¿Confías en que el Señor tiene un plan para ti? ¿Confías en las pequeñas cosas que Él te pide que hagas, ya sea que estas tengan sentido o no?
Siempre he confiado en que el Señor tiene un plan para mí y mi vida. Fue especialmente cuando mi vida comenzó a verse diferente a la de mis amigos que recurrí al Señor declarando que confiaba en Él y en Su plan para mí.
Eso no significa que siempre me haya gustado eso, pero si el propósito de la vida es alcanzar nuestra exaltación a través de la gracia expiatoria del Salvador, entonces debía confiar en que los baches y altibajos en mi camino realmente podrían usarse para bendecir mi experiencia mortal.
Entiendo que hay grandes caminos en la vida. Creo en el sendero estrecho y angosto. Pero, ¿qué pasa con las pequeñas cosas incómodas y dolorosas destinadas a refinar nuestros lados más imperfectos?
El resultado final no siempre es muy claro. No siempre lo entiendo y a veces el cambio es realmente difícil de ver, pero eso no significa que no hayamos sido refinados por el Señor.
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Confiar en el Señor
Cuando salgo del templo a primera hora de la tarde, tengo dos rutas que puedo tomar para llegar a casa. Me llevan en direcciones opuestas alrededor de la isla. Sin contar los obstáculos, ambos caminos me toman aproximadamente la misma cantidad de tiempo en llegar a casa.
Uno incluye dos de mis paisajes favoritos: el océano y las montañas. Por lo general, conduzco por la otra ruta al templo, por lo que disfruto las veces que puedo tener mi recorrido favorito por la isla.
Conducir al templo, más el tiempo de una sesión en el templo, usualmente me toma de 4 a 5 horas en el día. Es un tiempo vital e indispensable, y como tengo un trabajo de tiempo completo, trato de regresar a casa lo más rápido posible.
Por esa razón, siempre chequeo el sistema de navegación para ver si hay algún obstáculo y, independientemente de la belleza del paisaje de la ruta, casi siempre elijo la ruta más rápida.
El jueves, mientras revisaba el sistema de navegación antes de salir del templo, noté que ambas rutas tenían tiempos de llegada estimados muy similares. Tenía bastante trabajo para ese día por lo que necesitaba llegar a casa y luego ir a mi trabajo.
Sentí la impresión de ir por la ruta del paisaje paradisiaco. Me sorprendió que fuera esa ruta. “Confía en el Señor” fue la respuesta que recibí.
“Bueno”, pensé, “¡Confiaré en Él y disfrutaré de mi viaje!”.
Al doblar por la avenida Kamehameha, ¡me di cuenta que no había nadie por delante! Eso fue un milagro. “CONFÍO EN TI, SEÑOR”, exclamé alegremente en mi auto.
Pon tu confianza a prueba
Justo al final de la avenida Laie, alcancé un vehículo, pero no lo pasé sólo seguí conduciendo detrás de él. Es muy típico conducir en fila de uno alrededor de la isla. Disfruté de mis pocos minutos de libertad y esperé observar tranquilamente el paisaje mientras conducía a casa.
Pero no fue así.
El conductor del auto de adelante estaba súper distraído. Sentí que veía su rostro más que la parte posterior de su cabeza. Su velocidad variaba tan drásticamente que no me atreví a mirar al mar o las montañas. Su manera de conducir me frustró totalmente.
“¿Confía en el Señor?”, pensé.
Está bien.
En un momento, cuando el hombre hubo conducido con la misma velocidad durante casi medio kilómetro, decidí preguntarle al Señor por qué me dio esa impresión si esto iba a ser psicológicamente tedioso.
El conductor se volteó dentro de su auto otra vez para alcanzar algo en el piso del asiento trasero. Su velocidad bajó inmediatamente de 60 a 40 kph. Me preparé para pasarlo si es que la oportunidad se presentaba… pero el tráfico de adelanto no me lo permitió.
“¡Está tan distraído! Maneja erráticamente y es un problema para todos los demás conductores. En verdad, ¡por favor, ayúdame a aprender algo de esto!”.
Sentí el estrés de mis labores inminentes pesándome sobre los hombros.
Un nuevo pensamiento se infiltró en medio de mi frustración.
“¿Manejaría mejor si se concentrara únicamente en lo que tiene por delante?”
Si. Absolutamente.
“Pero debido a que está distraído, a pesar de que está en el camino correcto, su viaje está expuesto a riesgos autoimpuestos, ¿verdad?”
Sí…
¿A dónde iba esta serie de preguntas obvias?
De repente, otra impresión vino a mi mente. Reconocí la impresión como un mandato del Señor. Sentí que debía cambiar y actuar como el conductor del auto de adelante aunque no entendía el propósito.
Comencé a implementar los cambios necesarios para obedecer aquella impresión, procedí de mala gana.
En un instante, me volví como el conductor del auto delante de mí. De repente empecé a distraerme y a mirar por encima del hombro hacia algo detrás de mí, algo en el pasado, algo a lo que me aferraba innecesariamente.
Mi velocidad disminuyó. Empecé a manejar erráticamente. Estar distraído me llevó a encontrar riesgos y obstáculos contraproducentes en mi camino.
Mi recorrido se volvía inseguro y flojo cuando miraba hacia atrás.
Mi recorrido se volvía intencional y con propósito cuando me enfocaba en el camino que tenía por delante.
Fue ahí que entendí, que pude verlo.
Debía confiar en el Señor, con la vista puesta únicamente en Él, en el camino que tengo por delante, que un día me llevará de regreso a mi hogar celestial.
Agradezco al hombre de aquel auto por estar en el lugar correcto en el momento correcto para mí. En aquel momento entendí, después de 19 kilómetros terriblemente agonizantes, que El plan del Señor es perfecto, que no debía temer seguirlo, que Él cuidará de mí.
Fuente: ldsblogs.com