¿Se imaginan a Jesucristo exigiendo a Sus apóstoles que le muestren sus celulares para exponer quién lo iba a traicionar? Él, el más grande de todos, jamás utilizó Su poder para controlar a los demás, ¿y tú?
En varios momentos de mi vida, sobre todo al enfrentarme al mundo y sus diversas creencias y personalidades, muchas amistades se han sorprendido al conocer mi fe y devoción cristiana: “¿Por qué una mujer empoderada como tú puede apoyar instituciones represivas como la religión?”, repiten con desconfianza.
Aunque el cristianismo, literalmente, se centra en ese amor incondicional y puro que Cristo demostró a todos Sus hijos; lamentablemente, la fe cristiana puede ser relacionada con la misoginia o la intolerancia, dos características no solo totalmente opuestas a las enseñanzas de nuestro Salvador, sino también presentes en una de las red flags más peligrosas de la actualidad: la toxicidad.
Recuerda que presidir no significa dominar
A pesar de que en la Biblia, literalmente, leemos que “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11:11), no son pocos los denominados cristianos que utilizan el sagrado poder del sacerdocio —o su función de presidir la familia— como excusa para imponer sus opiniones personales sobre sus parejas, al grado de silenciarlas e, incluso, limitar su albedrío.
Actitudes como restringir el contenido que suben a sus redes sociales, elegir su vestimenta o revisar sus celulares son comportamientos no solamente tóxicos, sino que también violan el divino don del albedrío que nuestro Padre Celestial y Jesucristo nos regalaron. El que ama, confía, así lo enseñó el apóstol Juan en su primera epístola:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
Tu revelación personal no decide sobre otros
Inclusive si en nuestra relación, de cualquier tipo, alguna de las dos partes cometió un error, si hemos decidido perdonar y retomar la confianza, aquella falla no puede ser motivo para imponer conductas posesivas y controladoras.
Por el contrario, deberíamos recordar las inspiradas palabras que se predican en Doctrina y Convenios 58:42: “quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”.
Sacar en cara nuestros errores no se alinea con los valores de un verdadero cristiano, sino que intensifican la desconfianza y cimentan una relación tóxica, alejada de los atributos que Cristo predicó.
Otro rasgo de toxicidad que, lamentablemente, he visto con mucha frecuencia dentro del cristianismo es usar la revelación personal, esa vía de comunicación desde los cielos que podemos tener con nuestro Padre Celestial, como intento de persuadir a las personas para empezar o terminar una relación:
“Pregunté a Dios, y Él me dijo que tú serás mi esposa”, es una frase —demasiado— común para forzar a las mujeres (y hombres también) a aceptar una cita.
Como si fuera un mandato del Todopoderoso al que no podemos desobedecer. Pero, nuevamente, Dios jamás se interpondrá en nuestro sagrado don de elegir. La revelación personal nunca pondría en peligro el albedrío de alguien más.
No culpo a mis amigos cuando se imaginan que, debido a mi fe, estoy de acuerdo con tolerar una relación tóxica en la que no existe la confianza, el respeto o la igualdad.
Y así como les explico el actuar de un verdadero cristiano, también tenemos el deber, como seguidores del Redentor del mundo, de identificar y corregir en nosotros mismos o los demás estas conductas que no representan el amor puro de Cristo.
Nota del editor: Este artículo fue escrito por Arantxa Contreras.