Este artículo está basado en la historia de Dorca Dias Silveira de Lima.
Mi madre, María Scalante Dias, nació el 7 de septiembre de 1924 en una familia humilde y trabajadora. Desde joven, siempre fue una mujer de fe y determinación.
Recuerdo escuchar muchas historias de su juventud, como su devoción a la oración y su búsqueda constante de guía divina.
Esa característica acompañó a mi madre durante toda su vida y fue algo que no solo moldeó su jornada espiritual, sino también la de toda nuestra familia.
El 26 de junio de 1956, mi madre se casó con mi padre, Dinarte Silveira. Formaron una familia grande y unida, y tuvieron ocho hijos, cuatro hombres y cuatro mujeres.
Una mujer de fe
La vida en nuestra casa era agitada, como en cualquier hogar con tantos niños, pero mi madre siempre supo mantener el equilibrio, siendo un ejemplo de fortaleza y amor. Nos crió con sólidos valores cristianos, ya que formaba parte de una iglesia evangélica.
Por más de cuatro décadas, mi madre mantuvo una fe inquebrantable en la iglesia donde había sido bautizada. Para ella, la enseñanza de que “hay una sola fe y un solo bautismo” era incuestionable.
Por eso, cuando los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días comenzaron a visitar nuestra casa y compartir mensajes del evangelio restaurado, los escuchaba con respeto, pero resistía la idea de bautizarse nuevamente.
Con el tiempo, mi curiosidad por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días creció, y en 1992 decidí unirme a ella.
El poder del ayuno y la oración
Sin embargo, sabía que mi madre aún no estaba lista para dar ese paso. Tenía sus convicciones y, aunque apreciaba las visitas de los misioneros, siempre decía que ya había encontrado su fe.
Algunos años después, los misioneros de nuestro barrio, Jan Lambrechtsen y Marcílio Lima, sugirieron que hiciéramos un ayuno especial por ella.
Aceptamos la invitación y, junto con mi hermana que vivía con ella, nos unimos a los misioneros en oración y ayuno. Le pedimos al Señor que mi madre pudiera recibir una respuesta clara, una guía divina sobre el camino a seguir.
Podíamos sentir la presencia del Espíritu Santo durante ese tiempo. Ese día, todos nos arrodillamos y ofrecimos oraciones sinceras, pero mi madre, aunque conmovida, no quiso orar.
El Espíritu estaba presente y su rostro se tornaba cada vez más rojo, como si estuviera experimentando algo nuevo, aunque seguía resistiéndose.
Una emoción indescriptible
A la mañana siguiente, temprano, ella entró a mi casa con un brillo en los ojos que nunca había visto antes. Sin rodeos, me pidió que llamara a los misioneros. Quería ser bautizada.
Me quedé sorprendida, casi sin palabras. Mi madre contó que había tenido un sueño esa noche, y ese sueño lo cambió todo.
En el sueño, se veía entrando a una sala completamente vestida de blanco, y muchas personas la observaban y felicitaban. El simbolismo del blanco y la pureza fue muy fuerte para ella. Esa visión le trajo la certeza que buscaba desde hacía mucho tiempo.
Corrí a llamar a los misioneros, quienes vinieron de inmediato. Trajeron a otro élder para realizar la entrevista con mi madre y esa misma tarde fue bautizada.
Reunimos a toda la familia para ese momento tan esperado. Ver a mi madre vestida de blanco, lista para el bautismo, fue una emoción indescriptible.
Cuando el presidente de estaca la vio, la abrazó con los ojos llenos de lágrimas, porque sabía cuánto significaba ese momento para todos nosotros.
Superar la “catarata espiritual”
Era como si un ciclo se completara. La resistencia que había sentido durante tanto tiempo fue superada por la fuerza espiritual que experimentó en ese sueño. Sé que hubo una fiesta en los cielos ese día.
Unos días antes de su bautismo, mi madre se había sometido a una cirugía para la eliminación de cataratas. Pero, para mí, la mayor victoria no fue superar la catarata física, sino la “catarata espiritual” que le impedía ver la plenitud del evangelio restaurado.
Pero la jornada de fe de mi madre no terminó ahí. En 2016, tuvimos la oportunidad de llevarla al templo de Porto Alegre para realizar las ordenanzas de sellamiento.
Mi padre ya había fallecido, pero queríamos sellar a nuestra familia, incluidos mis padres y las cuatro hijas. El viaje al templo fue el último que mi madre hizo en vida. Ya estaba debilitada, pero su determinación era inquebrantable.
A pesar de su frágil salud y el viaje agotador, cuando llegamos al templo, parecía que el clima estaba bendecido. Llovía durante el trayecto, pero tan pronto como llegamos, el sol salió, iluminando el día.
Unidos por el tiempo y la eternidad
En el templo, su mente parecía más activa que nunca. Recuerdo estar a su lado, atenta a cada palabra que decía, y ella respondió todo con claridad y precisión. Ese fue uno de los momentos más sagrados que hemos vivido juntos.
En el salón de sellamiento, mi esposo sirvió como representante de mi padre, y nosotros sus hijos, cuatro hermanas más un hermano ya fallecido, todos fuimos sellados a ellos. Un fuerte espíritu nos envolvió a todos en ese momento. Fue una experiencia única, algo que nunca olvidaré.
Después del sellamiento de nuestros padres, mi madre también fue sellada a sus padres, y nuevamente sentí que estábamos completando una parte esencial de nuestra jornada familiar.
Hoy, mi madre está postrada en cama y no puede asistir regularmente a la Iglesia, pero su fe sigue firme. Cada domingo toma la Santa Cena en casa y continúa dando su diezmo con fidelidad.
El 7 de septiembre celebramos su cumpleaños número 100. Fue un hito para toda la familia. A pesar de su avanzada edad y sus limitaciones, sus oraciones continúan bendiciéndonos, y sé que su fe es lo que mantiene unida a nuestra familia.
Fuente: maisfe.org