Este mensaje del élder Dieter F. Uchtdorf nos recuerda el propósito esencial de la Iglesia: ser un lugar de sanación y transformación. Reflexionemos juntos sobre esta poderosa enseñanza.
La Iglesia: un taller para el alma
Imagina entrar a una sala de exhibición de autos. Cada vehículo luce impecable, sin un solo rasguño, y parece decir: “Soy perfecto tal como estoy”. Ahora, imagina entrar a un taller de reparación. Aquí, los vehículos llegan con abolladuras, problemas mecánicos y motores que necesitan un ajuste. Cada uno está ahí para ser reparado y salir fortalecido, listo para recorrer nuevos caminos.
El élder Dieter F. Uchtdorf nos enseña que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no es una sala de exhibición de espiritualidad, sino un taller donde las almas pueden sanar, reajustarse y ser renovadas.
“No vamos a la iglesia a esconder nuestros problemas, sino a sanarlos”, escribió en un emotivo mensaje.
¿Quién no necesita reparación?
En algún momento, todos enfrentamos desafíos, heridas espirituales o cargas emocionales que parecen demasiado pesadas de llevar. Sin embargo, la Iglesia no es un lugar para aparentar perfección. Como mencionó el élder Uchtdorf, todos necesitamos reparación, mantenimiento y reajuste.
El Salvador mismo invitó a los quebrantados a venir a Él:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
En la Iglesia encontramos esa invitación constante. En lugar de sentirnos juzgados, podemos experimentar el poder transformador de la Expiación.
Ser genuinos en nuestra fe
El élder Uchtdorf advirtió contra el “discipulado artificial”, que no solo nos aleja de ser auténticos, sino que también nos impide experimentar el cambio real que Jesucristo ofrece. En palabras suyas:
“La Iglesia del Salvador es un lugar de sanación, no de desesperación, juicio o pesar”.
Cuando dejamos de lado las apariencias, abrimos espacio para que el Evangelio del Salvador actúe en nuestra vida de manera genuina. Nos convertimos en instrumentos de luz y verdad, no porque seamos perfectos, sino porque permitimos que Su amor nos transforme.
Una invitación a todos
Asistir a la Iglesia no significa tener una vida impecable, libre de desafíos. Al contrario, es un lugar donde reconocemos nuestras luchas, donde nos apoyamos mutuamente y donde permitimos que el Salvador sane nuestras heridas.
Como comunidad de fe, podemos ser como ese taller donde cada persona recibe ayuda personalizada, con amor y paciencia, para seguir avanzando en el camino del discipulado.
¿Estás listo para entrar al taller del Maestro? Él está esperando para ayudarte a ser la mejor versión de ti mismo, con Su luz como guía. La Iglesia no es un museo de santos, sino un hospital para pecadores. Ven tal como eres, y permite que Su gracia te renueve.
Hoy y siempre, la invitación está abierta. ¡No esperes a ser perfecto para acercarte al Salvador! Ven a la Iglesia y deja que tu alma sea reparada, ajustada y fortalecida.