Las sorpresas del pequeño mundo SUD (Parte 1)

mundo sud

El dicho de que “el mundo es un pañuelo” cobra especial sentido dentro de los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. A pesar de ser más de 15 millones de mormones alrededor del mundo, Nefi dijo que seríamos pocos en los últimos días y así es si lo comparamos con los 6 mil millones de habitantes en el mundo.

Todos se conocen

Ya que somos un grupo reducido y con una cultura tan fuertemente arraigada, es propio de nosotros que sepamos de otros miembros de la Iglesia que no conocemos en realidad o que conozcamos a alguien que conoce a otro mormón que no conocemos. Quizás la “teoría de los 6 grados de separación” tiene menos grados entre los mormones. En otras palabras, si tú hablas con otro SUD es muy probable que sepas quién es o que conozcas a alguien que sabe quién es, y por el otro lado también, es decir, que él te conozca o que conozca a alguien que te conoce.

Las actividades que realizamos dentro de nuestra vida en la Iglesia facilitan estas situaciones. Seminario, Instituto, Conferencias de JAS, la misión, llamamientos de liderazgo, la asistencia al templo, eventos masivos como la celebración cultural por la dedicación de un templo, etc., son instancias especiales para conocer muchas personas y donde generalmente te encuentras con sorpresas. Estas sorpresas son una de las felices bendiciones de ser miembro de la Iglesia.

El año pasado tuve una de esas sorpresas.

Con Alejandro viajando a Concepción.

Con Alejandro viajando a Concepción. | Gentileza de Alejandro Cifuentes.

Una inesperada sorpresa

Soy de la ciudad de Concepción, Chile, pero los últimos 4 años los pasé en la capital, Santiago debido a mis estudios. Santiago es una ciudad grande de unos 6 millones de habitantes y vivir ahí tiene todas las bondades y problemas que vienen con vivir en una urbe como esta. Además, en una ciudad con más de 30 estacas organizadas y 3 institutos de religión uno se podría sentir tan pequeño que obviaría la posibilidad de encontrarse con alguien conocido.

Luego de un tiempo estudiando allá y sin tener mucho éxito en lo laboral, por fin encontré un buen trabajo que me permitía tener tranquilidad financiera para continuar con mis estudios. Fui contratado como instructor del CCM de Santiago de Chile.

Junto con ser mi fuente de ingresos, el CCM fue una bendición en muchos aspectos y me permitieron mantenerme elevado espiritualmente y ayudar a otros jóvenes y señoritas que comenzaban su aventura misional, teniendo la oportunidad de enseñar de la experiencia con la que el Señor me había bendecido en mi propia misión en Uruguay. Además el ambiente laboral era favorable para hacer buenos amigos entre los compañeros de trabajo.

Gracias a que ahora tenía una fuente de ingresos estable, podía viajar algunos fines de semana a visitar a mi familia en Concepción. Un día comenté en la sala de maestros que viajaría unos días al sur y uno de mis compañeros, Alejandro, me mencionó que no conocía Concepción y que le gustaría un día viajar para allá. Obvimente, le dije que si quería podía acompañarme y que sería un placer para mi y mi familia recibirlo en nuestra casa.

Ese mismo fin de semana se hizo efectiva la invitación.

Luego de un poco más de 6 horas de viaje llegamos Concepción. De madrugada y bajo una suave pero densa llovizna, guiados por la luz del alumbrado público, caminamos con nuestros bolsos hasta la casa de mi familia. Allí nos mi papá mientras el resto aún dormía.

-¿Alejandro cuánto te llamas? –preguntó mi papá cuando le presenté a mi invitado.

-Cifuentes –respondió mi amigo.

-Cifuentes… el misionero que me bautizó era Cifuentes, pero él era de San Bernardo.

-Bueno, vivo en San Bernardo también.

-¿En serio? ¡Mira que bien! pero el misionero que me bautizó ya no vive en San Bernardo, se fue a Argentina.

-Ehhh, bueno, la verdad es que mis papás y mis hermanos viven en Argentina y yo me vine a Chile.

Ya era demasiada la coincidencia a esa altura, la cara de mi papá ya no era de una sonrisa de bienvenida, sino de asombro, casi de susto.

-¿Cómo se llama tu papá? El misionero que me bautizó se llama Víctor Cifuentes.

-Jajaja, mi papá se llama Víctor Cifuentes también.

Ya no cabía duda de que Alejandro era el hijo del misionero que bautizó a mi papá, pero mi papá aún no estaba convencido. Fue a buscar un álbum de fotos, el de su sellamiento, donde guarda una foto tomada ese día en los jardines del Templo de Santiago con su misionero.

Como era de esperar, Alejandro reconoció a su papá en la foto y, finalmente, mi papá se convención de la sorpresa que se nos presentaba.

30 años después

Hace 3 décadas atrás, el élder Cifuentes junto a su compañero ayudaron a una señora en un bus que había sufrido un accidente y la llevaron a su casa. En esa casa conocieron a uno de los hijos de esa señora, un joven flaco y revoltoso de 14 años llamado César Inostroza. Este joven aceptaría el evangelio y le pediría al mismo élder Cifuentes que lo llevara a las aguas bautismales.

El jóven César sirvió una misión en Argentina y, al volver, se casó con mi mamá, Silvia, en el Templo de Santiago. A su sellamiento asistió Víctor Cifuentes y esa fue la última vez que lo vió. Nunca se iba a imaginar que, por esas casualidades de la vida, sin premeditación alguna, el hijo del élder Cifuentes llegaréa a su casa un día cualquiera antes de madrugada casi 30 años después.

Mi papá despertó a mi mamá y hermanos para contarles de la novedad, “mira, él es Alejandro Cifuentes, el hijo del misionero que me bautizó”.

Alejandro junto a nuestra familia antes de partir. (De izq. a der., mi mamá, mis hermanos Daniel y William, Alejandro, mi papá, y yo.

Alejandro junto a nuestra familia antes de partir. (De izq. a der., mi mamá, mis hermanos Daniel y William, Alejandro, mi papá, y yo.

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