Cuando un hijo dice que ya no quiere ir a la Iglesia, algo se mueve dentro de nosotros. No solo por lo que significa espiritualmente, sino porque sentimos que una parte de su historia parece tomar un rumbo distinto. 

A veces esa noticia llega después de semanas de notarlo más callado, de verlo esquivar los domingos o de escuchar respuestas cortas ante preguntas sobre la fe.

Es natural que duela, que aparezca la preocupación o incluso la culpa. Pero antes de dejarnos arrastrar por esos pensamientos, podemos detenernos un momento y mirar con ojos más amplios. Quizá este sea un punto de inflexión, no un final.

Escuchar antes de intentar convencer

A veces detrás de la frase “ya no quiero ir” no hay una pérdida de fe, sino una lucha interna. Imagen: Shutterstock

Como padres cuesta mucho ver que un hijo se aleje de algo que amamos profundamente, especialmente cuando se trata del evangelio. 

Pero la primera reacción no debería ser un discurso, sino una pausa. Escuchar no significa aprobar todo lo que dice, significa darle espacio para expresarse.

A veces detrás de la frase “ya no quiero ir” no hay una pérdida de fe, sino una lucha interna. Puede ser que sienta que no encaja, que algo en la experiencia de la Iglesia le ha dolido, o simplemente que necesita comprender su relación con Dios por sí mismo. La fe no siempre se pierde, a veces se transforma.

Si lo interrumpimos con argumentos o culpa, lo único que entenderá es que su voz no fue escuchada.  En cambio, si respondemos con calma, con curiosidad genuina y con amor, estaremos dejando la puerta abierta para que más adelante pueda volver a hablar del tema sin miedo. Escuchar es una forma de decir: 

“Aun si no estás en el mismo camino, sigo caminando contigo.”

La fe también se cultiva en el silencio

Esa distancia, aunque dolorosa, puede ser una oportunidad para que el testimonio de tu hijo se convierta en algo real, no heredado. Imagen: Canva

No todos los procesos espirituales son visibles. Hay etapas donde la fe parece estar “en pausa”, pero en realidad está tomando una forma más profunda. Como cuando una semilla se entierra y desaparece por un tiempo antes de brotar.

En esos momentos, lo mejor que podemos hacer es confiar. El Señor no deja de obrar en el corazón de nuestros hijos solo porque no los veamos en la banca del domingo. Él sabe cómo llegar a ellos, incluso cuando nosotros ya no sabemos qué decir.

Tal vez el silencio de hoy sea el terreno donde un día crecerá una fe más personal y auténtica. A veces el Evangelio necesita pasar del “me dijeron que es verdad” al “yo lo descubrí por mí mismo”. 

Esa distancia, aunque dolorosa, puede ser una oportunidad para que su testimonio se convierta en algo real, no heredado.

“El amor es el fuego que da calidez a nuestra vida con gozo incomparable y esperanza divina. El amor se debe demostrar en palabra y hechos.” – Dieter F. Uchtdorf

Evita hacer del evangelio una presión

consejos para padres
Cuando los hijos ven que nuestra fe nos da paz y no estrés, esperanza y no juicio, es más fácil que sientan el deseo de volver. Imagen: Canva

El evangelio nunca fue un peso, sino una promesa de esperanza. Cuando lo convertimos en una lista de deberes o expectativas, sin darnos cuenta apagamos su luz. Muchos jóvenes no se alejan porque no crean, sino porque sienten que la religión se volvió una exigencia más en una vida llena de exigencias.

Podemos ayudarlos a recordar que el Evangelio no está hecho para culpar, sino para sanar. Que la Iglesia no es solo un lugar donde se obedece, sino donde se aprende a amar y a servir. Que asistir no es cumplir con una rutina, sino alimentar el alma en comunidad.

Por eso, más que insistir en que regresen, quizás debamos mostrarles por qué seguimos nosotros. Cuando ven que nuestra fe nos da paz y no estrés, esperanza y no juicio, es más fácil que sientan el deseo de volver.

“Nuestro testimonio es un don de Dios y se debe expresar, pero no tenemos la autoridad de conferir un testimonio a otra persona, ya que sólo el Espíritu Santo puede concederlo.” – Robert D. Hales

Confía en que Dios sigue siendo el Padre de ambos

Madre e hijo en el Templo
Dios no pierde a Sus hijos. Ni siquiera cuando ellos se alejan por un tiempo. Imagen: La Iglesia de Jesucristo.

A veces olvidamos que nuestros hijos no nos pertenecen. Nos fueron confiados por un tiempo, pero su alma le pertenece a Dios. 

Y eso, en realidad, es un consuelo. Porque aunque nosotros no sepamos cómo guiarlos en ciertos momentos, Él sí sabe.

Podemos seguir orando, podemos pedir sabiduría para amar sin imponer y acompañar sin controlar. La fe no siempre se manifiesta en palabras; a veces se demuestra en la serenidad con la que decidimos confiar en el Señor.

Dios no pierde a Sus hijos. Ni siquiera cuando ellos se alejan por un tiempo. El amor de Cristo alcanza incluso los caminos más lejanos. Y nosotros podemos ser reflejo de ese amor, sin condiciones, sin discursos, sin desesperación.

“Él invita a todos que vengan a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y participen de su salvación y del poder de su redención” – M. Rusell Ballard

Cuando la fe de los hijos tambalea, la de los padres puede sostener

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No sabemos cuánto tomará, pero sí sabemos que el Señor nunca se rinde. Imagen: Getty Images

Es posible que por momentos sintamos que orar ya no tiene sentido, o que nuestros esfuerzos no sirven. Pero es justo ahí donde la fe de los padres se vuelve un ancla. No para controlar el rumbo de los hijos, sino para recordar que el Salvador siempre está en la historia.

Podemos seguir asistiendo, sirviendo, testificando con nuestras acciones. Ellos observan más de lo que creemos. Una vida consistente en Cristo predica más que cualquier conversación.

Hay padres que años después ven a sus hijos regresar, y otros que aún esperan. Pero lo importante es que el amor nunca se detiene. El Evangelio enseña que las familias pueden ser eternas, y esa promesa también abarca los procesos largos y las distancias temporales.

No sabemos cuánto tomará, pero sí sabemos que el Señor nunca se rinde.

Amar siempre es parte del plan

Quizá este momento no sea una prueba de fe de tu hijo, sino la tuya. Tal vez el Señor te está invitando a aprender a amar como Él ama: con paciencia, sin condiciones, con esperanza.

El amor sincero nunca fue una estrategia, fue el lenguaje del Salvador. Y cuando seguimos hablando ese lenguaje, aun en el silencio, algo sagrado sigue obrando.

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