En algún momento todos nos hacemos la misma pregunta: 

¿Por qué nací aquí y no en otro lugar?,  ¿fue casualidad, destino o algo que elegí antes de venir a la Tierra?

Entre los Santos de los Últimos Días, esta duda suele despertar conversaciones profundas. Algunos creen que las circunstancias de su vida reflejan decisiones que tomaron antes de nacer. 

Otros encuentran consuelo en pensar que un Padre Celestial sabio los colocó donde podrían aprender lo que más necesitaban. Pero, ¿qué enseña realmente la doctrina?

amor de Dios
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Una de las verdades más firmes del evangelio es que Dios nos dio albedrío, la capacidad de elegir. Las Escrituras enseñan que “sin albedrío no habría propósito en la existencia” (2 Nefi 2:11–16). Desde antes de venir a este mundo, cada uno de nosotros usó ese don para aceptar el plan de Dios: dejar Su presencia, obtener un cuerpo y ser probado.

El presidente Henry B. Eyring explicó alguna vez:

“Tú y yo aceptamos la invitación de ser probados y demostrar que elegiríamos guardar los mandamientos de Dios cuando ya no estuviéramos en Su presencia”.

Esa fue nuestra primera gran elección: aceptar venir a la Tierra y confiar en que todo lo que viviríamos, lo bueno y lo difícil, tendría un propósito eterno.

padre celestial cristo
«Complete peace» por Yongsung Kim

La escritora Barbara Lockhart enseñó:

“Tener un cuerpo es una bendición… es un don que recibimos por haber guardado nuestro primer estado en la vida premortal. Quienes comprenden esto ven su cuerpo como un premio, no como una carga, y se preparan para volver a vivir con su Padre Celestial”.

Esa visión transforma la forma en que nos vemos: nuestro cuerpo, nuestra historia, incluso nuestras pruebas, forman parte de un proceso divino que comenzó mucho antes de nacer.

dios en los cielos
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Aquí es donde la doctrina deja espacio para la fe. No hay una enseñanza oficial que diga que escogimos a nuestros padres, nuestro país o nuestras pruebas. El élder Joseph Fielding Smith escribió:

“No tenemos justificación escritural para creer que tuvimos el privilegio de elegir a nuestros padres o compañeros de vida en el mundo de los espíritus. Es posible que en algunos casos haya sido así, pero no en todos, ni siquiera en la mayoría”.

Esto no significa que nuestra vida carezca de propósito. Más bien, muestra que cada uno recibió una misión adaptada a su crecimiento. Al aceptar el plan de Dios, también aceptamos las condiciones de esa experiencia mortal: los desafíos, las oportunidades y el tiempo en que viviríamos.

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El profeta Lehi enseñó que “debe haber oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11). Sin dificultades no habría progreso; sin dolor no podríamos comprender la alegría. Dios permite que las diferencias en la vida, las pruebas, los lugares, las épocas,  nos formen de maneras únicas.

Incluso el propio Salvador vino al mundo más oscuro y difícil de todos. Según el libro de Moisés, el Señor declaró:

“Entre todas las obras de mis manos no ha habido tanta iniquidad como entre tus hermanos” (Moisés 7:36).

Y aun así, Él eligió venir aquí. Lo hizo para alumbrar la oscuridad y mostrar que el amor y la luz siempre pueden vencer.

Tal vez no elegimos cada detalle de nuestra vida, pero sí seguimos eligiendo cómo vivirla. Elegimos perdonar, confiar, servir, seguir adelante y buscar a Dios incluso cuando no entendemos todo.

Al final, lo que verdaderamente elegimos, ayer, hoy y siempre, es ser discípulos de Cristo, cualquiera sea el lugar, el tiempo o las circunstancias que nos tocaron.

Fuente: Ask Gramps

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