En el 2010, recibí la idea de escribir en mi computadora el texto del Libro de Mormón y lo hice. Me tomó dieciocho meses, 565 días para ser exactos, que son quinientos días más de lo que tardaron José Smith y Oliver Cowdery en traducir y escribir el original. Escribí cada palabra, de principio a fin, excepto las notas de pie de página. Fue una aventura increíble hacer que la gente se volviera real y las doctrinas personales.
No puedo expresar el poder que obtuve de la experiencia.
El proceso fue largo y tedioso. Escribía temprano por las mañanas, a altas horas de la noche y entre los espacios libres que tenía. Cuando terminé el libro de Mosíah en la página 245 con 397 páginas restantes, experimenté lo que pensé que era cansancio. Yo quería dejarlo, terminar el proyecto, me había llevado más de siete meses llegar tan lejos, y tan gratificante como lo había sido, estaba ocupando todo mi tiempo libre.
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Durante varios días, me quedé en el limbo, comparando la practicidad y la utilidad de continuar. Finalmente, me motivó la idea de que podría haber algo más, algo de valor por experimentar, así que decidí seguir tipeando, tipeando y tipeando y hasta el final.
Nunca podría haber imaginado lo que me esperaba. Todo lo que tenía que hacer era continuar escribiendo exactamente donde lo dejé, acortando la brecha entre el final de Mosíah en el capítulo 29 y el primer versículo de Alma. Escribí sobre aquella experiencia en el primer capítulo de “El Libro de Mormón es Verdadero” (The Book of Mormon Is True).
Cuando comencé a escribir, las palabras parecían tener algo diferente. Pensamientos como “no recuerdo haber escrito esa palabra antes” y “este texto se siente de alguna manera diferente” llegaron a mi mente. Después de escribir más de doscientas páginas, pude decir que algo había cambiado. No pude identificar lo que era, pero algo se sentía diferente.
Decidí que debería prestar atención a lo que estaba sintiendo. Aunque ya había tipeado la mayor parte de Alma 1, lo borré y comencé el capítulo otra vez. Sospeché que estaba experimentando las diferencias en los estilos de dos autores, algo que debí haber anticipado, porque el hijo del rey Benjamín, Mosíah, quien escribió el último capítulo de Mosíah, y Alma, el hijo de Alma, quien escribió el primer capítulo de Alma, se habrían expresado de manera diferente.
Sería como leer el resumen del discurso de Gordon B. Hinckley y otro del Presidente Thomas S. Monson, sentirás un cambio de estilo y tono, incluso si los discursos se resumieran.
Después se me ocurrió que lo que estaba experimentando podría ser más que sólo las diferencias en los estilos de Mosiah y Alma. ¿Podría ser que expresaron sus pensamientos usando palabras diferentes?
Cuando comencé a escribir de nuevo Alma 1, busqué palabras que pudieran haber originado mis sentimientos de que algo había cambiado. Mientras escribía el primero capítulo, encontré palabras que eran específicas y diferentes en el capítulo de Alma.
Creo que el texto (realmente el Espíritu) llamó mi atención porque estaba escribiendo palabras que no había escrito antes. Aquí están las palabras alfabéticamente: “acaloradamente, amonestándolo, aparentaban, aseados, atrevieron, desatendían, distinción, embusteros, encolerizó, ignominiosa, importunando, impuesta, inamovibles, lino, oyentes, superchería, vigorosamente.”
Llena de curiosidad, pero aún sin darme cuenta de lo que había encontrado, avancé con Alma 2, buscando palabras que aparecen por primera o única vez en ese capítulo.
De pronto encontré más palabras y luego más palabras, y más y más. ¡Fue asombroso! En poco tiempo tenía más de cien palabras en la lista y ya no podía seguirlas todas, por esa razón decidí ponerlas en orden alfabético. Unos días más tarde, había encontrado tantas palabras que necesité contarlas, también modifiqué la forma en que hice el seguimiento de las palabras, no por el libro, sino por la persona que fue citada o escrita. Esas fueron palabras usadas sólo por una persona, mi lista de palabras únicas se hizo más y más larga con cada capítulo que escribía.
Cada vez que las planchas se pasaban a un nuevo encargado de registros o se citaba por otra persona, comenzaba una nueva lista. Cuando llegué a 3 Nefi, deseé haber comenzado a buscar palabras únicas cuando comencé a escribir. Después de unos días de indecisión, supe que tenía que regresar. Dejé de escribir en el último capítulo de Helamán y volví a leer 1 Nefi (no pensé que debía escribirlo de nuevo) hasta Mosíah 28, buscando posibles palabras únicas que podría agregar a mis listas.
