A través de este artículo quisiera ennoblecer y resaltar muy particularmente a aquellos nobles, sensitivos y afables espíritus que han venido a este mundo a desarrollarse dentro del género femenino.
El efecto de la mujer en todos sus sentidos, a lo largo de los siglos y de su permanencia sobre esta tierra seguro ha de ser mucho más grande de lo que un joven como yo podría apenas concebir y expresar, no obstante, respaldaré y argumentaré dicha creencia en base a las preciadas evidencias de la historia, incluso, viniendo desde tiempos tan lejanos como cuando nuestra madre Eva daba sus primeros pasos por esta esfera recientemente inaugurada como hogar.
Todo aquel que se ha asociado en alguna manera con las escrituras seguro ha de comprender (incluso por la tradición de las culturas) en cuanto a los hechos que transcurrieron en el jardín de edén, Adán y Eva fueron creados y puestos a su vez en un contexto tal que pudiesen denotar y priorizar su obediencia a las leyes de su Dios, las escrituras indican que al menos inicialmente Eva puso sus manos sobre un fruto del cual habían recibido estricta mención en no consumir, y solo tras ello lo hizo Adán (Génesis 3:6-7). Las consecuencias de dicha elección llegarían a ser drásticas y generalizadas sobre todo el género humano y por el resto del tiempo de duración de esta tierra como elemento. Dos tipos de muerte sobrevendrían sobre cada hijo o hija del padre celestial que viniese a este estado probatorio y que desde ese entonces nos distanciarían de la posibilidad real y misericordiosa de volver a nuestro hogar eterno, La muerte espiritual y la muerte física (Para más información respecto a este punto, buscar: “Caída de Adán y Eva·, G.E.E), por otra parte este hecho como una compasiva bendición seria también completamente decisiva para nosotros en la posibilidad inicialmente solo bosquejada pero todavía no consumada de venir a esta tierra, el profeta y patriarca Lehi lo planteó de esta manera:
“Pues, he aquí, si Adán no hubiera transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el jardín de Edén. Y todas las cosas que fueron creadas habrían permanecido en el mismo estado en que se hallaban después de ser creadas; y habrían permanecido para siempre, sin tener fin. Y no hubieran tenido hijos” (2 Nefi 2:22-23)
Por consiguiente, el deseo, hecho e inclinación de Eva de participar del fruto prohibido surgió de una comprensión, inteligencia y sensibilidad como rasgo y característica femenina mucho mayor que la capacidad diabólica del adversario, aunque sin restarle méritos a este en su influencia tentativa. Lo cierto es que no fue Adán, aquél patriarca poderoso que bajo otro título y en otra circunstancia representara a los poderes y al ejercito del Dios viviente en una batalla premortal contra las fuerzas del mal (Apocalipsis 12:7) quién se viese inspirado a echar andar el plan tomando el fruto en sus manos, fue originalmente Eva, y yendo un poco más allá, una “mujer”.
Todo esto en una primera instancia, desde luego que existen otros memorables ejemplos de valerosas y nobles mujeres, otro ejemplo de ello es el de María Magdalena aquella devota discípula de nuestro Señor, las escrituras aportan limitadas y escazas evidencias respecto a su vida, sabemos que venía de Magdala, ciudad ubicada en la costa occidental del Mar de Galilea. (Véase “María Magdalena”, G.E.E, pág. 131).
Pasados los momentos más trágicos y dolorosos de la experiencia mortal del Salvador tras su padecimiento en Getsemaní y en la cruz del Gólgota, se produjo el evento de mayor gozo para los seguidores del Salvador en vida y para los millares que observaban tras el velo expectantes al romper el alba en aquella tercera mañana desde su muerte, ahora con su cuerpo resucitado y con la posibilidad cierta de un retorno exitoso hasta las mansiones de nuestro padre aparecía él en aquél reverente sepulcro, esta escena completamente exenta de coincidencias reuniría al Señor con esta fervorosa e incondicional seguidora, Juan, relata este encuentro glorioso de esta manera:
“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro;
Y vio dos ángeles con ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron mujer, ¿Por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le ha puesto.
Y cuando hubo dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el cortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (Juan 11-16)
Para muchos este podría ser solo un reencuentro jubiloso entre el Señor y una de sus más leales seguidoras, no obstante, para la mente finita es digno de una análisis mucho más esmerado, Aquél momento tan anhelado, tan esperado, aquél que tantos en un intento imaginario procuraron contemplar desde sus centenares de años de distancia, pasando por Adán, Enoc, Noé, Moisés, Abraham y tantos otros, estuvo al alcance únicamente e inicialmente de María, no fue Pedro, su hombre de confianza, su amigo y ahora su próximo sucesor en la presidencia de la iglesia, aquél que asumiría en breve el rol de líder eclesiástico o profeta, María fue la primera en contemplar al Cristo en su estado resucitado.
Entonces, fue una mujer la primera en ver y experimentar los efectos de la caída, y fue una mujer en ver y/o presenciar los efectos de la redención y resurrección del Salvador, ¿Podría ser casualidad entonces que en los dos eventos más trascendentales en la historia de la humanidad, haya sido primeramente una mujer la que ocupase el rol protagónico?, no sé bien, y con exactitud cuál será el hecho, el ultimo que demarque el fin de este mundo, lo cierto es que no me extrañaría en lo absoluto que una mujer sea una vez más protagonista, e insigne como un emblema de fidelidad por el Señor.
En vísperas de aquél día en el que recordamos y honramos la labor de la mujer como madre y esposa, a aquellas que aún no lo son, pero que en breve lo serán y aquellas que atesoran dicha promesa como una garantía de la eternidad, han de saber con propiedad que como pieza son indispensables en el rompecabezas de la perennidad en el plan de nuestro Padre Celestial, así ha sido desde el principio y lo será hasta el final de los días.
De alguna forma, todo lo bello de nuestras vidas en el pasado, presente y futuro deriva de los esfuerzos de una mujer.