En 1979, Leang y Saroeun Eav huyeron de Camboya con el corazón destrozado y dos pequeños hijos en brazos. Sobrevivieron al terror del régimen de los Jemeres Rojos, que causó la muerte de casi dos millones de personas.
Lo que comenzó como una fuga desesperada entre arrozales y campos de trabajo forzado, hoy ha dado paso a una historia de redención, fe y milagro.
Cuarenta y seis años después, sus nietos han vuelto a ese mismo país. No como refugiados, sino como misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

5 primos sirviendo en el mismo país
Ethan Nielsen, Alain Eav, Anthony Eav y Jaden Grunkemeier, cuatro primos de Utah, son los nietos mayores de los Eav. Y todos sirven juntos como misioneros en la tierra de sus abuelos.

Una quinta nieta, la hermana Arleigh Eav, partirá hacia Camboya este agosto, completando un círculo de fe que nadie habría imaginado posible.

Para Leang y Saroeun, esto es un sueño sagrado hecho realidad.
“Nunca habríamos imaginado que volverían como mensajeros de Jesucristo”, dicen con lágrimas en los ojos.
Cada bicicleta que sus nietos pedalean, cada sonrisa camboyana que reciben, les recuerda que su historia no fue en vano.
“Oré sin conocer a Dios”
Saroeun nació en 1952, en una familia humilde de granjeros. Conoció a Leang, un joven maestro, y formaron una familia llena de amor… hasta que la guerra llegó. El 17 de abril de 1975, todo cambió: la ciudad fue dividida en dos grupos; los educados fueron ejecutados, y los demás enviados a campos de trabajo.
Saroeun relató:
“Oraba todo el tiempo, aunque no sabía a quién. Pedía al ser más poderoso del universo que protegiera a mi familia”.
A pesar del hambre, el terror y la muerte, ellos resistieron.
En 1979, durante una noche silenciosa y tensa, decidieron huir. Caminaron descalzos por la selva con sus hijos amarrados a un palo de bambú. Lograron llegar a Tailandia, donde encontraron refugio. Luego, con la ayuda de una familia Santo de los Últimos Días en Washington, emigraron a Estados Unidos.
De refugiados a discípulos
En 1981, llegaron a América. En medio de un nuevo idioma, nuevas costumbres y nuevos miedos (confundieron los fuegos artificiales del 4 de julio con disparos), encontraron también una nueva esperanza: el Evangelio restaurado.
Leang y Saroeun se unieron a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y fueron sellados como familia eterna en el Templo de Seattle en 1984. Trabajaron duro, criaron cuatro hijos, todos graduados de BYU, y construyeron una nueva vida de fe.

Una herencia de esperanza
Hoy, sus nietos han tomado esa herencia de fe y la están sembrando en el mismo suelo donde sus abuelos casi perdieron todo.
Ethan Nielsen, el primero en enviar sus papeles misionales, dijo que tenía una “pequeña esperanza” de ser llamado a Camboya. Pero no lo esperaba realmente. Sin embargo, en abril de 2023, la familia entera —25 personas— viajó por primera vez de regreso a Camboya. Fue una experiencia profundamente espiritual. Poco después, llegaron los llamamientos misionales.
Ahora, cinco nietos caminan por las ciudades, saludan en khmer, enseñan con el corazón lleno de luz y reemplazan las memorias del horror con mensajes de paz y esperanza en Jesucristo.

El círculo se ha cerrado… y el Evangelio lo hizo posible
“Dios guió nuestra salida de Camboya. Ahora guía a nuestros nietos de regreso”, dice Saroeun. “Él nunca nos abandonó. Jesús estuvo con nosotros incluso cuando no sabíamos Su nombre”.
La historia de la familia Eav es un testimonio viviente de que el dolor más profundo puede transformarse en propósito eterno. Y que la fe, cuando se transmite de generación en generación, puede sanar incluso las heridas más antiguas.
Fuente: Church News
Hermosa historia de fé y lucha
Muy inspiradora