Recientemente, conversé con una amiga cercana acerca de sus ideas suicidas. Cuando le dije que estábamos en la misma situación, se negó y por una buena razón: no existen dos experiencias iguales. Además, con frecuencia, esas expresiones trilladas no ayudan. Pero, lo dije en serio y de muchas maneras.
¿Con qué frecuencia conversamos con los demás, intentamos sentir empatía y se burlan de nosotros porque seguramente no hay forma en que podamos comprender su dolor?
Cuando era adolescente, tuve episodios graves de depresión así que de alguna manera entendía cómo se sentía esta amiga y le recordé que estuve en la misma situación y lo decía en serio. ¿Entendí completamente sus emociones y su dolor? No. ¿Estaba ahí para ella? ¿Estaba cerca? Sí y eso fue suficiente.
Uno de mis cuentos favoritos es “El bote a la deriva” de Stephen Crane.
Stephen Crane escribió este cuento en un tiempo en que muchos sentían que Dios no existía y si existía, no le importaba y si le importaba, no había nada que Él pudiera hacer para ayudar.
Con ese respaldo cultural, Crane escribió sobre un periodista de un diario que estaba a la deriva en un bote de remos con un capitán de barco, un cocinero y un maquinista después de un naufragio en la costa de Florida.
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Estos cuatro hombres se enfrentan a una fuerte marea e intentan remar todo el día y toda la noche durante treinta horas, con la esperanza de ser rescatados. Sobreviven a un naufragio, pero ¿pueden sobrevivir a la noche fría en el inestable bote salvavidas frente a una marea incesante?
En un momento, los hombres llegaron a su peor estado: estaban cansados, hambrientos, tenían frío y estaban lejos de casa. Discutían entre ellos. Hacían comentarios hirientes. Perdieron las esperanzas en las aguas heladas del Atlántico.
El periodista se puso a remar durante la noche, tomando su turno con los remos. “Después de un tiempo, parecía que incluso el capitán dormía y el periodista pensaba que era el único hombre a flote en todo el océano. El viento sonaba a medida que pasaba por las olas y el sonido era más triste que la muerte”, escribió Crane.
Mientras el periodista estaba atrapado en esta oscuridad, consideró que en esos momentos más oscuros, podía ser el propósito de Dios matarlo. ¿Por qué lo dejaría solo en ese bote, a la deriva, dirigiéndose a una muerte segura?
Esto me recuerda a Jesús en Marcos 4, cuando Él duerme en el bote y Sus discípulos pierden las esperanzas y entran en pánico. Jesús está cansado tras un largo día de enseñar y les pide a Sus discípulos que lleven el bote al otro lado. Ahí surge una gran tormenta y los discípulos lo despiertan, temiendo por sus vidas. ¿Cuál es Su respuesta? “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos 4: 40).
Me gustaría detenerme aquí y decir que cuando estuve en mi bote de remos y me sentía solo, la fe no era una palabra que tuviera sentido. Era la última cosa en mi mente. No era una cuestión de fe, sino de supervivencia. Minuto a minuto. Respiración a respiración. No es una exageración.
Cuando una enfermedad mental nubla nuestra vista, es difícil comprender algo más allá de los parachoques de truenos. A menudo, la fe parece una palabra más cuando la depresión se esconde en las esquinas.
Aunque Jesucristo estaba en el bote, se despertó y los discípulos lo sabían. ¿Él calmó los vientos y los mares y habló de la paz? Sí. Pero, Su sola presencia durante esa tormenta, créeme, fue más importante que lo que vino después.
Los cuatro hombres en la historia de Crane siguen perdiendo las esperanzas. Ven una casa en cierto punto, un faro, un hombre saludando y gritando algo sobre un rescate así que todos se reúnen, pero todo es en vano. Nadie viene. Toda la alegría desaparece. La orilla se siente muy lejos, como siempre. Todos menos el periodista se duermen.
Mientras rema, se escucha un sonido fuerte en la parte trasera del bote, luego silencio. Después, otro sonido y un destello de luz azul. Se ve una enorme aleta en la estela. El periodista ve al capitán: “Su rostro estaba cubierto y parecía estar dormido”. La enorme masa se mueve a través del agua sombreada, merodeando más allá del pequeño bote. Más que nada, el periodista no desea estar solo. “Quería que uno de sus compañeros despertara por casualidad y lo acompañara”. Pero, todos dormían.
Es en estos momentos, las personas que sufren de depresión se preguntan por qué deberían seguir remando. ¿Por qué seguir? ¿Por qué enfrentar una marea que no se puede vencer? ¿Por qué remar cuando todos los demás duermen? ¿Por qué intentar llegar a la orilla? ¿El capitán está conmigo en el bote? ¿Puedo despertarlo? ¿Alguien está despierto? Sobre todo, no desean estar solos.
Un momento breve y especial llega más tarde en la historia. Parece una simple sección de diálogo que mueve todas las cosas a momentos más importantes en el intento de los cuatro hombres de llegar a la orilla. Pero, para mí, es el centro de la historia:
– ¿Ha visto el tiburón que nadaba a nuestro alrededor?
– Sí, lo vi. Un buen ejemplar.
– Me hubiera gustado saber que estaba despierto.
Eso es. Ese es el momento. ¿El tiburón hubiera sido más pequeño si alguien más en el bote hubiera estado despierto con el periodista? No. ¿Las rayas fosforescentes de la enorme aleta del tiburón hubieran sido menos inquietantes? No. ¿Las posibilidades de supervivencia hubieran sido mejores? No es probable.
Debido a que puedes sentir que los tiburones están dando vueltas, son enormes, están hambrientos, tu bote está en el mar y las olas frías son más de lo que puedes controlar, puedes sentir que todos están dormidos y que la fe no cambiará nada y que el mar helado y las profundidades oscuras son la única opción. Pero, no es así.
Se trata de cercanía. Se trata de hacerles saber a aquellos que pasan por dificultades que estás ahí, que estás presente. Eso es todo lo que importa a veces. Solo estar ahí. No necesitas tener respuestas. No tienes que comprender completamente el dolor de los demás. De hecho, a menudo, no puedes comprender por completo su angustia. Eso es parte de estar despierto: despierto al hecho de que no existen dos experiencias iguales.
No tienes que ser capaz de calmar los mares y decirle a alguien que todo estará bien. No tienes que hablar de la paz ni decir que todo saldrá bien. El hecho de que estés ahí, de que estés cerca, será suficiente.
Espero que le hagas saber a cada amigo y persona que lidia con la depresión que estás pendiente de ellos. En este momento se sienten solos, como si estuvieran a la deriva en el mar frío y reman sin ayuda, con dolor de espalda, mente cansada, cuerpo débil, espíritu ansioso y el sol desciende más allá del horizonte. Es muy probable que seas el capitán en su vida y piensen que estás dormido. No los dejes esperando.
Incluso si no puedes tomar un remo. Hazles saber que estás ahí. Hazles saber que estás en el bote con ellos. Hazles saber que ves el tiburón, que es un gran ejemplar y que estarás despierto por el resto de su viaje, incluso en esa marea incesante.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Spencer Hyde y fue publicado en ldsliving.com con el título “Spencer Hyde: Are You Awake to the Ones Who Need You Most?”