El orgullo es un vicio difícil de conquistar. Es relativamente fácil reconocer cuando hemos hecho algo evidente que no debimos hacer, como jurar o robar. Sin embargo, reconocer y desarraigar el orgullo de nuestros caracteres puede ser completamente diferente. La misma naturaleza del orgullo no nos deja reconocerlo. Más bien, el orgullo nos permite racionalizar y mantener nuestros egos “a salvo” en lo alto. Debido a esto, es un pecado peligroso que nos permite enmascarar y racionalizar otros pecados en nuestras vidas.
El Presidente Ezra Taft Benson, decimotercer presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, dio un discurso importante sobre el orgullo en 1989. Según él, una característica principal del orgullo es la enemistad hacia Dios. La “enemistad” puede definirse como hostilidad o antagonismo. Como lo explicó, los humildes son enseñables y están deseosos de cambiar sus opiniones y acciones para estar de acuerdo con la voluntad de Dios. Los orgullosos, sin embargo, piensan que Dios debe estar de acuerdo con ellos.
Ése es un concepto interesante, ¿no es cierto? Y es una actitud que es tan fácil que nos falte a nosotros mismos.
El Presidente Benson además explica:
Cuando dirigimos nuestro orgullo hacia Dios, es en el espíritu “que se haga mi voluntad y no la tuya”. Como Pablo dijo: “ellos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:21).
Nuestra voluntad en competencia con la de Dios dejará que los deseos, apetitos y pasiones corran desenfrenados.
Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios dirija sus vidas (véase Helamán 12:6). Ellos oponen sus percepciones de la verdad contra el gran conocimiento de Dios, sus capacidades contra el poder del sacerdocio de Dios, sus logros contra Sus grandiosas obras. (Ezra Taft Benson, “Cuidaos del Orgullo,” Ensign – revista en inglés, Mayo 1989, 4)
Helamán 12:6, al cual el Presidente Benson nos refiere, dice lo siguiente:
He aquí, no desean que los gobierne y reine sobre ellos el Señor, su Dios que los ha creado; a pesar de su gran benevolencia y su misericordia para con ellos, desprecian sus consejos, y no quieren que él sea su guía.
Puede parecer inútil en apariencia rehusarnos a que Dios sea nuestro guía, pero ¿cuán a menudo caemos en esta trampa? De alguna manera, todos muy a menudo, pensamos que sabemos qué es lo mejor para nosotros y que Dios no. Podemos buscar excusar nuestro propio mal comportamiento, pensando que los mandamientos de Dios son demasiado restrictivos o que no realmente no se aplican a nuestras vidas.
Podemos saber, por ejemplo, que no debemos tener contenciones con los miembros de nuestra familia. Y, pensamos, tan pronto como podamos convencerlos de que tenemos la razón y que ellos están equivocados, no tendremos que gritarles más.
Podemos saber que el Señor nos ha dicho que debemos estudiar las escrituras regularmente. Sin embargo, pensamos, ya sabemos lo que dicen así que no necesitamos tomar un tiempo ahora. Quizá más tarde cuando tengamos más tiempo.
Podemos saber que el Señor nos ha ordenado que seamos honestos y no robemos. Pero, pensamos, nos justificamos cuando tergiversamos un poco (o mucho) la verdad con el objetivo de mantenernos alejados de problemas con las personas a nuestro alrededor.
¿Puede usted ver cómo todas estas situaciones implican elementos del orgullo? Es muy fácil sumirse en nuestros propios pequeños mundos que creemos correctos y quedarnos fuera de las cosas reales que necesitamos ganar al guardar estos mandamientos – incluso la fe y confianza en el Señor.
Por Katie Parker el 27 de Noviembre del 2007.