mi autoestima.
En medio de nuestra conversación, tuve un pensamiento que me conmovió, pensé en Jesucristo y cómo Él entiende nuestro sufrimiento. Me di cuenta que Él también pasó por momentos difíciles.
Imaginé cómo al final de Su vida, Jesús llevó consigo las cargas de todas las personas, incluyendo la tristeza.
Esta idea me hizo sentir que no estaba sola en mi dolor y que Jesús realmente me entiende. La Expiación, aunque es complicada, se volvió un poco más clara para mí en ese momento.
A veces, cuando no todo va bien, nos olvidamos de cuánto Jesús comprende lo que sentimos. Pero cuando estamos pasando por momentos difíciles, podemos sentir su empatía y darnos cuenta de que no estamos solos.
Es en esos momentos de dolor que podemos conectarnos con lo que Jesucristo hizo por nosotros de una manera más profunda y asombrosa.
2. Podemos llorar con los que lloran y consolar a los que necesitan consuelo
Cuando estamos pasando por un dolor en el corazón, es normal sentirnos tristes y frustrados, preguntándonos por qué nos está pasando esto.
A veces pensamos que somos los únicos que sufrimos, lo que nos hace cerrarnos a los demás. Pero en realidad, tener un corazón roto nos da la oportunidad de entender mejor a quienes nos rodean que también están pasando por momentos difíciles.
Podemos empatizar con ellos, consolarlos y estar allí cuando necesiten apoyo, algo que Jesús también haría.
Aunque es tentador enfocarnos en nuestro propio dolor, es importante recordar que hay muchas personas que están lidiando con situaciones similares.
Al poner en práctica la empatía y brindar consuelo, no solo les ayudamos, sino que también encontramos una forma de sanar personalmente.
Es como si al apoyar a los demás, encontráramos un sentido más profundo en nuestro propio sufrimiento y lográramos una verdadera sanación a través del servicio mutuo.
3. Realmente logramos sentir paz y satisfacción dentro del corazón
Una cosa grandiosa que aprendemos cuando tenemos el corazón roto es que, con el tiempo, llega una bendición especial.
Aunque a veces no la veamos por meses o incluso años, cuando finalmente la reconocemos, nos damos cuenta de que los momentos difíciles nos ayudaron a valorar lo bueno en la vida.
Un ejemplo de esto está en la historia de Adán y Eva, quienes después de ser expulsados del Jardín del Edén, siguieron adelante a pesar de la tristeza.
Aunque se sintieron solos, mantuvieron la esperanza y obedecieron a Dios. Con el tiempo, tuvieron hijos y experimentaron el gozo de la redención.
Esta idea se repite en la Biblia, donde vemos que los momentos de dolor profundo a menudo llevan a un gozo inesperado.
Lo mismo ocurre en nuestras vidas: cada momento de felicidad se vuelve más valioso debido a las dificultades que superamos para llegar a él.
Podemos iniciar desde cero
Tener un corazón roto puede ser difícil, pero no es el fin del camino. Si permitimos que el dolor nos guíe, podemos aprender a amarnos mutuamente de manera más profunda y valorar la Expiación de Jesucristo aún más.
Aunque la sanación lleva tiempo y esfuerzo, en medio de ese proceso ganamos una perspectiva que fortalece nuestra conexión con Jesucristo y nuestro amor por los demás.
El plan de Dios es un plan de felicidad, y aunque a veces enfrentamos momentos difíciles en esta vida, la promesa para aquellos que perseveran y siguen la voluntad del Señor es una alegría inmensa en la eternidad.
*Imagen de portada: Karly Leavitt
Fuente: LDS Living
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