Todos hemos pasado por momentos en que alguien dentro de la Iglesia nos decepciona. A veces es una palabra fuera de lugar, una actitud que no esperábamos o una falta de empatía en un momento difícil. 

Y aunque tratemos de no tomarlo tan personal, cuando eso ocurre dentro del lugar donde buscamos consuelo, duele distinto.

No todo el que sirve es perfecto

La Iglesia está llena de discípulos imperfectos que buscan ser mejores. Imagen: Canva

En la Iglesia estamos rodeados de personas buenas que también están aprendiendo. Eso significa que, en algún punto, alguien puede equivocarse con nosotros. 

Líderes, maestros, amigos del barrio… todos intentan servir, pero también tienen días malos, juicios precipitados o simplemente desconocen lo que estamos viviendo.

Recordar que la Iglesia está llena de discípulos en proceso nos ayuda a bajar las expectativas sin perder la fe. No se trata de justificar las ofensas, sino de entender que el Evangelio es perfecto, pero quienes lo vivimos estamos lejos de serlo.

A veces, lo más sanador es aceptar que la madurez espiritual también implica aprender a amar sin idealizar.

El desafío de no alejarse del todo

pecados
Mantén tu corazón abierto al Señor. Imagen: Canva

Cuando la decepción viene de alguien de la Iglesia, puede aparecer el pensamiento de alejarnos. 

“Si esto pasa aquí, ¿para qué seguir?” 

Pero antes de decidirlo, vale la pena hacer una pausa. Alejarnos del Evangelio por la acción de una persona es dejar que el error humano interfiera con una relación divina.

Jesús también fue herido por quienes estaban cerca de Él, y aun así eligió seguir amando. No porque fuera fácil, sino porque entendía que su fe no dependía del comportamiento de los demás.

A veces, sanar no significa quedarnos en el mismo lugar, sino mantener el corazón abierto para que el Señor siga obrando, incluso en medio de nuestra decepción.

Sanar es un acto de fe

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Perdonar no es olvidar lo que pasó, sino liberarnos del peso que nos impide avanzar. Imagen: Canva

Sanar no siempre se siente espiritual al principio. Puede implicar distanciarnos un tiempo, llorar, buscar consejo o incluso poner límites. Pero cada paso hacia la sanación es una manera de decirle al Señor: 

“No quiero que este dolor me aparte de Ti.”

Perdonar no es olvidar lo que pasó, sino liberarnos del peso que nos impide avanzar. Y eso no ocurre de la noche a la mañana. A veces lleva tiempo, oración y ayuda.

El Élder Jeffrey R. Holland enseñó

“Excepto en el caso de Su Hijo Unigénito perfecto, Dios se ha tenido que valer de gente imperfecta, lo cual ha de ser terriblemente frustrante para Él, pero se conforma con ello; y nosotros debemos hacerlo también. Y cuando vean alguna imperfección, recuerden que la limitación no radica en la divinidad de la obra.”

Tal vez eso sea justo lo que todos estamos haciendo: aprendiendo a sanar mientras seguimos intentando amar.

Recordar de quién realmente es la Iglesia

jesus abrazando a una mujer
El Evangelio sigue siendo verdadero, incluso cuando las personas no actúan como deberían. Y esa verdad es lo que, al final, nos sostiene.  Créditos: Alyssa Ence

En medio de la decepción, podemos recordar que la Iglesia no pertenece a las personas, pertenece a Cristo. Y aunque los seres humanos fallemos, Él no lo hará.

Seguir viniendo, seguir sirviendo, seguir creyendo, no siempre es señal de que “todo está bien”, sino de que confiamos en que lo estará. Sanar no borra lo vivido, pero transforma la forma en que lo recordamos.

El Evangelio sigue siendo verdadero, incluso cuando las personas no actúan como deberían. Y esa verdad es lo que, al final, nos sostiene. 

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