Los 2000 adolescentes guerreros que salieron ilesos de la guerra gracias a su fe

2000 guerreros

*Este artículo es una adaptación de la narración realizada por Hyrum Egúsquiza Rodríguez

El Libro de Mormón tiene hermosas historias tan conmovedoras que pueden ablandar cualquier corazón endurecido. 

Dentro de los relatos más hermosos y milagrosos, está la historia de 2000 jóvenes guerreros que fueron liderados por uno de los personajes más famosos del Libro de Mormón.

Ante todo pronóstico, ellos ganaron una batalla que se veía perdida, pero lo más sorprendente, es que ninguno de ellos murió durante la guerra.

Nefi es misionero

El pueblo nefita descendió de Nefi, uno de los primeros profetas del Libro de Mormón. Imagen: La Iglesia de Jesucristo

Así que, para explicar bien esta historia, vayamos al origen y descubramos porque ellos, siendo tan jóvenes y con sus padres vivos, tuvieron que luchar en representación de sus familias.

La historia se sitúa en el año 64 a.C. dentro del continente americano. En esta época se desató una de las guerras más grandes de las civilizaciones presentes.

En ese momento las civilizaciones más predominantes eran la de los nefitas y los lamanitas. Los nefitas eran todos aquellos descendientes del profeta Nefi, José, Sam y Jacob, y de todas aquellas personas que escogieron seguir a Cristo.

Los anti-nefi-lehitas enterraron sus armas para no volver a pecar ni manchar sus manos de sangre. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Por otro lado, los lamanitas eran los descendientes de Laman y Lemuel, hermanos mayores de Nefi, y los no creyentes de Cristo.

Ahora, también existió un pueblo que se conocían como los anti-nefi-lehitas. Ellos se habían independizado de la nación lamanita y se convirtieron al pueblo de Nefi gracias a un profeta llamado Amón. 

Esto fue un gran regocijo para el pueblo nefita. Además, debido a los pecados, crímenes y abominaciones que había cometido, decidieron hacer un convenio con Dios de nunca más levantar la espada para quitarle la vida a cualquiera de sus hermanos.

Los jóvenes guerreros escogieron a Helamán como su capitán. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Ellos preferían morir, antes de manchar sus manos de sangre y pecar nuevamente. 

Al saber de esto, los lamanitas aprovecharon la situación, debido a que el ejército nefita era mucho menor que el de ellos, y comenzaron a atacar. 

Es en este momento donde los jóvenes guerreros toman un papel sumamente importante, pues ellos no había realizado dicho juramento.

Entonces, con mucho valor, y confiando en el Señor, además de la gratitud al pueblo nefita por cuidarlos, desenterraron las armas de sus padres.

Sus madres les habían enseñado a tener fe en Dios y a saber que Él les ayudaría. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Con las armas de sus padres, hicieron la promesa de luchar por la nación que los había acogido y por la libertad y el bienestar de sus familias. 

Luego, todos los jóvenes escogieron a un capitán, cuyo nombre es Helamán, hijo del profeta de Dios llamado Alma. 

Con todos los preparativos listos, los 2000 jóvenes guerreros se alistaron para la guerra y, a pesar de nunca haber estado en una batalla, marcharon con mucho valor y templanza ante las huestes enemigas, pues sus madres les había enseñado a tener fe en Dios y a saber que Él les ayudaría (Alma 56:47).

Ni uno solo de ellos había perecido. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Con firmeza, fueron en rescate de sus aliados y comenzaron a batallar ferozmente. Ellos lograron vencer y espantar al enemigo, y sobre todo, un milagro sucedió.

El capitán Helamán, quien era como un padre para ellos, recibió el informe del conteo de su joven ejército. Para su alegría, ningún alma de sus “hijos” había caído a tierra. Así, él le escribe al comandante en jefe de toda la nación nefita:

“Mediante la bondad de Dios, y para nuestro gran asombro, y también para el gozo de todo nuestro ejército, ni uno solo de ellos había perecido”. (Alma 57:25)

Definitivamente, fue un milagro de Dios, y sobre todo por motivo de su extraordinaria fe en lo que se les había enseñado a creer: que había un Dios justo, y que todo aquel que no dudara sería preservado por su maravilloso poder (Alma 57:26).

Video relacionado

También te puede interesar

Deja Tu Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *