Cuando pienso en mi papá, las palabras que el Señor dijo sobre de Hyrum Smith vienen a mi mente: “Yo, el Señor, lo amo a causa de la integridad de su corazón, y porque él ama lo que es justo ante mí, dice el Señor.” (Doctrina y Convenios 124: 15).
Amando lo que es correcto, mi papá me enseñó muchas lecciones a lo largo de mi vida. Pero estoy especialmente agradecido por las cosas que nunca me enseñó.
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Nunca me enseñó a maldecir
Tengo un hermano un año mayor que yo, y los tres íbamos a acampar o hacer caminatas en un tiempo “solo para hombres”, y mi papá nunca utilizó eso como un momento para usar un lenguaje soez o contar chistes inapropiados.
Era igual de respetuoso cuando estaba con nosotros como cuando estaba con mi madre o mi hermana o su madre. Recuerdo una vez que estaba teniendo un día particularmente malo, trabajando largas horas un sábado, cuando era muy probable que hubiera preferido relajarse.
Estando mi hermano y yo en el asiento trasero de la camioneta, él retrocedió para parquearse, y en el calor del momento soltó una palabrota. Luego, recuperando la calma, se volvió hacia nosotros y, con la mirada del corazón más quebrantado que había visto, se disculpó por lo que había dicho. En los 30 años posteriores, nunca lo he escuchado repetir tal palabra.
Nunca me enseñó a ser egoísta
Cuando mi madre estaba embarazada de mí y mi papá estaba en la universidad, con la esperanza de convertirse en doctor, a mi mamá le diagnosticaron esclerosis múltiple.
Ella recayó rápidamente, tuvo que dejar su trabajo y tuvo problemas para cuidar de mi hermano mayor. Mi padre, sabiendo cuáles eran sus prioridades, acudió a su consejero universitario para averiguar la forma más rápida de graduarse. Descubrieron que en lugar de medicina, él podría graduarse pronto con un título en psicología.
No lo llevaría a su meta, pero tendría un título y podría conseguir un mejor trabajo. Lo hizo sin dudar. Renunció a su sueño porque amaba a su esposa más que ese sueño.
Nunca me enseñó que había “trabajo para hombres” y “trabajo para mujeres”
Mi papá iba a trabajar todas las mañanas, trabajaba todo el día, comía el almuerzo que él mismo preparaba, regresaba a casa cansado y luego hacía la cena para la familia.
Recuerdo que cuando era niño, cuando mi madre estaba en el hospital, la Sociedad de Socorro comenzó a llevarnos las comidas, me sentí confundido y le dije a mamá: “¿Quiere decir que ellas piensan que tú cocinas?” Mi papá lavaba la ropa, aspiraba y nos ayudaba con nuestra tarea. Y nunca se quejó de que mi madre estaba enferma o que no estaba “haciendo su parte”.
Nunca me enseñó a dejar de aprender
En las tardes, después de que todo su trabajo había terminado, mi papá ocasionalmente se recostaba para leer una novela, pero más a menudo lo podías encontrar inclinado sobre un atlas o en otro libro buscando algo.
Él era, y sigue siendo, un aficionado a la historia militar. Su padre había servido en la brigada de infantería durante la Segunda Guerra Mundial, y mi padre leía historias, miraba documentales, estudiaba y tomaba notas.
Y cuando no estaba leyendo para sí, nos leía a nosotros El Hobbit y el Señor de los Anillos y las historias del Rey Arturo y un sin número de libros. Nos enseñó que leer era genial, que las historias eran emocionantes y que nunca eres demasiado viejo para eso.
Nunca me enseñó a eludir un llamamiento
Desde mis primeros recuerdos, mi papá siempre estuvo comprometido con la Iglesia. Estaba en el obispado. Estaba en la presidencia de los Hombres Jóvenes. Esta en el sumo consejo. Fue un obispo. Él tomó cada llamamiento con seriedad y lo magnificó.
Recuerdo que cuando me sostuvieron como Elder, antes de salir a la misión, fui con él para dar una bendición a una hermana. La casa estaba sucia. El sofá no solo estaba sucio, tenía bichos. No quería tocar nada. Pero papá se sentó y se acomodó, como si estuviera visitando a un pariente.
Cuando llegó el momento de darle la bendición a la mujer, admito que dudé al poner mis manos sobre su cabeza, pero mi padre la trató como si se tratara de cualquier otra persona. Él la bendijo. Él ayudó a su familia.
Mi papá nunca me enseñó a ser menos que mi mejor yo Ya crecí, tengo mis propios hijos. Y me esfuerzo por ser el tipo de hombre que ama lo que es correcto y que no sólo sabe qué debe enseñarle a sus hijos sino lo que no debe enseñarles.
Este artículo fue escrito originalmente por Robison Wells y fue publicado originalmente por churchofjesuschrist.org bajo el título “Things My Dad Never Taught Me”