Hace catorce años esperaba a mi tercera hija. Era mi cuarto embarazo, pero mi tercera hija, ya que había sufrido un aborto espontáneo.
Cada embarazo trajo sus propias complicaciones, y este definitivamente no fue diferente. La fecha de parto de mi bebé era el 12 de julio, pero al acercarme a esa fecha, me fue evidente que daría a luz antes de tiempo.
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Esperando un milagro
Fui a ver a mi doctor la semana anterior a la fecha prevista y, después del chequeo médico, me enteré que tenía una dilatación de cinco centímetros sin señales de trabajo de parto.
Después del chequeo, mi médico decidió que sería mejor inducir el parto, ya que era un fin de semana festivo y le preocupaba que pudiera dar a luz en mi casa. Mi esposo y yo también sentimos que esto era lo mejor.
Al día siguiente, 6 de julio, nos dirigimos al hospital. Al llegar, tenía una dilatación de seis centímetros. El médico inmediatamente me colocó una vía intravenosa, me rompió la fuente y empecé a recibir Pitocina para que pudiera empezar a tener contracciones.
Después de varias horas de contracciones, tenía el mismo progreso de cuando había entrado por la puerta del hospital. Además de no progresar, mi bebé mostraba signos de sufrimiento fetal.
La frecuencia cardíaca de mi bebé se había reducido a 58 latidos por minuto y disminuía lentamente a medida que pasaban los minutos a pesar de los mejores esfuerzos de mi médico y enfermera por aumentar la frecuencia cardíaca de mi bebé.
Cuando la frecuencia cardíaca de mi bebé bajó a menos de 50 latidos por minuto, mi médico dijo que regresaría en unos minutos porque se iba a preparar para el parto. Como no estaba cerca de dar a luz, sabía que esto significaba que necesitaría una cesárea.
¡La idea me pareció aterradora! No quería una cesárea, no me pareció correcto, pero al mismo tiempo, no podía soportar la idea de tener que decirles a mis dos hijas mayores que no llevaríamos a nuestra bebé a casa.
Fuegos artificiales
Le pedí a mi esposo una bendición del sacerdocio y él aceptó. Un par de minutos después de la bendición, la enfermera regresó a mi habitación. Al instante sentí un dolor que sabía que no era normal. Le dije a la enfermera y ella me aseguró que todo estaba bien, me revisó y me dijo que todavía tenía 6 centímetros de dilatación.
Después de un minuto, el dolor disminuyó, pero luego regresó unos segundos después. Nuevamente le avisé a la enfermera sobre el dolor. Ella decidió revisarme ya que ya me habían puesto la epidural y no debería haber sentido ningún dolor. Después del chequeo, mi enfermera descubrió que estaba dilatada a diez centímetros y estaba lista para dar a luz.
La enfermera llamó inmediatamente a mi médico y, en un par de minutos, él estaba en mi habitación y listo para traer a mi bebé al mundo. Pero él no vino solo, otras enfermeras lo acompañaban.
Aproximadamente doce minutos después, nació mi hija. Estaba azul, no lloraba ni respondía. Mi hija fue entregada inmediatamente a los otros profesionales de la salud que limpiaron sus vías respiratorias y controlaron su nivel de respiración y oxígeno.
Sentí como si hubiera pasado una eternidad hasta que escuché el sonido que todos los padres esperan escuchar: el llanto de mi hija resonando en la habitación.
Fuegos artificiales iluminaron el cielo la noche en que mi hija nació. A menudo nos referimos a ella como nuestro “petardo” ya que vino al mundo con una explosión, pero… ¿fue necesaria esa explosión?
En las manos se Dios
Muchas veces enfrentamos dificultades asumiendo que todo estará bien y que no necesitamos la ayuda de Dios. Cuando fui a dar a luz a mi tercera hija, supuse que todo estaría bien, pero no fue así.
Antes de ir al hospital, no pedí una bendición del sacerdocio y no oré pidiendo que todo estuviera bien. Honestamente, ¡la idea nunca se me pasó por la cabeza! Recibí una bendición antes del nacimiento de mis dos hijas mayores, pero en esta última.
Supuse que todo estaría bien y ni siquiera pensé en ello. Pero cuando me enfrenté a la realidad de la situación, me di cuenta de que necesitaba la ayuda de Dios.
Supongamos por un momento que hubiera pedido una bendición antes de ir al hospital… ¿habrían sido las cosas diferentes? Posiblemente, pero nunca lo sabré, ya que no puedo retroceder el tiempo. Una cosa sí es segura: hubiera tenido paz. Paz al saber que lo que estaba por venir estaba estrictamente en manos de Dios.
Hubiera tenido la tranquilidad de saber que las manos y la mente del doctor serían dirigidas por Dios proporcionando el mejor cuidado absoluto para mi hija y para mí. Y hubiera tenido la tranquilidad de saber que mi Padre Celestial estaba cuidando de mí.
