Cómo conquistar tus “pecados favoritos” para el bien

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Cada uno de nosotros tiene sus propios “pecados favoritos” que, por alguna razón, parece que no se pueden evitar. Así, perdemos la esperanza y pensamos que el cambio es imposible, ¿Cómo conquistamos las debilidades que nos impiden progresar?

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Mientras servía como misionero en Carolina del Sur, un miembro compartió un secreto que aprendió después de servir 14 años como obispo: “Todos reducimos nuestros pecados a lo poco que disfrutamos.” Eso me molestaba. ¿Los santos de los últimos días realmente disfrutaron ciertos pecados y los repitieron deliberadamente sin importar sus consecuencias? Creía que la “maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10)

Si bien he pasado gran parte de mi vida repitiendo los mismos pecados una y otra vez. Seamos sinceros, ¿todos no lo hemos hecho? La Biblia y el Libro de Mormón proclaman que “todos pecaron” (Romanos 3:23) y “todos nos hemos descarriado como ovejas”(Mosíah 14:6). Y, aunque no todos cometamos cada pecado, cada uno de nosotros tenemos nuestros propios “pecados favoritos” que, por alguna razón, no podemos evitar.

¿Por qué? Este comportamiento no tiene una explicación lógica y es peligroso espiritualmente. Además, puede conducirnos a pensar que es imposible un cambio significativo. Entonces, ¿cómo nos detenemos?

¿Por qué parece que no podemos dejar de repetir los mismos pecados?

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Comencemos con comprender por qué pecamos. Primero, tenemos que darnos cuenta de que no solo “cometemos errores,” un eufemismo mormón común, los pecados no son accidentales. De vez en cuando, cada uno de nosotros actúa deliberadamente contra la voluntad de Dios. Pecamos porque queremos. Quizá, al principio, teníamos curiosidad por cómo se sentía o sabía. Tal vez, el placer a corto plazo parecía atractivo, la gran presión de grupo y las consecuencias negativas inexistentes. Sabíamos que no era un buen acto, pero aun así decidimos hacerlo.

Curiosamente, esa decisión reduce nuestra capacidad de tomar decisiones diferentes la siguiente vez. Como observó Nefi, cuando repetimos los mismos pecados, esos imperceptibles hilos de lino se convierten en “fuertes cuerdas para siempre” (2 Nefi 26:22). El Élder James E. Talmage explicó este poderoso concepto: “El arrepentimiento no siempre es posible. A medida que el tiempo de arrepentimiento se pospone, la capacidad para arrepentirse se debilita. El descuido de la oportunidad en las cosas sagradas desarrolla la incapacidad.” Así, aunque, al principio, pecamos porque queremos. Eventualmente, repetimos los mismos pecados porque literalmente no podemos ayudarnos a nosotros mismos.

Esta incapacidad para cambiar es el resultado de un corazón endurecido. No deseamos que el Espíritu nos haga sentir incómodos. Así que dejamos de escucharlo. Y, finalmente, para nuestro mal, Él se retira.

Cuando los pecados repetitivos endurecen nuestros corazones, la fuerza de voluntad no es suficiente

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Cuando los 32 000 hombres de Gedeón ya eran superados por 135 000 madianitas, el Señor le dijo al ejército de Gedeón que era demasiado tarde (véase Jueces 7: 1-3) “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en sus manos,” expresó Él, “no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi propia mano me ha salvado.” (v. 2). Entonces, el Señor ordenó que el ejército de Gedeón se redujera dos veces hasta que estuviera conformado por solo 300 soldados. Finalmente, el ejército israelita con menos del 1% de su tamaño original, dejó solo a un israelita por cada 400 madianitas.

Con dichas tropas reducidas dramáticamente, Dios aseguró que Gedeón y sus hombres confiarían en Él y no en su propio “brazo de la carne.” Gedeón y sus hombres no se salvaron a sí mismos y lo sabían. Dios los había salvado.

