El enojo tiene una terrible reputación en nuestra cultura. ¿Pero es merecido? ¿O es el enojo una de las emociones que puede enseñarnos y llevarnos a ser mejores personas?
Si apartamos del enojo a sus desagradables compañeros, la contención y la furia, podemos darnos permiso para disfrutar de los beneficios del enojo y evitar el daño que puede causar.
Contender está fuera de lugar, después de todo, fue el Salvador quien advirtió en su primera visita a los hijos de Lehi que debían de evitar la contención:
“… Aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros” (3 Nefi 11:29).
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La contención es una respuesta poco saludable. La contención es hostil. No busca resolver problemas. La contención busca controlar, manipular y castigar.
¿Cómo podemos evitar la contención pero a la vez cosechar los beneficios de ser fiel a todas nuestras emociones, incluido el enojo?
El enojo es una emoción de límite
Cada emoción, incluidas las que podemos considerar como emociones “negativas”, tiene como objeto enseñarnos y mantenernos a salvo. El enojo nos invita a prestar atención a lo que está sucediendo y cómo responder ante esas nuevas circunstancias o amenazas potenciales.
El enojo es una emoción de límite; nos ayuda a reconocer cuándo nos estamos pasando de nuestros límites y nos da la energía para protegernos. Pero debido a que a menudo reprimimos el enojo que sentimos, pensando que está mal molestarnos, volcamos esa energía hacia nosotros mismos.
No se manifiesta hasta que nos ponemos enfermos o estalla en un arranque de ira incontrolable.
Supresión o berrinche: ¿son esas nuestras únicas opciones? ¿Podemos crear un espacio saludable donde podamos reconocer esta importante emoción, aprender de ella y usar su energía para expresar nuestras necesidades o cambiar ciertas cosas?
¡Sí! ¡Sí podemos! Pero eso significa que reconocemos y respondemos a nuestro enojo mucho antes de que nos abrume o debilite nuestra salud. Si ignoramos nuestro enojo, no desaparecerá.
Melody Beattie, autora de varios libros de autoayuda, explicó lo siguiente:
“El no sentir enojo no hará que este sentimiento desaparezca. Su energía seguirá allí, resonando dentro de nosotros y, de manera sutil, resonará también en otros. Si no reconocemos nuestro enojo, lo sentimos y lo liberemos, éste nos mantendrá fuera de equilibrio, ansiosos e irritables.” (Journey to the Heart)
¿Cómo puede el enojo ser saludable?
¿Cómo se ve esto en la práctica? Si siento que me estoy enojando, debo primero hacer una pausa y volverme más consciente de lo que está sucediendo en ese momento.
¿A qué estoy respondiendo?
Puede que esté reconociendo algún tipo de injusticia o comportamiento desleal hacia mí, tal vez se trata de algo que me está molestando en un nivel subconsciente. El tomar conciencia de la situación puede ayudarnos.
Nuestro enojo nos ayuda a notar un problema, el cual podemos responder de una manera clara y tranquila. Ha cumplido su propósito, y puedo dejarlo ir.
En donde a menudo tendemos a guardar un enojo silencioso y persistente es en nuestras relaciones familiares. Si bien nuestra familia puede brindarnos alegría, nuestras expectativas también pueden convertirse en un desafío.
Reconocer lo que sentimos y llamarlo por su nombre nos da el poder de responder de manera saludable.
Por ejemplo, “me molesta que no podamos invitar a mi amigos a cenar el domingo; me irrita y entristece que no pasemos navidad en nuestra propia casa; me molesta que no tenga otra opción mas que asistir a esas reuniones familiares”, todas estos ejemplos identifican la emoción detrás de ellas y lo que necesitamos.
Una vez que reconocemos qué es lo que nos causa tales sentimientos, podemos reclamar ese poder estableciendo un límite, como por ejemplo: “Nos encanta reunirnos con ustedes regularmente, pero también queremos invitar a otras familias en el barrio y conocerlos.”
Cuando reconocemos y respondemos a nuestras propias necesidades a tiempo, podemos satisfacerlas al mismo tiempo que establecemos límites que nos ayudan a interactuar con los demás y a manejar mejor sus expectativas.
Por otro lado, si esperamos y dejamos que se acumule el resentimiento o el enojo, explotará en cualquier momento, debilitando nuestro afecto y confianza en los miembros de nuestra familia.
Cuando la violación de estos límites es más severa, es posible que necesitemos la energía de nuestro enojo para protegernos a nosotros mismos o a los demás, no con furia, sino con una poderosa determinación para salvaguardar nuestro bienestar.
Esa energía puede llevarnos a través de conversaciones difíciles en las que abogamos por nosotros mismos o nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra fe, etc.
La clave es reconocer esta emoción desde el principio, respetarla, escucharla y responder a ella. Cuando hacemos eso, no reprimimos este enojo hasta que estalla de manera descontrolada y daña nuestras relaciones con las personas que nos rodean.
Responder a tal emoción llamándola por su nombre y preguntar qué puede enseñarnos nos ayuda a evitar acciones de las que nos podamos arrepentir. Podemos dejarla ir, en lugar de seguir alimentando ese sentimiento andando en él.
El enojo no es contención
El enojo es como un cono naranja que se encuentra en la carretera; nos indica que debemos bajar la velocidad y prestar atención a lo que sucede a nuestro alrededor. El enojo puede ser nuestro maestro.
Podemos elegir responder el enojo con contención, lo que dañará tanto nuestro espíritu como nuestras relaciones con los demás, o podemos apreciar los beneficios que trae, aprendiendo y cambiando lo que es necesario, orando por guía para hacerlo con humildad y gracia.
Este artículo fue escrito originalmente por Meghan Decker y fue publicado originalmente por latterdaysaintmag.com bajo el título “When is it OK to Be Angry?”