Dicen que los amores de juventud no siempre duran, pero Kelvyn y Kay Cullimore son la prueba viviente de que el amor puede ser eterno.
Se conocieron en la secundaria, en Oklahoma City, y desde ese primer encuentro algo hizo clic. “Supe enseguida que me gustaba mucho,” recuerda Kelvyn.
Lo que empezó como un cariño adolescente se convirtió en una amistad profunda y un compromiso que ha resistido 70 años de matrimonio.
Se casaron en 1955, con apenas 20 años, mientras estudiaban en Brigham Young University. Él se graduó en marketing y negocios, ella bromea diciendo que obtuvo su “PHT”, porque “ella me puso a través”.
Hoy, ambos tienen 90 años, siguen activos y mantienen una relación llena de complicidad y risas. Con cinco hijos, 25 nietos, 84 bisnietos y dos tataranietos, su familia es un reflejo de la importancia de la unión, el compromiso y la fe compartida.
Un matrimonio que sirve más allá de sí mismo

Lo que distingue a los Cullimore no es solo la longevidad de su matrimonio, sino cómo han vivido el amor al servicio.
A los setenta, se embarcaron en misiones humanitarias con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en países como Myanmar, Haití y Lesoto. Supervisaron proyectos, aseguraron que funcionaran y regresaron para garantizar su continuidad.
“Fuimos policías, negociadores, motivadores,” dijo Kelvyn.
“Fuimos a lugares de los que nunca habíamos oído hablar”, agregó Kay.
Entre ríos llenos de serpientes y caminos difíciles, encontraron maneras de servir y cuidar de quienes más necesitaban ayuda.
“Muy pocas mujeres habrían hecho lo que Kay hizo, especialmente a los 75 años,” comentó Kelvyn.
Estos años les permitieron experimentar que el verdadero amor se fortalece al compartir metas y servir a otros juntos, y que la fe puede guiarnos incluso en los desafíos más inesperados.
Aprender y crecer con los demás

Desde el principio, sus familias fueron algo escépticas porque la fe de los Cullimore y el origen cultural de los Haness parecían distintos. Pero Kay encontró en su conversión una manera de llenar el vacío espiritual que sentía, y desde entonces ha dedicado innumerables horas al servicio, ya sea en Temple Square, en proyectos humanitarios o enseñando en la cárcel del condado.
Kelvyn lo resume así:
“Aceptar a las personas como son y aprender de ellas ha sido clave para nosotros.”
Ese principio ha guiado su matrimonio y sus relaciones con todos los que los rodean.
Amor práctico y detalles que importan

Más allá de la aventura y el servicio, los Cullimore saben que los pequeños detalles construyen un amor duradero. Planear los cumpleaños de sus nietos, asistir solo a eventos importantes para no hacer sentir mal a nadie, caminar juntos todos los días tratando de alcanzar 11 000 pasos, ellos tienen claro que todo suma.
Kay es cariñosa y atenta, mientras que Kelvyn combina humor con dedicación. La familia los describe con palabras como “amable, sabio, divertido, dedicado y amoroso”. Esas son cualidades que reflejan cómo el amor y la fe pueden transformar la vida cotidiana en algo extraordinario.
Lecciones de un amor que perdura

Si hay algo que aprender de Kelvyn y Kay, es que el matrimonio y la vida no se tratan solo de los grandes gestos, sino de la constancia, el servicio y la gratitud. No todo es perfecto, pero su secreto está en elegir avanzar juntos, perdonar, reír y servir a los demás.
“El altruismo y el humor te ayudan a superar muchas cosas”, dice Kay.
La vida juntos les ha enseñado que incluso en los momentos difíciles, buscar lo ligero, lo alegre y lo significativo fortalece cualquier relación y nos acerca más a Dios.
Fuente: Deseret News



