He redactado y vuelto a redactar esta publicación. Tengo varios pensamientos a medida que se acerca la Pascua: pensamientos de gracia, gratitud, amor y esperanza. Cada vez que me he sentado a redactar, ninguno de esos pensamientos se proyectó en la página. Podría hacer que aparezcan en la página, y lo hice, pero cuando empecé este tema, hice que todo se alineara.
Esta es una publicación sobre por qué adoctrinamos nuestros hijos. Realmente los adoctrinamos y adrede. No me importa que la gente lo llame adoctrinamiento. Quiero que la doctrina este allí. Nosotros planeamos específicamente para enseñar a nuestros hijos nuestra religión. Tratamos de leer las Escrituras con ellos diariamente. Compartimos historias de nuestros antepasados que vivieron la religión. Vamos a la iglesia todas las semanas. Oramos. Hablamos de Jesús cuando estamos caminando, acampando, yendo de compras o cocinando. Han oído tanto que hasta ellos lo hablan. He oído sobre juegos de imaginación que contienen relatos de las Escrituras. Cantan himnos espontáneamente. Juegan haciendo bautismos en la bañera. Ha habido imágenes de Jesús, y un niño con creatividad hizo un nacimiento de Jesús con palitos de pan (¿Te los comes?).
Enseñamos normas elevadas relacionadas con nuestra religión. Enseñamos los principios que yacen detrás de las normas. No tenemos citas hasta que tenemos dieciséis, mis hijas mayores fueron bendecidas por cumplir esa norma y por establecer ese ejemplo. Esperamos hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales. No bebemos, fumamos, ni utilizamos drogas. Nos vestimos con modestia. Tomamos en cuenta lo que oyen y ven. El domingo significa centrarse en Jesús, y no jugar fútbol ni ir de compras. Tratamos de ser amables y servir a quienes nos rodean. Llevamos a la gente la cena, talamos árboles y cortamos malezas. Así fue como mi marido y yo vivíamos cuando éramos jóvenes. Les enseñamos a nuestros hijos porque es así como nosotros somos. Incluso si nunca hemos dicho una palabra sobre nuestra fe, es necesario que la vivamos.
¿Por qué hacer todo este esfuerzo? No es fácil. No nos hace diferentes.
Creemos que es verdad. Amamos en realidad a Jesús. Y sabemos que si tratamos de mantener estas normas nos traerán un gran sentimiento de libertad. Queremos que nuestros hijos sientan esa libertad, así que los adoctrinamos.
El enseñar un ideal es un desafío. Nosotros, como padres, somos muy imperfectos y nuestros hijos se han dado cuenta de eso. No sugerimos que nuestros hijos sean como nosotros, sino como Jesús. Él es perfecto. Hay un ejemplo que pueden seguir.
El enseñar ideales puede ser difícil. Frecuentemente, mientras enseño un ideal me acuerdo de lo lejos que estoy de ese ideal. Cuanto más importante sea el ideal, más profundo es la dificultad. Por ejemplo, cuando enseñamos sobre algo tan importante como la familia, todos podemos sentir lo lejos que estamos del ideal de ser una familia amorosa. Sin embargo, sin el ideal, sin la norma, todos nos desviamos.
Las normas son como anclas. Limitan el movimiento. En realidad, existen tensiones y pruebas. Sin un ancla somos dejados a la corriente y los vientos. Las anclas son las más importantes durante una tormenta. Generalmente, un buque lleva su ancla principal en la proa de la embarcación.
Las normas son como las cuerdas de una cometa voladora. Podemos ver claramente cómo la cuerda nos refrena y limita la altura de la cometa o hacia dónde va. Hace tensión en vez de hacer que un viaje por el mar sea fácil. Sin embargo ¿Qué ocurriría si la cuerda de la cometa se rompe? Vuela libremente, por un breve tiempo, luego cae.
La libertad siempre requiere disciplina y conocimiento. Es mucho más fácil criar a un niño en base al principio de la libertad que recuperarlos después cuando han caído en la adicción o en decisiones muy importantes. Es mucho más fácil conducirlos hasta la adultez con ideales, normas y reglas y luego dejarles que tomen sus propias decisiones. Ellos no pueden decidir libremente cuando están jóvenes, cuando están rodeados por voces y opiniones que se repiten, y tienen muy poca sabiduría o madurez para tomar sus propias normas. Tratamos de dar a nuestros hijos un conocimiento de las normas y una tradición familiar de obediencia para que así sean libres de decidir por sí mismos.
No permitimos que los niños decidan lo que comen cuando los llevamos al supermercado y darles rienda suelta. ¿Qué decidirían? ¿Se imaginan aprender a ser saludable a través este método? ¿Aprenderían a ser moderados? ¿Aprenderían siquiera a dejar el pasillo de los dulces?
Dentro de todo este tema de por qué adoctrino. Dentro de todo este tema de las normas, no quiero pasar por alto la parte más importante de lo que enseño a mis hijos: mi entendimiento de la gracia. Todas estas normas y toda esta obediencia no brindan la salvación. No llegamos al cielo si no somos lo suficientemente obedientes. No es una situación donde uno aprueba o se reprueba un examen con la posibilidad de tener un crédito más. Se trata del cielo y es sólo para personas que pueden ser perfectamente amorosas. No lo somos ninguno, no importa cuántas veces hayamos leído nuestras Escrituras, o cuán capaces seamos de decir que no.
Tenemos a nuestros hijos haciendo las tareas, pero eso no paga la hipoteca. ¿Cómo podrían nuestras obras otorgarnos una recompensa mucho mayor? Sólo Cristo. Sólo su sacrificio. Sólo Su vida, muerte y resurrección.
En mi experiencia, la obediencia no nos da el cielo, pero sí aumenta nuestro deseo de estar allí. Aumenta mi deseo de recibir el cielo. La obediencia también me recuerda constantemente todo lo que me falta y cuán plenamente necesito a Jesús.
Así que esta semana, hablaremos de Jesús, escucharemos más himnos, leeremos más las Escrituras e iremos a la iglesia, incluso durante el tiempo de “estudio”. Adoctrinaremos a nuestros hijos porque los amamos. Lo haremos ya que lo hacemos sin siquiera intentarlo. Adoctrinamos a nuestros hijos porque queremos que sean libres.