No todos los misioneros usan placa todo el tiempo.
Y no todas las misiones se desarrollan a miles de kilómetros del hogar.

Algunas misiones —quizás las más sagradas— ocurren en casa, en silencio, en medio del dolor… y del amor más puro.

Una misión diferente, pero igual de divina

Un joven misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue reasignado en noviembre a una misión de servicio en casa. Su nueva labor: cuidar a su hermano menor, de 13 años, quien luchaba contra un cáncer que lo acompañó durante una década.

regresar antes de la misión

Durante esos meses, este misionero no predicó en las calles ni tocó puertas. Predicó con gestos de ternura. Con oraciones nocturnas y sonrisas compartidas entre tratamientos. Con abrazos silenciosos y compañía constante.

Su madre escribió:

“Las palabras no pueden expresar las cosas hermosas que han tenido lugar en estos últimos cuatro meses, viendo a mi misionero servir a su hermano”.

Su cuñada capturó una imagen conmovedora: el joven misionero al lado de su hermano, acompañándolo en sus últimos días. Una misión con una sola alma a cuidar… pero de un valor eterno.

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Una despedida con propósito eterno

El pequeño guerrero de 13 años terminó su batalla el domingo por la noche. Pero para esta familia de fe, la muerte no fue un adiós… sino un llamado a una nueva etapa.

“Ahora, mi hijo de 13 años continuará su misión al otro lado del velo”.

Palabras que tocan lo más profundo del corazón de quienes creemos en la vida después de esta vida.

El servicio más puro

En solo cuatro meses, este misionero vivió una experiencia que marcó su alma para siempre. Sirvió al Salvador al cuidar de Su pequeño.

Y cumplió su llamamiento —aunque diferente— con la misma devoción.

Esta historia es un recordatorio de que el servicio misional no siempre es a múltiples personas, pero siempre lleva amor.
Y que a veces, los actos más pequeños de cuidado son los que tienen mayor eco en los cielos.

Fuente: El Libro de Mormón en Facebook

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