Nota: Esta es una adaptación del artículo escrito originalmente por el gobernador de Utah, Spencer J. Cox.

La política puede sacar lo mejor y lo peor de nosotros. Es un espacio para intercambiar ideas y resolver problemas comunes. Pero también puede convertirse en un terreno áspero, dominado por la polarización, los algoritmos y la indignación constante.

Durante la última década, Estados Unidos atravesó un cambio acelerado y preocupante en el tono del debate público. 

El lenguaje agresivo se volvió normal en todos los niveles de la vida política, y las tensiones desembocaron en protestas y enfrentamientos violentos. Para muchos, esa hostilidad parecía haberse instalado como la nueva norma.

Imagen proporcionada por Spenser Heaps, Deseret News

En abril de 2023, el presidente Russell M. Nelson, líder de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, levantó la voz en medio de ese clima. En una Conferencia General advirtió: 

“Me preocupa profundamente que tantas personas crean que es completamente aceptable condenar, calumniar y vilipendiar a cualquiera que no esté de acuerdo con ellas”.

 Su llamado fue claro: los discípulos de Cristo deben ser pacificadores.

«Ahora es el momento de dejar de lado el rencor. Ahora es el momento de dejar de insistir en que las cosas se hagan a su manera y de ninguna otra… Ahora es el momento de que entierren sus armas de guerra. Si su arsenal verbal está repleto de insultos y acusaciones, ahora es el momento de deshacerse de él. Y se levantarán como un hombre o una mujer de Cristo espiritualmente fuerte«.

Del consejo a la acción

cumpleaños de presidente nelson
El presidente Russell M. Nelson y su esposa, la hermana Wendy Nelson durante la celebración de su 101.º cumpleaños en las Oficinas Administrativas de la Iglesia de Jesucristo en Salt Lake City el domingo 7 de septiembre de 2025. Créditos: Jeffrey D. Allred, Deseret News

Sus palabras tuvieron un eco particular en quienes buscaban tender puentes en el ámbito político. Poco después, desde la Asociación Nacional de Gobernadores (NGA), nació la iniciativa Debatir con respeto, un esfuerzo para demostrar que el desacuerdo no tiene por qué convertirse en odio.

El programa reunió a gobernadores de distintos partidos, académicos, líderes cívicos y ciudadanos comunes en torno a una meta: recuperar la dignidad de la plaza pública. Entre las acciones estuvieron debates respetuosos en universidades y campañas de servicio público que mostraban cómo se puede discutir con firmeza pero sin desprecio.

Los resultados no se quedaron en la teoría. Investigadores de Stanford comprobaron que cuando los votantes observaban a líderes modelando un conflicto saludable, la polarización disminuía. La evidencia respaldaba lo que el sentido común ya sugería: la cultura del desprecio estaba dañando a la nación, pero el desacuerdo constructivo podía ayudar a sanarla.

Una herencia que mantener

El presidente Russell M. Nelson saludando al élder Ronald A. Rasband. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La historia estadounidense ofrece ejemplos de este tipo de moderación. Madison se inspiró en los estoicos, Franklin cultivó la templanza y Lincoln guardaba las cartas escritas enojado sin enviarlas. Su grandeza no radicó en la ausencia de desacuerdos, sino en la manera en que los manejaron.

Ese legado se vuelve urgente hoy. Escuchar con atención, reconocer las convicciones ajenas y debatir sin humillar son prácticas que fortalecen la democracia. No requieren que todos piensen igual, sino que aprendan a convivir en el desacuerdo.

La caridad en el desacuerdo no es debilidad, sino una muestra de verdadera fortaleza. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Nadie está exento de perder la calma. Políticos, líderes y ciudadanos a veces caen en la tentación de responder con dureza. 

Pero es allí donde cobran valor los ejemplos de personas como el presidente Nelson, que recuerdan que la caridad en el desacuerdo no es debilidad, sino una muestra de verdadera fortaleza.

Caminar juntos por ese sendero significa optar por escuchar más que gritar, y construir puentes en lugar de levantar muros. No se trata de borrar diferencias, sino de aprender a manejarlas sin odio. Solo así será posible mantener vivo el experimento democrático y avanzar hacia una unión más fuerte.

Fuente: Deseret News

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