¿Por qué Dios estaba tan preocupado de que los hombres de Gedeón lo reconocieran como su única fuente efectiva de fortaleza? Por la misma razón que Él no necesita de nuestras alabanzas, sino que Él desea que reconozcamos, por nuestro propio bien, que no podemos sobrevivir espiritualmente sin Su ayuda. Como lo dijo el Presidente Henry B. Eyring, “Necesitamos una fortaleza que supere la nuestra para guardar los mandamientos en cualquier circunstancia que nos depare la vida.” Porque no importa cuánto nos esforcemos, nuestra propia disciplina nunca será suficiente.

Desafortunadamente, hablamos mucho sobre la fuerza de voluntad y la obediencia como si “esforzarse más” fuera la clave de la rectitud personal. No es así. Como Ammón, necesitamos reconocer que “nada” somos porque “en cuanto a nuestra fuerza, somos débiles” (Alma 26: 12). Y, eso ¡está bien! Incluso, Jesucristo, no lo hizo solo. A veces, se retiraba de la multitud para orar a Su Padre. Y, en el Getsemaní, cuando oraba, un ángel llegó para darle fortaleza (Lucas 22: 43). Incluso, nuestro Salvador libre de pecado necesitaba fortaleza más allá de la suya y el poder de nuestro Padre Celestial.

Quizá, solo la fuerza de voluntad será suficiente cuando se trate de obedecer muchos mandamientos. Pero, cuando nos enfrentamos a esos pecados que repetitivamente “disfrutamos,” la disciplina personal no es suficiente. Si pudieras haber vencido tus pecados repetitivos y habituales por ti mismo; ya lo hubieras hecho. No lo hiciste ni podrás porque no puedes. Solo, simplemente eres débil.

Dios puede transformar nuestras debilidades más severas en nuestras más grandes fortalezas

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Una vez pensé que los grandes cambios de corazón solo les sucedían a los profetas antiguos. Sin embargo, el Élder Bednar explicó: “El que nuestro corazón cambie por medio del Espíritu Santo al punto de “ya no ten[er] más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2), como lo hizo el pueblo del rey Benjamín, es la responsabilidad que hemos aceptado bajo convenio.” Cada uno de nosotros ha realizado el convenio de recibir este cambio por lo menos una vez. Y, cuando, por este cambio, ya no deseamos escoger lo malo, nuestras debilidades harán más que solo reducirse. Se convertirán en herramientas poderosas para el bien.

Con la gracia de Dios, las debilidades específicas pueden convertirse en nuestras fortalezas diametralmente opuestas. De hecho, muchas – si no son todas – de las más grandes fortalezas espirituales registradas una vez fueron debilidades.

En el Antiguo Testamento, el fundamento del Cristianismo se forma por las palabras de dos profetas: Isaías y Moisés. El Salvador declaró, “grandes son las palabras de Isaías” (3 Nefi 23:”) y citó más a Isaías que a otro profeta. De la boca de Moisés provino la Ley de Moisés, incluidos los diez mandamientos. Irónicamente, estos hombres se sintieron avergonzados de sus debilidades en el habla (Éxodo 6:30; 4:10; Isaías 6:5). El habla solo era una debilidad aleccionadora para Enoc. Sin embargo, medida por el efecto de sus palabras, la habilidad profética de Enoc para inspirar podría considerarse incomparable. (Véase Moisés 7:69).

Al igual que las dificultades de Isaías, Moisés y Enoc en el habla, el profeta Moroni recibió una lección de la “torpeza de sus manos” y su “debilidad” para escribir (Éter 12: 24, 25). A pesar de esta debilidad, el Señor eligió a Moroni para editar muchos capítulos y la portada del “libro más correcto sobre la tierra.” Además, la introducción del Libro de Mormón contiene solo una escrituras: Moroni 10: 3-5, la escritura más citada por los misioneros y la promesa por la que determinamos la veracidad del Libro de Mormón y el evangelio restaurado.

La lista continúa. El Apóstol Pablo, Alma hijo y los hijos de Mosíah fueron misioneros poderosos que comenzaron con una fe débil. Incluso, el hermano de Jared adquirió su fortaleza de fe, primero, al sentirse humillado ante una debilidad. Sin importar la aparente simplicidad o gravedad de los pecados repetitivos con los que luchamos, todos podemos hacer que nuestras debilidades se conviertan en nuestras fortalezas opuestas.

