Este relato, basado en la historia de Pricila Michelotto Garcia.
La etapa que vivo ahora en mi vida está llena de gratitud. El momento que vivo ahora en mi vida está lleno de gratitud.
Al reflexionar sobre el camino que me trajo hasta aquí, puedo ver la mano del Padre Celestial guiando cada paso de mi familia, cumpliendo Sus promesas de maneras que nunca imaginé.
Conocí La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando era muy joven. A los 12 años me bauticé sola, ya que mis padres, al no estar casados, no podían bautizarse.
En aquella época, era difícil ver a mis amigas en la Iglesia con sus familias, mientras que la mía no compartía la misma fe.
Sin embargo, nunca perdí la esperanza, especialmente por las palabras de mi bendición patriarcal, que prometían que un día mi familia un día estaría sellada por toda la eternidad.
Mis padres siempre tuvieron una fuerte relación a pesar de los desafíos. Vivieron juntos durante más de 50 años sin oficializar su matrimonio.
Mi madre siempre asistía a la Iglesia, incluso sin ser bautizada, respetando la decisión de mi padre de no casarse por civil.
Mi padre, un conductor de transporte de carga pesada que pasaba largos períodos fuera de casa, comenzó a asistir a la Iglesia después de jubilarse y, con el tiempo, decidió que quería bautizarse.
El día del bautismo
El año pasado, mi padre, a pesar de estar muy enfermo, le hizo una hermosa propuesta de matrimonio a mi madre. La alegría se apoderó de nuestra familia al saber que finalmente se casarían y se bautizarían el 17 de agosto, en el cumpleaños de mi hija.
Sin embargo, solo unos días antes de la fecha, mi padre fue hospitalizado y pasó cuatro meses en el hospital, luchando por su vida.
A pesar de las dificultades, vimos que sucedían milagros. Mi padre regresó a casa y, aunque debilitado y con una pierna amputada, se mantuvo feliz y decidido.
Se fijó una nueva fecha para el 16 de febrero, pero desafortunadamente, mi padre regresó al Padre Celestial cinco días antes.
A pesar de todo, esa promesa se cumplió. Mi madre, a los 80 años, finalmente se bautizó. La capilla estaba llena, el agua del bautisterio estaba caliente y había mucha alegría entre todos los presentes.
Su confirmación se llevó a cabo el domingo de Pascua, un momento de renovación y esperanza.
Fe, amor y promesas cumplidas
Esta no es solo una historia de bautismo, sino de fe, amor y promesas cumplidas. Ahora esperamos el bautismo vicario de mi padre, y así continuaremos viendo la mano de Dios en nuestras vidas.
El Padre Celestial tiene un plan para cada uno de nosotros, y Sus promesas se cumplirán, incluso de maneras inesperadas.
Mi familia, que comenzó con solo una persona en la Iglesia, ahora tiene cuatro miembros, y pronto seremos cinco. Y en el cielo, muchos otros nos esperan.
Soy bendecida por tener una familia tan dedicada y llena de fe. Continuaremos viviendo de manera que seamos dignos de regresar al Padre Celestial, sabiendo que un día todos estaremos sellados por toda la eternidad.
Este viaje ha fortalecido mi testimonio y me ha mostrado que el amor y la misericordia de Dios siempre están presentes, incluso en los momentos más difíciles.
Estoy agradecida por mi familia y por cada bendición que recibimos.
Fuente: maisfe.org