Junio es quizás uno de mis meses favoritos. No, no es porque el año escolar casi termina (¡hurra!). Me encanta el hecho de que podemos celebrar a los padres en su día. A diferencia de muchos en este mundo loco, yo he crecido rodeada de padres buenos y rectos. El mío siempre ha sido un hombre dulce, lento para airarse y pronto para amar. Me ha enseñado mucho e incluso ahora nos deleitamos en aprender juntos algo nuevo.
Cuando me casé fui bendecida con otro padre, el padre de mi esposo. Él también es un hombre bueno y dulce, siempre dedicado a servir a otros, un rasgo que ha transmitido a sus hijos. Siempre que lo veo recibo de él un abrazo y un beso y escucho un “te quiero” de sus labios.
Y luego está mi esposo. Comparte conmigo cinco hermosos hijos, y me maravillo del hombre extraordinario que es, y de cómo me cuida a mí y a sus pequeñitos. Tiene dos agotadores trabajos para que yo pueda quedarme en casa con los niños, y también sirve como un obispo mormón (líder en nuestra Iglesia local). Aun con estas actividades que requieren mucho tiempo, lo he visto ir mas allá de su agotamiento para leerle un libro a uno de nuestros hijos, escuchar los problemas de otro, o ayudar a algún otro a decir sus oraciones. Con todos estos asombrosos ejemplos en mi vida, no es difícil para mí compenetrarme con cierto padre del cual leemos en el Libro de Mormón-otro testamento de Jesucristo. Estoy hablando en particular de Alma.
Alma desperdició gran parte de su vida viviendo en maldad. El rey de la tierra donde vivía se deleitaba en el pecado, animando a todos bajo su reino a hacer lo mismo. Alma era un sacerdote en la corte del rey, una posición elevada y respetada.
Algo sucedió que ayudó a Alma a alejar su vida del pecado: un hombre llamado Abinadí. El era un profeta de Dios que vino a su tierra con un mensaje. Las personas necesitaban arrepentirse, o perecerían. Abinadí perdió su vida por traer este mensaje a las personas, pero no fue en vano. Alma creyó en sus palabras, y comenzó a predicar, ayudando a muchos de los súbditos del rey a volver a los caminos de Dios.
La vida de Alma cambió para siempre. Se convirtió en líder espiritual en la Iglesia del Señor, pero había un asunto importante que preocupaba su mente. Su hijo, también llamado Alma (conocido también como Alma hijo), era un joven malvado. Alma hijo rechazó las creencias de su padre y trabajó diligentemente para alejar de la Iglesia del Señor a todos los que pudiera.
Tal vez Alma vio mucho de su anterior condición en su hijo. Quizás sabia, más de lo que Alma hijo podría jamás imaginar, del precio que se paga por cada pecado. Una cosa sí sabemos. Alma nunca se dio por vencido con su hijo. Por causa de esto, un milagro ocurrió.
Mientras Alma hijo viajaba con algunos de sus amigos, un ángel se les apareció.
“Y dijo además el ángel: He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad” (Mosíah 24:14, cursiva agregada)
Alma amaba a su hijo, a pesar de las cosas malvadas que éste había hecho. Nunca había dejado de orar por su hijo descarriado.
Algunos de ustedes leyendo este artículo puede que tengan un hijo, una hija, un buen amigo, o juventud preciada a la cual enseñan, que ha perdido su camino. Si hay algo que podemos aprender del ejemplo de Alma es que siempre hay esperanza. Estas almas perdidas puede que no sean visitadas por ángeles. Sin embargo, se les dará la oportunidad de arrepentirse y regresar al Señor.
Estoy segura que Alma hijo creció rodeado de padres buenos y rectos. Sin embargo, él tenía su propio albedrío y recibió la oportunidad de elegir su propio camino. Así como yo. Así como todos. Si usted, tal y como este joven, ha escogido un camino difícil y ahora se encuentra deseando regresar, recuerde esto: en su vida probablemente hay muchos padres-así como madres, maestros, amigos, hermanos, etc.- que oran por usted cada día. Que milagro, la fe de un padre.
Por Laurie Walker el 3 de junio de 2008.