No hay casualidades en Su plan perfecto y divino.
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días creemos que nuestro Padre Celestial ha diseñado un plan para nuestra felicidad.
Dividido en 3 momentos cumbres, la vida preterrenal, la vida mortal y la vida después de la muerte, cada una de estas experiencias permitirán a todos Sus hijos alcanzar la condición de dioses y diosas luego de su paso por la Tierra.
Aunque hay una excepción: Jesucristo.
Cristo, el legislador
De acuerdo con la teología Santo de los Últimos Días, Jesucristo existió como Jehová antes de Su vida terrenal. Así lo han sostenido líderes como el profeta Joseph Fielding Smith, quien enseñó que Cristo fue el espíritu primogénito en el reino premortal, que participó en la creación de mundos bajo la dirección de Dios el Padre.
Bajo este rol, Jesús sirvió como legislador y hacedor de convenios con Israel, una doctrina que se repite en todas las Escrituras, incluido el Libro de Mormón:
“He aquí, soy yo quien di la ley, y soy el que hice convenio con mi pueblo Israel; por tanto, la ley se cumple en mí, porque he venido para cumplir la ley; por tanto, tiene fin” (3 Nefi 15:5).
De esta manera, Cristo estaba en una posición única para cumplir la función de Salvador, ya que había demostrado Su autoridad y propósito divinos antes de que comenzara Su ministerio terrenal.
Su condición de Hijo Unigénito no fue gratuita ni casual.
Aunque Jesucristo era divino, Su vida mortal fue esencial para cumplir su misión como Salvador. Los Santos de los Últimos Días creemos que Sus experiencias fueron cruciales para la Expiación, pues le permitieron empatizar con el sufrimiento humano y servir como el Redentor perfecto (Hebreos 2:10).
Nació en circunstancias humildes, Su identidad divina a menudo se vio oscurecida; sin embargo, Sus milagros y enseñanzas a lo largo de Su ministerio confirmaron Su divinidad:
“Y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14)
El Padre fue como el Hijo
Asimismo, una piedra angular de la teología de los Santos de los Últimos Días es la doctrina de la deificación, la enseñanza de que los seres humanos podrían llegar a ser dioses, la cual el presidente Lorenzo Snow resumió:
“Como el hombre ahora es, Dios una vez fue; como Dios ahora es, el hombre puede ser”.
Así, los Santos de los Últimos Días creen que Dios el Padre una vez fue un hombre que progresó a la divinidad, invitando a Sus hijos a seguir un camino similar de crecimiento y exaltación (Doctrina y Convenios 76:58).
En ese sentido, la vida terrenal es un periodo crucial para el crecimiento espiritual, en el que las experiencias y las decisiones preparan a las personas para la vida eterna. El propósito de la vida terrenal, como enseñó el profeta José Smith, es adquirir experiencia, aprender y, finalmente, regresar a vivir con Dios.
Una meta que no sería posible sin la expiación de Cristo, ya que —solamente mediante Su sacrificio— todo el género humano tiene la oportunidad de vivir eternamente, lo que reafirma la importancia de Cristo en el plan de Dios. Y la necesidad de que obtenga una condición divina antes de la vida mortal.
La divinidad única de Jesucristo, entonces, nos permite comprender que se le adora no solo por su función como Salvador, sino también por su identidad singular como el Hijo Unigénito de Dios, brindándole la autoridad de cumplir el plan de salvación para toda la humanidad.
Aunque todavía existen muchas preguntas respecto a la vida preterrenal, la verdad más importante que debemos atesorar es que la relación entre Dios y Sus hijos es de amor y crecimiento, e invita a la humanidad a seguir el camino de Jesucristo.
Fuente: Ask Gramps
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