Por Reinaldo Mendoza
María Gutiérrez Vidal tuvo su hijo a una edad avanzada, contaba con 40 años de edad. Vivían en una casita rural en las montañas de Pedregal, en el estado Falcón, en Venezuela. Allí la vida era dura, algunos alimentos eran difíciles de obtener, mientras que otros se podían producir en el campo. El esposo de María siempre estaba fuera de casa dado que su trabajo lo efectuaba en una lejana finca de la sierra.
A pesar de estar siempre con su bebé de solo unos tres meses, esta mujer vivía para atenderle y cumplir con sus deberes cotidianos. Las manos de María eran manos ásperas, pues su trabajo en el campo dejaban cada días las marcas del esfuerzo.
Con su muchacho siempre cerca, María no descuidaba su trabajo, ni a su hijo. Cada 15 días, cuando venía su esposo, encontraba a su esposa feliz con viandas y atenciones para su marido. Un día, el niño de María comenzó a verse afectado por una fuerte fiebre. Sus ojos inflamados, su tez enrojecida, y el fuego en su cuerpo le quebrantaba.
Una madre dispuesta
El pequeño bebé estaba muy enfermo. Ese fin de semana, debió llegar el padre de familia a su casa, pero por alguna razón no ocurrió. María salió de casa con su niño bien abrigado, puesto que el cielo estaba encapotado y las primeras gotas de agua comenzaban a caer desde las amenazadoras nubes.
Destellos de luz desde las oscuras nubes se dejaban ver con mas frecuencia, las gotas de lluvia caían ya como cántaros desbordados. Entre el fango, cada paso desesperado. María se preguntaba si había hecho bien al salir a buscar ayuda para su pequeño bebé o no. En una casita a lo lejos pudo llegar. Allí los vecinos le recibieron y le dijeron que su niño estaba muy mal y la única ayuda posible estaba a unos cuantos kilómetros mas a delante al cruzar el río.
Sin embargo, le advirtieron que aunque en tiempos normales el río Pedregal muestra poca agua e incluso llega a permanecer seco, con la tormenta que les abrumaba, era seguro que se había acrecentado. Ninguno de los presente se ofreció a ayudarle, puesto que temían por sus vidas y a las bravuras del un río peligroso.
María se llenó de valor al ver que su pequeño bebé ardía en fiebre y emprendió su partida. La ayuda estaba cerca. Al llegar cerca de lo que normalmente ella había visto como un riachuelo medio seco se sorprendió. Eran ahora un descomunal monstruo de agua, ancho y poco perceptible en su profundidad.
Una madre esperanzada
Del otro lado estaba la ayuda, el pueblo más cercano contaba con una enfermera y a veces un médico rural que atendía a varios pueblos de las montañas. La esperanza era que ese día el medico estuviera allí y pudiera atender al maltrecho niño.
Así inició María su travesía. Puso sus pies en el agua y pudo percibir la fría fuerza de la corriente. Paso a paso fue avanzando hacia la otra orilla. Todo parecía fácil, pero a cada paso que daba su cuerpo se hundía mas en las aguas. Sus pies tropezaban con las rocas, trozos de madera y denso lodo que bajaba de las cabeceras del río.
Esta madre desesperada no sabía nadar, de manera que con cada paso elevaba sus manos para que el agua no le arrancara el niño de las manos. Así fue andando hasta que casi llegando al otro lado del río se encontró con una profundidad repleta del lodo. Los sedimentos acumulados le trabaron sus pies. Su cabeza bajo el agua le impedían respirar y sus brazos extendidos hacia arriba sostenían a su pequeño hijo a unos centímetros del agua.
María siempre mantuvo la calma y a su hijo sostenido con sus manos. Sin embargo, la muerte le llegó a esta madre desesperada. Minutos después del lamentable deceso, habiendo pasado el vendaval, fue encontrada por un grupo de hombres que iban a sus casas luego de las jornadas de trabajo, pero que por las lluvias no habían podido avanzar, y entre los cuales estaba el esposo de María.
El niño, fue rescatado y pudo ser atendido. El medico estaba en el pueblo y logró salvarlo. Afirmó el galeno que de no haber hecho María tal sacrificio, el niño jamás se hubiera salvado, pues la distancia recorrida por esta madre había sido tiempo de vida para su pequeño bebé.
En esta historia se observa a una mujer que, a pesar de no tener en Evangelio en su vida, conocía el significado del amor de una madre para con su hijo. Estuvo dispuesta a sufrir, aun la muerte, por su hijo.
Un acto de amor genuino
En el Antiguo Testamento, en la Biblia, se encuentra un episodio en el que un rey sabio, Salomón, probó el amor de una madre y se encuentra registrado en 1 Reyes capitulo 3 desde el versículo 16 al 28. Cuenta la historia que fueron presentadas, ante el rey Salomón dos mujeres con el fin de poder determinar la verdad en un caso muy delicado: la contienda entre dos mujeres, el hijo de una de las cuales había muerto, pero que ambas decían ser la madre del niño vivo.
El relato afirma que ambas mujeres aseguraban que el niño vivo era el suyo y que el niño fallecido era de la otra. El caso parecía no tener solución, puesto que en esa época no se contaba con los adelantos científicos de hoy para determinar con la genética la maternidad o no de una u otra.
Fue allí cuando en la sabiduría de este hombre, el rey Salomón, solicitó una afilada espada y propuso cortar al niño por la mitad y así ambas mujeres tendrían una parte igual en el conflicto y se daría por terminado el asunto.
Entonces una de ellas aceptó que el niño fuera cortado con espada y así ninguna de las dos lo tendría. Mientras que la otra llorando se lanzó a los pies del rey y le imploró que no lo hiciera y afirmó a viva voz que el niño era de la otra mujer. Al instante, el sabio rey pudo saber que ésta mujer que estaba dispuesta a sacrificarse e implorar por el niño, era la verdadera madre de la criatura y le fue otorgada de inmediato la custodia del pequeño.
Esposas y madres fieles a Dios y la familia
La mujeres conversas, miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, reconocen el papel que como madres poseen en este tiempo. Las mujeres mormonas se preparan para ser esposas y madres abnegadas. Saben que sus hijos son hijos e hijas espirituales de Dios y desean cumplir con la sagrada responsabilidad de proveer de amor, capacitación y felicidad a sus hijos, criándolos en la verdad del Evangelio Restaurado y con el firme objetivo de volver con ellos a la santa presencia del Padre Celestial.
El proceso de una mujer santo de los últimos días en La Iglesia se observa desde la organización de la Primaria (niños de 0 a 12 años) y continúa en las Mujeres Jóvenes (jóvenes de 12 a 18 años de edad), pasando luego a la Sociedad de Socorro que congrega a las mujeres de 18 años en adelante en un gran concilio de amor fraternal y donde se fortalecen los principios y doctrinas necesarios para progresar temporal y espiritualmente hacia el logro de una familia eterna.
Todos los días para las madres
A pesar que el mundo determina un día especial para recordar el sacrificio, el amor y la atención esmerada de una madre, para los mormones cada día debe ser el tiempo de quienes están dispuestas a dar todo por sus hijos.
Tal y como lo ha dicho el élder Jeffrey R. Holland quien compartió un tributo a las madres en su mensaje “La maternidad: Una asociación eterna con Dios”: “A todas las madres en general, en el nombre del Señor les digo: ustedes son magníficas. Ustedes hacen una excelente labor. El solo hecho de que se les haya dado esa responsabilidad es evidencia eterna de la confianza que el Padre Celestial tiene en ustedes. Él las bendice y las bendecirá, aun… no, especialmente, en los días y las noches más difíciles. Confíen en Él. Confíen plenamente y para siempre. Y “sigan adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza”.
Reinaldo Mendoza
Periodista (Comunicador Social, mención Desarrollo Social), egresado de la Universidad Católica Cecilio Acosta en Venezuela. Magister en Teaching Higher Education, egresado de la Caribbean International University. Miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, donde sirve como Obispo del Barrio Unión, Estaca Los Sauces, Valencia-Venezuela.