Pasé mis años de formación en la “zona bíblica”, ese área en el sur, donde hay más iglesias que supermercados y escuelas combinados.Recuerdo a mis buenas vecinas. Eran el tipo de mujeres que hornean su propio pan, cosían los vestidos de domingo de sus hijas, y siempre tenían galletas esperándonos cuando llegábamos para visitar. Parecían hacerlo todo y ellaslo hacían con una sonrisa y una cálida bienvenida cristiana. Sus jardines eran preciosos, y sus casas estaban limpias.Para mí,ellas eran perfectas. Ahora que soy adulta me doy cuenta de que estas damas no eran perfectas. Pero seguro que establecen un gran ejemplo para mí.Y miroalrededor de mi vecindario y veo muchas señoras que son exactamente iguales. Lo tienen todo arreglado, y están altamente involucradas en muchas causas. Parecen hacer todo con gracia y sin un rastro de sudor en su frente. Alimentan al hambriento, visten al desnudo, y ayudan a los enfermos.Yestoy muy lejos de ser así de buena. Lo más gracioso de la vida es que cuando vemos a otros estamos viendo lo mejor de ellos. Tenemos una buena vista para el talento en los demás. Somos benevolentes y disimulamos los puntos débiles de nuestros amigos y los amamos de todos modos. Pero yo le pregunto, ¿somos tan amables con nosotros mismos, sobre todo si tenemos que bajar la marcha?
Tengo dos vecinas maravillosas, una a cada lado de mí.Yestas dos mujeres son a ambas súper mujeres. ¡Ellas lo hacen todo! Pero en un giro irónico de los acontecimientos ambas se enfrentan a una cirugía de espalda en un futuro no muy lejano.Y séque están pasando un momento difícil porque van a tener que bajar la marcha, si es que aún no lo han hecho. Esta es una dura realidad de la vida. Cuando la enfermedad y las lesiones nos obligan a cambiar nuestros hábitos diarios, sé que personalmente me ha costado mucho ir más lento.Puedo hacerlo por un día, pero luego empiezo a moverme de nuevo antes de tiempo y me encuentro con recaídas y tomándome el doble de tiempo para regresar a la normalidad. Dieter F. Uchtdorf (un líder de la Iglesia SUD de alto rango) nos ha aconsejado:
Hermanos y hermanas, nos haría bien aminorar un poco el ritmo, marchar a la velocidad óptima de nuestras circunstancias, centrarnos en lo relevante, elevar la mirada y ver realmente las cosas que más importan. Seamos conscientes de los preceptos fundamentales que nuestro Padre Celestial ha dado a Sus hijos que establecerán el cimiento de una vida mortal rica y fructífera, con las promesas de la felicidad eterna. Nos enseñarán a hacer “todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que [corramos] más aprisa de lo que [las] fuerzas [nos] permiten, sino que conviene que sea[mos] diligente[s], para que así gane[mos] el galardón”.
Hermanos y hermanas, el hacer con diligencia las cosas que más importan nos llevará al Salvador del mundo. Es por eso que “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo… para que [sepamos] a qué fuente… acudir para la remisión de [nuestros] pecados”. En la complejidad, la confusión y la premura de la vida moderna, éste es el “camino más excelente”.
Hermanos y hermanas, tenemos gran razón para alegrarnos. Si la vida y su ritmo apresurado y las muchas tensiones han hecho que les sea difícil sentir gozo, entonces quizás ahora sea un buen momento para volver a centrarse en lo que más importa.
La fortaleza no proviene de la actividad agitada, sino de estar establecido sobre un firme cimiento de verdad y luz; proviene de centrar nuestra atención y nuestros esfuerzos en los aspectos básicos del evangelio restaurado de Jesucristo; proviene de prestar atención a las cosas divinas que más importan.
Simplifiquemos un poco nuestra vida. Hagamos los cambios necesarios para volver a centrar nuestra vida en la sublime belleza del camino sencillo y humilde del discipulado cristiano, el camino que siempre conduce a una vida con significado, alegría y paz.
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Vivir una vida cristiana.
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Piénselo de esta manera, si no hubiera nadie enfermo o que resulte herido o en necesidad, ¿a quiénes serviríamos?Sé que es difícil ser quien necesite ayuda, quien tenga que aminorar la marcha. Pero si somos pacientes con nosotros mismos encontraremos grandes bendiciones en esos tiempos de desaceleración.
Cuando estaba en la universidad me dio mononucleosis infecciosa.¡Pensé que me estaba muriendo!Enlo que a mí respecta era el fin del mundo.Estuve en cama por 2 meses, y realmente luché con un agotamiento severo.Recuerdo estar allí tendida en la cama sintiendo lástima por mí misma, orando por consuelo.Yun día, cuando por fin había llegado a estar lo suficientemente tranquila por dentro, empecé a escuchar la respuesta del Salvador. Tuvimos conversaciones. Él es ingenioso y maravilloso.Cuandohablé con Él y escuché Sus respuestas con la mayor claridad que he tenido en mi vida, Él me consoló. Se convirtió en un preciado momento.Yoya no estaba simplemente enferma en la cama, sino que yo estaba con mi Salvador. Fue durante ese tiempo que me di cuenta de cuán a menudo Él habla y no lo escuchamos porque estamos demasiado llenos del ruido del mundo.
Estoy tan agradecida de haber tenido esa enfermedad. Es gracioso decirlo de esa manera, pero es la verdad. Si yo nunca me hubiera visto obligada a aminorar la marcha, nunca habría llegado a tener esa maravillosa experiencia con mi Salvador.Pido a Dios que cuando cada uno de nosotros atravesemos nuestros propios desafíos, que nos acordemos de ser amables con nosotros mismos. Que nosotros mismos nos demos el tiempo que necesitamos para sanar y no nos obliguemos a nosotros mismos a seguir adelante. Tomando esos tiempos para ser más tranquilos interiormente conduce a grandes bendiciones.Y sé que el Señor pone esos tiempos en nuestras vidas para que podamos acercarnos a Él.