El Señor nos concede un gran cambio de corazón por medio de la humildad y la fe

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Moroni escribió: “Si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12: 27). Por eso, las escrituras revelan los siguientes dos prerrequisitos para un gran cambio de corazón: humildad fuerte y fe firme en Cristo.

  • Mucha Humildad 

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Si bien no podemos reparar nuestros propios corazones dañados, el Señor puede “quitar el corazón de piedra” y reemplazarlo por un “corazón de carne” (Ezequiel 36:26). Y, como cualquier artículo con garantía del fabricante, los corazones duros necesitan romperse antes de que puedan ser reemplazados. Nuestro “recuerdo de fábrica” divino requiere de humildad verdadera y profunda. Como los soldados de Gedeón, debemos darnos cuenta de que nuestra fortaleza no es suficiente y debemos confiar completamente en la gracia fortalecedora del Salvador para vencer el pecado repetitivo.  

Esta profundidad de sumisión y humildad se facilita cuando nos damos cuenta de que el Señor sabe mejor que nosotros cómo podemos ser más felices y estar más en paz. La naturaleza humana está obsesionada con predecir el futuro. Todos deseamos saber a dónde nos conducirán los diferentes caminos para tomar decisiones informadas, pero no tenemos ni idea. Sin embargo, – ya que el pasado, presente y futuro siempre están antes que el Señor – Simplemente, tiene sentido que Él sepa qué significa seguir las instrucciones de un Padre infinitamente amoroso y omnisciente.

Además, la humildad fuerte es más asequible cuando reconocemos que Cristo comparte nuestras cargas. No tenemos que sufrir solos. Cuando nos sometemos al Señor, Él puede aliviar y en algunos casos quitar nuestras cargas si pedimos humildemente Su ayuda (Mosíah 24:15).

  • Fe firme en Cristo

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El segundo prerrequisito, la fe firme en Cristo, se relaciona estrechamente con la humildad. Si bien la humildad constituye reconocer nuestra dependencia del Señor, la fe es un paso más. La fe actúa sobre la confianza. Quizá, porque “por la fe se obran milagros” (Moroni 7: 37; Éter 12:12), muchos de nosotros resaltamos las maneras de “ganar” fe. Encontramos consuelo, centrándonos en lo que podemos cuantificar y controlar, lo que significa que a veces, mientras subimos esa escalera al cielo, nos centramos en nuestra propia disciplina y obstinada obediencia.

Para ser claro, la obediencia es importante. Es un expresión de humilde sumisión, una condición necesaria para un gran cambio de corazón y la expresión fundamental de nuestro amor a Dios (Juan 14:15; DyC 42:29). Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos, ya que centrarnos en nuestra propia fortaleza para obedecer es espiritualmente peligroso. Incluso un enfoque bien intencionado en la obediencia se puede convertir en confianza en el “brazo de la carne,” un acto de orgullo, y un precursor del pecado repetitivo (2 Nefi 4:34). Cuando nos centramos en nuestra propia fortaleza para obedecer, o nos sentimos demasiado confiados en esa habilidad o deprimidos por nuestra propia incapacidad.

Lo cierto es que, somos incapaces de vencer el pecado repetitivo al confiar en nuestra propia fuerza de voluntad, nuestro propio entendimiento o incluso, en nuestro propio corazón. En cambio, debemos confiar firmemente en Él.

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Como Mormón escribió, la fe suficiente para preceder a un cambio de corazón debe ser “firme” (Helamán 3:35). Necesitamos tomar una decisión verdadera y real. Después de todo, realmente no deseamos que el Señor cambie nuestro corazón y actitud hacia la tentación, ¡Él no puede hacerlo! El Señor no anulará Su don del libre albedrío.

Como misionero, tuve muchas oportunidades de enseñar un programa para dejar de fumar. Con el transcurso del tiempo, surgió un patrón. Comencé a notar una característica que distinguía a aquellos que dejaban de fumar de aquellos que recaían en la adicción.

Primero, todos los que empezaron el programa parecían decididos a dejar de fumar. Vi a madres llorar y prometer a sus hijos que estaban cansadas de fumar. He visto padres que les decían a todos que nunca les dieran un cigarrillo si lo pedían. Las personas compraban bolsas llenas de caramelos de canela, galones de jugo de naranja y notas recordatorias para sus casas y oficinas. Desde una perspectiva ajena, cada persona que se unía a este programa deseaba cambiar.