Cuando llegué a Alma, me salté hasta las palabras finales de Moroni y las tipiaba a lo largo del camino, añadiéndolas a mi larga lista de palabras únicas. Al final, tenía más de 1,700 palabras organizadas por autor o escritor o la persona citada en una hoja de cálculo, sin incluir los nombres propios.
Por supuesto que esta experiencia no podría haber sucedido sin una computadora, algo que empecé a apreciar rápidamente. Cuando me encontraba a la mitad del proyecto, mi maestra visitante y mi querida amiga Leslie Goodwin estaban revisando una caja de libros antiguos. Cuando ella abrió la caja y leyó el título del libro que estaba en la parte superior, sentí que debía dárselo.
El autor J. N. Washburn publicó un libro en 1954, sobre el contenido y estructura del Libro de Mormón y me sorprendió leer que el hermano Washburn tuviera una idea similar sobre las palabras únicas que se encontraban en el Libro de Mormón, las cuales eran evidencia de su veracidad.
Sin una computadora para ayudarle, él escogió veinticinco palabras registradas en el Libro de Mormón. Él dijo: “Luego leí el Libro de Mormón por completo y mantuve un registro detallado de las palabra que se repetían con frecuencia, estas sumaban cincuenta palabras.”
Al finalizar su estudio él dijo: “No puedo expresar cuán significativo ha sido este pequeño experimento, pero puedo decirles que fue de mucho valor.”
Cuando se tradujo el Libro de Mormón en 1829 y cuando el hermano Washburn reunió sus datos en 1954, pocas personas en la tierra tenían la menor idea de que se inventaría un dispositivo que pudiera mostrar instantáneamente cuántas veces se usa una palabra y saltar a ese punto exacto en el texto.
Sentada en mi escritorio, revisando mi extensa lista de palabras y sabiendo que aún quedaban muchas más, me sentí asombrada, y supe más que nunca que el Libro de Mormón no podía explicarse como el trabajo de uno o varios autores del siglo XIX.
Ningún hombre o mujer (ya sea Tolstoi, Tolkien o Twain) podría usar un vocabulario tan único para resaltar más de cincuenta palabras.
Hace mucho tiempo que recibí un testimonio espiritual de que José Smith no creó el Libro de Mormón, ahora, con la evidencia de cientos y cientos de palabras únicas, llegué a la conclusión de que José ni siquiera usó sus propias palabras para traducir el Libro de Mormón.
Se necesitaron cincuenta y cuatro capítulos para compartir estos hallazgos. ¡Qué viaje tan increíble! Esta ha sido la experiencia culminante de mi vida. El Libro de Mormón es Verdadero y estoy feliz de haber tenido la oportunidad de escribir libros en mi vida.
Mi hijo más pequeño, Daniel, me dijo: “Sé cuál debería ser tu próximo libro”. Yo le respondí que habría un próximo libro, a lo que él me respondió: “Sí, lo habrá. Debes hacer lo mismo que hiciste con el Libro de Mormón con la Perla de Gran Precio.”
La intriga me golpeó al instante, tenía que saber. Debido a que José Smith fue la fuente de todo en la Perla de Gran Precio: el libro de Moisés, el libro de Abraham, la revisión inspirada de Mateo 24 del Nuevo Testamento, los acontecimientos clave de la historia de José Smith y los Artículos de Fe, me pregunté, ¿habrá palabras distintas por cada escritor como las había en el Libro de Mormón o todo estaría en el vocabulario de José Smith? ¿Cuántas voces diferentes habrá? ¿Cuántas palabras únicas?
Y así, el 21 de septiembre de 2015 comencé de nuevo, esperando nerviosamente por más descubrimientos. La Perla de Gran Precio tiene suficiente información que esperaba poder leer porque ciertamente no quería tener que escribirlo. 71 páginas pueden parecer abrumadoras.
Mi objetivo no era asegurar o reforzar mi testimonio sobre la Perla de Gran Precio, yo ya sabía que todas las escrituras canónicas de la Iglesia son la palabra de Dios; sin embargo, parecía un proyecto oportuno porque la Perla de Gran Precio, particularmente el libro de Abraham, continúa recibiendo atención negativa en la prensa, ya que los miembros descontentos y los anti-mormones cuestionan la traducción de José Smith.
Para mí, la autenticidad del libro se reduce a esto: cuando José Smith cita a Dios, Moisés y Satanás en el primer capítulo de Moisés, ¿son las palabras de José o son las palabras reales de Dios, Moisés y Satanás? Cuando lees el libro de Abraham, ¿estás leyendo las palabras de José Smith o las de Abraham? ¿Son el texto adicional y la reorganización del propio genio de Mateo 24, José o la restauración real de las palabras que Jesucristo enseñó a Sus apóstoles?
“Este artículo fue escrito originalmente por Meridian Magazine y fue publicado por ldsliving.com bajo el título: “What Typing the Entire Book of Mormon Taught Me About Its Authorship”