A veces, lo que más duele no viene de fuera. Viene de quienes esperábamos comprensión, apoyo o amor dentro de la Iglesia. Un comentario fuera de lugar, una actitud injusta o una experiencia que nos deja con el corazón confundido puede hacernos cuestionar cosas que antes dábamos por seguras.

Este es el caso de María que llevaba años sirviendo en su barrio. Amaba su llamamiento y encontraba alegría en cada domingo compartido con los hermanos. Pero un día, una conversación la dejó en silencio. 

Alguien a quien respetaba mucho hizo un comentario que la hirió profundamente. No fue un conflicto grande, pero sí suficiente para que algo dentro de ella se quebrara. Desde entonces, ir a la capilla se volvió difícil.

La Iglesia no es perfecta, pero el Evangelio sí

La Iglesia está llena de personas reales con buenas intenciones, pero también con debilidades. Imágenes: Masfe.org

Hay momentos en los que podemos pensar: “¿Cómo algo tan sagrado puede doler así?”. La Iglesia está llena de personas reales con buenas intenciones, pero también con debilidades. Y aunque a veces sus errores pueden doler, eso no cambia el hecho de que el Evangelio sigue siendo verdadero. Separar esas dos cosas es clave para sanar.

Podemos reconocer el dolor sin alejarnos del Señor. Él nunca ha prometido que Su Iglesia sería perfecta; prometió que sería el camino para acercarnos más a Él.

Cuando vean alguna imperfección, recuerden que la limitación no radica en la divinidad de la obra. – Jeffrey R. Holland

Su doctrina sigue siendo verdadera, Su amor sigue siendo real, y Su Iglesia sigue siendo el lugar donde encontramos consuelo, incluso cuando a veces ese mismo lugar nos hiere.

El Salvador también fue herido por los suyos

Aunque Jesús fue traicionado, no vivió en resentimiento. Imagen: Maisfe.org

Jesús conoció lo que es ser traicionado por alguien cercano. Aun así, no dejó que el dolor se convirtiera en resentimiento. Su ejemplo nos enseña que perdonar no siempre significa justificar, sino decidir no cargar con un peso que no nos corresponde.

A veces, sanar empieza con una oración sencilla como “Señor, ayúdame a no endurecer mi corazón”. No porque el otro lo merezca, sino porque yo necesito paz. Cuando alguien nos decepciona, lo primero que necesitamos recordar es que nuestra fe nunca ha estado en las personas, sino en Jesucristo.

Excepto en el caso de Su Hijo Unigénito perfecto, Dios se ha tenido que valer de gente imperfecta, lo cual ha de ser terriblemente frustrante para Él, pero se conforma con ello; y nosotros debemos hacerlo también. – Jeffrey R. Holland

Podemos amar y respetar a nuestros líderes y amigos, pero nuestra confianza plena pertenece solo al Salvador. Él es quien entiende perfectamente el dolor de sentirnos incomprendidos o heridos, incluso dentro de Su propia casa.

Hablarlo con amor, no con enojo

Si sentimos que alguien nos ha herido, podemos buscar el momento adecuado para expresarlo desde el respeto. Imagen: Masfe.org

Cuando algo nos duele, lo más natural es querer alejarnos o callar. Pero muchas veces, una conversación honesta y calmada puede traer más claridad que meses de distancia. Si sentimos que alguien nos ha herido, podemos buscar el momento adecuado para expresarlo desde el respeto y el deseo de entender, no desde la ira.

Recordemos que todos estamos aprendiendo. A veces la otra persona ni siquiera sabe que nos lastimó. El presidente Holland señaló:

Perdonar y abandonar las ofensas, viejas o nuevas, es esencial para la grandeza de la expiación de Jesucristo.

Dejar que el Salvador cure lo que otros no pueden

El proceso de sanar no depende de una disculpa, sino de un corazón dispuesto a soltar el peso del rencor. Imagen: Canva

Hay heridas que las disculpas no alcanzan a sanar. En esos casos, el verdadero consuelo llega cuando dejamos que Cristo entre en el proceso. Él sabe exactamente cómo restaurar lo que parece roto y cómo transformar el dolor en una lección sagrada.

Sanar no es pretender que no pasó nada. Es permitir que Cristo sane las partes de nosotros que fueron afectadas. Puede ser necesario poner límites, buscar apoyo en amigos de confianza o en líderes que escuchen con empatía. Pero sobre todo, se trata de volver a mirar al Señor y permitirle que nos ayude a ver a los demás con misericordia.

A veces descubrimos que el proceso de sanar no depende de una disculpa, sino de un corazón dispuesto a soltar el peso del rencor. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson:

Te prometo que el Salvador te aliviará de la ira, el resentimiento y el dolor. El Príncipe de Paz te brindará paz.

La fe sigue siendo más grande que las decepciones

mujer viendo el templo
Créditos: Judith Ann Beck

Con el tiempo, María volvió a la capilla. No porque todo se hubiera resuelto, sino porque entendió que pertenecer a la Iglesia no depende de que los demás sean perfectos, sino de nuestro deseo de seguir a Cristo imperfectamente juntos.

A veces el perdón llega despacio, pero llega. Y cuando lo hace, nos damos cuenta de que cada herida puede convertirse en una oportunidad para aprender a amar como lo haría el Salvador.

Sanar no siempre es rápido ni fácil, pero en el proceso descubrimos que la Iglesia está llena de personas imperfectas, y entre ellas, también estamos nosotros porque estamos aún aprendiendo de Cristo. Y si seguimos caminando con humildad, Cristo puede convertir cada decepción en una lección de compasión, y cada herida en una oportunidad para empezar de nuevo.

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