Se siguieron usualmente los pasos provistos, excepto uno. Cada vez que alguien comenzaba a fumar nuevamente, mi compañero y yo les preguntábamos donde consiguieron el primer cigarrillo. Inevitablemente, la respuesta era algo así: “Por si acaso, guardé algunos cigarrillos en mi cajón de medias.” Cuando verdaderamente tomas una decisión, cuando “dejas” todas las otras opciones, no dejas cigarrillos en tu cajón de medias.

En otras palabras, si parte de ti espera la posibilidad de repetir cualquier comportamiento pecaminoso, no lo decidiste. El Señor irá sobre y más allá para ayudarnos pero si no ejercemos nuestro libre albedrío para por lo menos decidir firmemente lo que deseamos, Él no puede dárnoslo.

El Señor fortalecerá nuestra fe cuando lo deseemos sinceramente

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La fe firme, ese compromiso invariable de seguir al Salvador en lugar de nuestras propias inclinaciones, suena abrumador, por decir lo menos. No obstante, recordamos al padre que deseaba que Cristo salvara a su hijo de un espíritu inmundo que estaba “arrojando al niño al fuego y al agua para destruirlo” (Marcos 9: 17 – 27). En lugar de pretender tener fe suficiente, este padre angustiado “clamó, diciendo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). Sin importar el nivel insuficiente de su fe, su deseo era honesto y sincero. Además, sobre ese fundamento, Jesús inmediatamente expulsó al espíritu inmundo (Marcos 9: 25-27).

Como el caso es frecuente, nuestro Señor se centra sobre nuestro deseo, no nuestra supuesta capacidad. Recuerda, el Rey Benjamín no dijo que debemos ser “capaces de someternos” a la voluntad divina del Señor. Debemos estar “dispuestos a someternos” (Mosíah 3:19). Aquellos que se bautizaron en las aguas de Mormón realizaron el convenio de estar “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros” y “dispuestos a llorar con los que lloran” (Mosíah 18: 8-9). La bendición del pan durante la Santa Cena (la única que menciona los mandamientos) pide de manera similar que estemos “dispuestos a… guardar sus mandamientos.”

Después de que el Salvador instituyó la Santa Cena entre los Nefitas, Él otra vez enfatizó el deseo o la voluntad de obedecer, en lugar de lograr la obediencia perfecta. “Benditos sois por esto que habéis hecho; porque esto cumple mis mandamientos,” Él dijo, “esto testifica al Padre que estáis dispuestos a hacer lo que os he mandado” (3 Nefi 18:10). Este enfoque en nuestra voluntad o deseo es fundamental.

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Cuando nos humillamos y tenemos “sinceridad de disposición”, podemos recibir su consuelo y fortaleza. Por supuesto, debemos arrepentirnos inmediatamente y con frecuencia, pero esto también demuestra nuestro corazón humilde, nuestro deseo sincero y nuestra verdadera voluntad de seguirlo.

Básicamente, la clave para vencer tus pecados repetitivos es querer hacerlo. Debes desearlo lo suficiente para decidirlo, a partir de ahora, no dependerás de tu propio razonamiento mortal ni de tus inclinaciones físicas – ese “brazo de la carne.” Necesitas dejar de confiar en tu propia fuerza débil de voluntad para vencer los pecados repetitivos. Necesitas definitivamente, de una vez por todas, que esos pecados que una vez disfrutaste ya no sean tentadores. En lugar de confiar en tus propios deseos conflictivos y fortaleza insuficiente, necesitas arrepentirte y aprender a buscar humildemente la ayuda del Señor apara cambiar tu corazón endurecido para que Él puede darte Su fortaleza.

El Señor puede y cambiará nuestros deseos y nuestros corazones. Se supone que debemos hacer que Él nos conceda grandes cambios. Al final, el secreto para seguir y permanecer en el camino de vencer los pecados repetitivos es desearlo.

Así que sé sincero, ¿lo haces?

Artículo originalmente escrito por Robert Reynolds y publicado en ldsliving.com con el título “How to Conquer Your “Favorite Sins” For Good.”

Comentarios
muy bueno
antonio

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