Brook Romney: Para que nadie se siente solo

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Hace un tiempo me invitaron a una fiesta fabulosa con comida deliciosa y compañía agradable. Esperaba una tarde en la que conociera a nuevas personas y me volviera a relacionar con viejos amigos.

Me he enseñado a ser una persona muy extrovertida, aunque no siempre ha sido natural. Sin embargo, al llegar tarde y sola, y solo reconocer a tres personas me hizo sentir inusualmente nerviosa. Conversé con tres personas que conocía, pero no quería monopolizar su tiempo, así que busqué un lugar para sentarme y comer.

Con valor, me senté en una silla libre y me presenté a aquellos que no conocía. Hablamos un poco, pero todos tenían que irse rápido porque debían recoger a sus hijos de la escuela, así que me quedé sola. Miré alrededor en busca de otro lugar disponible, pero las mesas estaban llenas, así que me senté sola durante varios minutos dolorosos. Ninguna persona elevó la mirada ni se dio cuenta.

No estaba preparada para sentirme incómoda y sola. Pasé de ser una mujer segura de 39 años de edad a una adolescente insegura de 13 años en cuestión de segundos. Ese horrible sentimiento de desolación rugió en mi interior hasta que no pude soportarlo por más tiempo, reuní mis cosas y me fui.

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Mientras conducía a casa y reflexionaba sobre la tarde que tuve, sentí pesar por los jóvenes que se sienten de esta manera todos los días. Los felicito por seguir presentándose incluso cuando la vida los decepciona diariamente. Son guerreros, pero no son los únicos que se sienten solos.

Esa experiencia hizo que fuera dolorosamente obvio que el sentimiento de no ser deseado no termina solo porque crecemos. Todos deseamos pertenecer, pero muchos hombres y mujeres todavía se sienten solos la mayor parte del tiempo. Lo intentan pero fallan en las amistades, miran desde afuera y todavía no pueden encontrar una silla disponible en la mesa.

Como seguidores de Cristo, esto no debería suceder en nuestra espera. Siempre debe haber un espacio en nuestra banca, en nuestra fila, en nuestro círculo. Mi corazón se rompe al preguntarme cuántos miembros, nuevos o antiguos, dejaron de ir a la iglesia, no solo por la doctrina, sino porque no pueden soportar la idea de adorar solos. ¿Cuántos prójimos se sienten rechazados porque no encajan? ¿Cuántas nuevas amistades se han pasado por alto porque nuestra familia de la iglesia nos brinda todas las experiencias sociales que necesitamos?

Este momento, sola, en la mesa, me recordó que debía dejar de sentirme tan cómoda en las relaciones que ya tenía, debía buscar y contactar a una persona que posiblemente me necesitara, no debía ser la persona que se esconde en una rincón. En cambio, debía ser una persona que se presentara a una joven nueva, que se apresurara a hacer un espacio, que invitara a una persona más, que ampliara su círculo a cada oportunidad. Si elegimos abrir nuestros ojos, probablemente siempre haya alguien que necesite un amigo o incluso solo una pequeña conexión.

Sí, existen un millón de excusas válidas que podemos usar para justificar por qué no nos comunicamos. Nos sentimos muy avergonzados, ocupados, diferentes, cansados contentos o agobiados por nuestros problemas. Pero, les pido a todos, como discípulos de Cristo, que dejemos las excusas de lado e intentemos descubrir cómo podemos seguir el ejemplo de nuestro Salvador y acoger a alguien más.

Las soluciones pueden ser sencillas, aunque, quizá, un poco incómodas. Es guardar un asiento para alguien en la Sociedad de Socorro que no es tu mejor amiga. Es hacer un cumplido sincero a un joven que crees que es un problema. Es hacer seguimiento a un vecino que sabes que ha experimentado el dolor. Es pedirle al nuevo joven que se una al juego de básquet del sábado. Es elegir no sentarte solo en un partido de fútbol, incluso si lo prefieres. Es descubrir por qué una persona dejó la iglesia en lugar de suponer y evitar. Es hablar con el cajero de una tienda en lugar de ver tu teléfono. Es insistir en que el niño difícil sea invitado a la fiesta y, luego, asegurarte de que se sienta querido.

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Esta forma de vida, esta inclusión, puede convertirse en un hábito si lo permitimos. Podría tomar un tiempo, unos años, o incluso una vida, pero ¿no sería maravilloso ser conocido como la persona que rompió las barreras, abolió los grupos exclusivos, se negó a criticar e hizo de este mundo un lugar un poco más noble, un poco más fácil, un poco más aceptable para todos?

Si cambiamos nuestros corazones y decidimos ser mejores; si miramos hacia arriba y hacia afuera en lugar de hacia abajo y hacia adentro, quizá descubramos que tenemos el coraje y la capacidad de hacer un espacio para alguien más en nuestras vidas, en nuestros corazones y en nuestra mesa. Con un poco de esfuerzo y un poco de tiempo, podríamos terminar viviendo en el tipo de familia, vecindario, barrio y comunidad del cual siempre soñamos ser parte. Tal vez, sea posible crear nuestro pequeño Sion.

Este artículo fue escrito por Brooke Romney y fue publicado en ldsliving.com con el título “Brooke Romney: So That No One Sits Alone.”

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