Y aunque tuve esta paz una vez que recibí la bendición, pude haberla tenido todo ese tiempo si es que hubiera orado o recibido una bendición de antemano. Nunca sabré si las cosas pudieron haber sido diferentes, pero sí sé que podría haber tenido paz y consuelo todo ese tiempo.
El ejemplo de Daniel
En la Biblia aprendemos de Daniel, quien era un hombre honesto, obediente y lleno de fe. Daniel era superior a los gobernantes y príncipes debido al espíritu excelente que había en él (Daniel 6: 3). Él amaba y seguía a Dios.
Muchos hombres estaban celosos de Daniel y lo odiaban, y debido a sus celos, quisieron matarlo. Estos hombres se reunieron y convencieron al rey para que aprobara una ley donde cualquiera que fuera sorprendido orando, sea arrojado al foso de los leones.
A pesar de la nueva ley, Daniel continuó orando día y noche. Daniel oró antes de que comenzara su juicio; de hecho, oró varias veces al día simplemente para hablar con Dios.
Daniel continuó siendo obediente a Dios y no permitió que estos hombres o esta nueva ley debilitaran su fe en Dios. Las oraciones de Daniel no solo eran realizadas en momentos de desesperación o miedo, sino en momentos de felicidad y gratitud.
Él conocía el poder de la oración y lo importante que era orar en todo momento, no solo en momentos de necesidad.
Un día, Daniel fue encontrado orando y fue llevado ante el rey. El rey le dijo a Daniel que si su Dios era real, lo salvaría del foso de los leones. Daniel fue arrojado al foso de los leones. En el momento en que debió haber estado lleno de temor, Daniel estuvo protegido de los leones, ellos no le hicieron daño.
Al día siguiente, Dios liberó a Daniel del foso cuando el rey fue a ver cómo estaba. Al descubrir que todavía estaba vivo, el rey lo dejó salir. Fue sacado del foso de los leones.
Domar nuestros leones personales
Al igual que Daniel, en la vida enfrentaremos dificultades, desafíos y tiempos difíciles. Es parte de nuestra experiencia terrenal. Incluso los momentos de felicidad y alegría como el nacimiento de un bebé pueden ser un momento difícil.
Hoy en día nos enfrentamos a grandes adversidades.Con la confusión y el miedo de la pandemia de COVID-19 nuestra fe en Dios se pone a prueba, tal como se puso a prueba la fe de Daniel.
Si bien probablemente nunca seremos arrojados físicamente a una fosa de leones, a menudo nuestros temores mentales y emocionales nos ponen en ese lugar.
No reconocemos que si hubiéramos orado desde el principio, antes de que comenzaran nuestros problemas y antes de que nuestros temores se apoderaran de nosotros, nuestros leones personales hubieran quedado en silencio y tenido la claridad necesaria para ver la mano de Dios.
Nos resultaría más fácil entregar nuestros temores a Dios sabiendo y teniendo fe en que Él se encargará de ellos y nos librará de nuestros problemas, dándonos la paz que necesitamos independientemente de la adversidad que enfrentemos.
La promesa de un Padre
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. -Isaías 41:10
¡Dios está ahí! Él está ahí para calmar nuestros temores y proporcionarnos de consuelo y paz. Él está ahí para liberarnos de nuestra propia fosa de leones.
Nuestro Padre Celestial siempre querrá saber de nosotros, no solo durante nuestros momentos de necesidad, sino también en tiempos de alegría. Así como a Daniel le fue importante orar y comunicarse con Dios en todo momento, de la misma manera debe importarnos nuestra comunicación con el Padre Celestial.
Dios siempre está ahí para nosotros y pacientemente espera que le pidamos su ayuda y que pongamos nuestras pruebas en Sus manos. Y aunque pueda que nuestro Padre Celestial no responda de inmediato a nuestras oraciones, Él las escucha y nos fortalecerá y silenciará nuestros leones personales.
Sólo necesitamos pedir y permitir que Dios nos ayude y poner nuestros problemas en Sus manos, incluso si no es la respuesta que queremos escuchar o la forma en que queremos que nos ayude.
El nacimiento de mi hija no fue como lo imaginé. Había deseado abrazar a mi bebé justo después de que naciera, ya que no tuve esa oportunidad con mi segunda hija. Pero no sucedió de esa manera.
Sin embargo, nuestro Padre Celestial silenció mis temores cuando se evitó mi cesárea y me proporcionó el consuelo y la paz que necesitaba mientras los doctores y enfermeras trabajaban en mi hija y en mí.
Ellos nos atendieron muy bien, pero no fueron solo los profesionales médicos los que nos cuidaron, también fue nuestro Padre Celestial quien cuidó de nosotras.
Mis oraciones fueron respondidas, incluso si no fue de la manera que yo quería. No hay mejor lugar para mis problemas, mis miedos y mis adversidades que en las manos de Dios.
Fuente: ldsblogs.com