Si tuviera que resumir el propósito de la vida en una palabra, ésta sería familia.Vivimos antes de esta vida como parte de la familia de Dios, nacimos dentro de una familia terrenal, y dependiendo de las elecciones que hagamos en esta vida, nuestra familia puede perdurar eternamente.
Somos lo que se puede llamar seres duales. Existe una parte física de nosotros – nuestro cuerpo. Éste está compuesto por millones de células muy pequeñas, capaces de reparar sus propias heridas, fortalecerse con ejercicio y convertir los alimentos en energía. Sin embargo, con el tiempo nuestro cuerpo sucumbirá en un lento deterioro que finalizará en la muerte.
Existe una segunda parte de nosotros – nuestro espíritu. Vivimos como hijos espirituales de un Padre Celestial antes de esta vida. Nuestro Padre en el Cielo nos amaba y deseaba que fuésemos como él. Éramos distintos a él en que no teníamos un cuerpo físico como el suyo. Además, no habíamos progresado en conocimiento y capacidad hasta el grado que Él tenía.
Dios nos envió a nacer en la tierra ya que nos amó tanto que estaba dispuesto a desprenderse de nuestra compañía. Necesitábamos venir a la tierra para obtener un cuerpo físico, aprender a vivir con fe y ganar la experiencia necesaria para llegar a ser como Él. Adán y Eva fueron los primeros padres. Ellos enseñaron a sus hijos a orar a Dios y seguir los mandamientos. El amor que sintieron por sus hijos reflejaba el amor que Dios siente por todos nosotros, sus hijos. Toda persona al momento de convertirse en un padre experimenta el profundo amor que Dios siente por cada uno de nosotros.
Dios no nos dejó solos. Envió a Su Hijo, Jesucristo, para enseñarnos la manera de vivir para que así pudiéramos regresar a la presencia de Dios. Dios sabía que cometeríamos errores a medida que aprendiéramos a elegir entre lo correcto y lo incorrecto. La expiación de Cristo lo hace posible ya que nos podemos arrepentir y lograr que nuestros pecados sean borrados. De esta manera, si deseábamos aprender de nuestros errores y restituir el daño causado por ellos,no seríamos condenados por nuestros pecados.
De igual manera, Dios nos dio el Espíritu Santo. El Espíritu Santo puede guiarnos para hacer elecciones correctas, darnos poder para vencer la tentación y consolarnos cuando la vida es difícil. No podemos sentir la influencia del Espíritu Santo si estamos pecando deliberadamente o rebelándonos contra la voluntad de Dios. Si aceptamos el convenio del bautismo y vivimos los mandamientos, se nos promete que el Espíritu Santo será nuestro compañero constante.
Nuestra familia terrenal nos enseña los importantes principios que nos beneficiarán eternamente. Aprendemos la importancia de ser responsables, de contribuir con lo que debemos y de subyugar nuestro egoísmo natural. No todos los que vivan sobre la tierra elegirán seguir la rectitud.Aquellos que eligen no seguir a Dios no disfrutarán de los mismos privilegios después de esta vida que aquellos que lo hicieron. Una de las bendiciones otorgadas a aquellos que sirven con devoción a Dios es la capacidad de que sus relaciones familiares continúen eternamente. Aquellos casados en el templo sagrado de Dios y que mantienen sus convenios maritales serán esposo y esposa después de la muerte. No puede existir mayor alegría que tener a nuestra familia, a la que amamos más que a la misma vida, con nosotros en el cielo, sin separarnos nunca más. Para mí, ésta es la perfecta definición de cielo.
Para aprender más sobre el Plan de Salvación de Dios, por favor visite www.mormon.org.
Por Wendi Pilling el 05 de febrero de 2008