Ver al presidente Russell M. Nelson, líder mundial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como autor invitado la revista Time despertó una pregunta interesante: ¿Qué pasa cuando los profetas tienen la oportunidad de dirigirse al mundo fuera de una conferencia general?
A lo largo de la historia, ha habido momentos en que su voz se escuchó en medios seculares y esas ocasiones nos dejan lecciones valiosas.
Después de repasar entrevistas y artículos que van desde José Smith hasta presidentes más recientes, encontramos algunas ideas que nos ayudan a entender mejor el lugar del profeta en el mundo y cómo su voz sigue siendo relevante en cada tiempo.
Los profetas son llamados para su propio tiempo

Al leer entrevistas pasadas, notamos que las preguntas casi siempre giraban alrededor de los temas de moda de ese momento. A José Smith, por ejemplo, le preguntaban sobre la política en Estados Unidos; a Gordon B. Hinckley, sobre las polémicas culturales de los años 90.
Eso puede parecer frustrante porque quisiéramos escuchar más sobre verdades eternas y menos sobre debates pasajeros. Sin embargo, esto nos recuerda que cada profeta es levantado por el Señor para guiar a Su pueblo en el tiempo en el que vive.
Moisés no fue llamado para nuestra época, ni el presidente Nelson lo fue para dirigir a Israel en el desierto. Dios coloca a cada uno en su tiempo porque tiene un mensaje preciso para esa generación.
Esa verdad nos invita a confiar más en la voz de nuestro profeta actual. Sus consejos no son casuales, son la guía que necesitamos hoy.
A veces les hacemos las preguntas equivocadas

Los periodistas suelen enfocarse en las curiosidades externas como el crecimiento de la Iglesia, la obediencia a normas que parecen estrictas, temas históricos como la poligamia o el sacerdocio. Pero pocas veces se detienen en el corazón del mensaje.
¿Qué diferente sería si, en lugar de preguntar “¿de verdad cree que Dios habló con un joven de 14 años?”, preguntaran: “¿cómo cambia tu vida diaria el saber que Dios habla contigo?”.
O si, en vez de cuestionar las reglas de salud, se interesaran en preguntar: “¿qué gozo encuentras al seguir a Jesucristo cada día?”.
Las preguntas que se hacen condicionan las respuestas que recibimos. Y muchas veces, por enfocarse en lo superficial, se pierden el testimonio vivo de un profeta de que Cristo transforma la vida en lo íntimo, en lo real, en lo cotidiano.
La mirada escéptica limita lo que se recibe

Muchos reporteros han entrevistado a líderes de la Iglesia con cierto aire de sospecha. Querían dejar claro a sus lectores que podían sentirse intrigados, pero nunca convencidos. Aunque el tiempo ha pasado, esa mirada crítica no ha desaparecido del todo.
Sin embargo, lo hermoso es que, ante ese escepticismo, los profetas no responden con defensas agresivas, sino con sencillez. Recordemos aquella famosa entrevista en la que le dijeron al presidente Hinckley:
“Es difícil ser mormón, ¿no?”
Y Gordon B. Hinckley, sonriendo, respondió:
“No, es maravilloso. Demanda grande expectativas, pero debo decir, es maravilloso”.
No se dejó atrapar en la provocación, porque sabía que la vida en el Evangelio puede ser exigente, pero también está llena de gozo y esperanza.
Esto nos enseña que la verdad del Evangelio no necesita ser defendida con dureza, basta con vivirla con alegría y firmeza.
Los profetas no lo saben todo (y eso también enseña)

Algo que impacta al ver entrevistas de presidentes de la Iglesia es la naturalidad con la que a veces responden: “No lo sé”. El presidente Hinckley lo dijo en más de una ocasión, sin temor a parecer débil. Y, en realidad, esa humildad revela algo poderoso.
Un profeta no está llamado a saber todo, sino a enseñar lo que el Señor le revela. No hay vergüenza en no tener todas las respuestas; lo importante es ser honesto, humilde y fiel a lo que sí se ha recibido de Dios.
Esa misma humildad se ve en cómo los líderes de la Iglesia toman decisiones juntos. El élder Richard G. Scott contó cómo en sus primeras reuniones con el Cuórum de los Doce se sorprendió al ver la franqueza con que se expresaban opiniones distintas, siempre con respeto y amor, buscando la voluntad del Señor.
Esa experiencia le enseñó que el liderazgo en la Iglesia no se trata de imponer, sino de escuchar y discernir juntos lo que Dios quiere.
El presidente Hinckley en una conferencia expresó:
«Aun el presidente de la Iglesia, que es el profeta, vidente y revelador, y que tiene el derecho y la responsabilidad de juzgar y dirigir a la Iglesia, invariablemente consulta con sus consejeros para saber lo que piensan.
Si no hay unidad, no hay acción. Dos consejeros, trabajando con un presidente, preservan un buen sistema de decisiones equilibradas; llegan a ser una protección que raras veces da lugar al error y que ofrece un liderazgo realmente fuerte».
Hoy hay más espacio para que el profeta hable por sí mismo

Hace algunos años, el presidente Thomas S. Monson fue invitado por un periódico de alcance mundial a compartir su reflexión sobre el 11 de septiembre. Sin entrevistas ni preguntas incómodas, simplemente pudo expresar con su propia voz su testimonio.
En ese escrito compartió:
“Nuestro Padre Celestial está con nosotros en las mejores y en las peores temporadas de la vida. Él nunca cambia, aunque a veces nosotros sí lo hagamos”.
Eso marca una diferencia. Ya no se trata solo de periodistas interpretando lo que un profeta dice, sino de escuchar directamente su voz, sin filtros ni comentarios ajenos.
En un mundo donde abundan las voces, escuchar con claridad la del profeta es una bendición que debemos valorar más.
Una invitación para nosotros

Los profetas buscan dar testimonio de Jesucristo, algunos mensajes estuvieron ligados a problemas de su época, otros fueron más eternos, pero en todos se percibe que Dios sigue guiando a Su pueblo hoy, y Su amor es constante en cualquier circunstancia.
Quizás la lección más importante es que no debemos esperar a que un periodista les haga las preguntas correctas.
Somos nosotros quienes debemos escuchar con atención lo que ya nos dicen en cada conferencia general, en cada mensaje oficial, en cada testimonio.
Porque al final, la voz del profeta es la voz del Señor para nosotros hoy.
Fuente: Meridian Magazine



