Hay algo emocionante en comenzar cosas nuevas. Un proyecto, una meta, una idea que nos inspira. Nos ilusionamos, hacemos planes, sentimos esa chispa que nos mueve a actuar. Pero, con el tiempo, esa chispa se apaga. La emoción se diluye, la realidad se impone, y lo que parecía un camino lleno de energía se convierte en un terreno pesado, lleno de pendientes. Y ahí es donde muchos se detienen.

Pero es ahí, justo ahí, donde ocurre el cambio verdadero.

“Se buscan finalizadores”

Imagen: Meridian

El presidente Thomas S. Monson contó una vez que al pasar frente a una tienda de muebles, no fue un sofá elegante ni una lámpara lujosa lo que captó su atención. Fue un pequeño cartel en la esquina de la vitrina que decía:

Se buscan finalizadores.

No decía diseñadores, artistas o visionarios. Finalizadores. Personas con la capacidad y el carácter de llevar algo hasta el final.

Esa frase, aunque simple, tiene un peso espiritual profundo. Porque el mundo está lleno de gente que empieza cosas, pero escasea la que las termina. Y en el Evangelio, la verdadera transformación viene cuando perseveramos incluso cuando ya no se siente emocionante.

El horno de pizza y los enjambres mentales

La historia empieza con un proyecto que parecía tan sencillo como construir un horno de pizza en el patio. Había urgencia al principio, había motivación y ladrillos históricos rescatados de una tienda familiar. Pero pronto llegaron las dificultades técnicas, los días ocupados, los niños llamando, los pisos por limpiar y así el horno quedó a medio terminar, como símbolo perfecto de esas cosas que dejamos a medias cuando la vida se interpone.

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Pasó un año, entonces alguien le recordó la frase de Monson: “Se buscan acabadores”. Y algo cambió. En esa misma semana, se terminaron tareas que habían estado esperando por meses. Pintar una puerta, avanzar en un proyecto de cine, comprar lo necesario para el horno. 

Decidir terminar da poder.

Muchos de nosotros tenemos “hornos” sin terminar en la vida. Metas personales, proyectos espirituales, promesas que hicimos a Dios y a nosotros mismos. Pero dejamos de avanzar cuando aparecen obstáculos, cuando nos pica la impaciencia o cuando la vida nos lanza avispas.

Lo que interrumpe también enseña

Mientras intentaba instalar la cubierta de concreto del horno, Mariah se encontró rodeada de avispas que regresaban a sus antiguos nidos. No era el momento ideal. Pero la vida nunca elige el momento ideal para ponernos a prueba.

Ella siguió, aún entre zumbidos, porque entendió que las distracciones no siempre son externas. A veces, lo que más nos aleja de terminar lo que comenzamos son nuestras propias excusas.

Y lo curioso es que muchas veces nos saboteamos solos. Nos alejamos del proyecto cuando ya no es tan emocionante, cuando se vuelve confuso o difícil. Nos distraemos porque enfrentar el esfuerzo real da miedo.

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Pero como enseñó el presidente Monson:

Los que terminan son pocos, sus oportunidades muchas, y su contribución, inmensa. – Thomas S. Monson

El miedo. El cansancio. La comparación. La voz interna que dice “esto ya no vale la pena”. Pero si no aprendemos a terminar, nunca sabremos qué fruto tenía ese esfuerzo.

Visionarios que trabajan

Tarde o temprano todos enfrentamos la pregunta: ¿me detendré o terminaré? Las bendiciones prometidas están reservadas para los que deciden continuar, incluso cuando ya no se sienten inspirados, incluso cuando el entusiasmo se fue.

El presidente Monson enseñó que los verdaderos “finalizadores” tienen ciertas marcas:

Visión Fe Valentía
Esfuerzo Virtud Oración

Cada una es clave, pero hay dos que van de la mano en los primeros pasos: visión y esfuerzo. Tener una meta sin acción es solo un sueño. Esforzarse sin una visión clara se vuelve agotador. Pero juntas, esas dos nos llevan a la meta.

Dios espera que hagamos el segundo intento, y el tercero, y el quincuagésimo si es necesario. Porque ahí es donde nos parecemos más a Él. Cuando no actuamos solo porque tenemos ganas, sino porque tenemos propósito.

Jesús, el finalizador por excelencia

crucifixión
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En Hebreos 12, Jesucristo es llamado “el autor y consumador de la fe”. Él no solo inició la obra de la redención, la llevó hasta el final, incluso cuando ese final implicaba cruz, traición y soledad.

En Getsemaní, oró con intensidad. Y cuando el dolor creció, Él oró aún más intensamente. No dejó de confiar cuando el sufrimiento aumentó. No dejó de amar cuando fue herido. No se detuvo cuando el camino se oscureció. Él le dijo al Padre:

He glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.Juan 17:4 

Y con esa declaración, nos mostró que el poder de terminar transforma no solo nuestra historia, sino también nuestro destino eterno.

Lo que de verdad vale, cuesta terminarlo

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A veces nos preguntamos por qué nuestras debilidades parecen estar justo en medio de nuestras metas más sagradas. Como si el Señor nos hubiera diseñado con un defecto estratégico.

Pero es en esa lucha específica donde se forja el carácter que nos prepara para volver a Su presencia. Y ese carácter no se construye empezando cosas. Se forma en la persistencia, en el silencio, en la oración cuando cuesta orar, en el segundo esfuerzo cuando ya nos sentimos vencidos.

Las ventanas de la eternidad siguen mostrando el mismo letrero. Hoy también se buscan acabadores. ¿Responderemos al llamado?

Fuente: Meridian 

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