Una de las verdades más profundas y esenciales del evangelio de Jesucristo, tal como se restauró en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es la certeza de que Dios, nuestro Padre Celestial, nos ama de forma individual y perfecta.
En un mundo donde el sufrimiento, la confusión y las dudas pueden nublar nuestra visión, muchos se preguntan sinceramente: ¿Cómo sé que Dios me ama?
La respuesta es a la vez personal y universal; está escrita en las Escrituras, enseñada por profetas vivientes, demostrada en el Plan de Salvación y confirmada por las suaves impresiones del Espíritu Santo.

La Biblia declara con claridad ese amor divino. El Salvador mismo dijo:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. (Juan 3:16)
Este es, quizá, el mayor testimonio de Su amor: Dios envió a Su Hijo Jesucristo para expiar nuestros pecados y darnos la oportunidad de la vida eterna.
En el Libro de Mormón, Nefi afirmó:
“Sé que [Dios] ama a sus hijos; no obstante, no sé el significado de todas las cosas”. (1 Nefi 11:17)
Aun sin comprender completamente nuestras circunstancias, podemos anclarnos en la seguridad de que Dios nos ama.

Todo el Plan de Salvación es una manifestación de amor. Dios nos envió a la tierra para obtener un cuerpo, ejercer nuestro albedrío y aprender por medio de nuestras elecciones, con el objetivo de regresar a Su presencia.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó:
“Somos hijos espirituales literales de un amoroso Padre Celestial, y Él desea bendecirnos con todo lo que tiene”.
Su plan no es condenarnos, sino exaltarnos.
Un amor que se vive y se siente

Ese amor divino no solo se enseña en la doctrina, sino que se experimenta de forma personal. Moroni nos invita a orar “con toda la energía de nuestro corazón” para ser llenos de este amor (Moroni 7:48).
A través de la oración sincera, el estudio y la meditación, podemos recibir la confirmación espiritual de que Dios nos conoce y nos valora. El presidente Russell M. Nelson ha recordado que la revelación personal puede incluir un testimonio directo y sagrado de este amor.
También lo vemos en las pequeñas cosas: la belleza de la naturaleza, la bondad de otras personas y las tiernas misericordias que nos guían y protegen. El presidente Jeffrey R. Holland enseñó:

“Algunas bendiciones llegan pronto, otras tarde, y otras no hasta el cielo; pero para quienes abrazan el evangelio de Jesucristo, las bendiciones llegan”.
Sin embargo, a veces en momentos de dificultad sentimos que ese amor se oculta. Las pruebas no son señal de abandono, sino una parte necesaria de nuestro progreso. El Señor declaró:
“Todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien”. (Doctrina y Convenios 122:7)
También prometió: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14:18). Su amor nos sostiene en el dolor y santifica nuestro sufrimiento.

La mayor prueba de Su amor es la Expiación de Jesucristo. Alma enseñó que el Salvador tomó sobre Sí no solo nuestros pecados, sino también nuestros dolores, enfermedades y aflicciones (Alma 7:11–13).
Él nos entiende perfectamente porque ha experimentado nuestras luchas individuales. El élder Holland afirmó:
“Por lejos que creas que hayas viajado, no has ido más allá del alcance del amor divino”.

El amor de Dios está en todas partes y dentro de nosotros. Lo encontramos en las Escrituras, en el Plan de Salvación, en el testimonio del Espíritu Santo, en las bendiciones diarias y, sobre todo, en la vida y la expiación infinita de Jesucristo.
Aunque los desafíos puedan nublar nuestra visión, ese amor es constante e inmutable. Si buscamos a Dios, confiamos en Su plan y abrimos nuestro corazón a la revelación personal, llegaremos a saber que somos hijos amados de un Padre Celestial perfecto.
Fuente: Meridian Magazine
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