No recuerdo cuando supe que la Iglesia Mormona era verdadera, pero lo supe. Para mí, no hubo ningún solo momento definitivo cuando la veracidad del evangelio se me hizo saber. Quizás, el testimonio de mis padres se me pegó. Quizás, esto fue porque tuve una niñez muy feliz y mucha de mi niñez está atada a ser un miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Quizás, vi las bendiciones que llegaron al vivir el evangelio y eso me convenció de la veracidad del evangelio. Tal vez, fue un número de cosas diferentes. Lo que haya sido, lo supe. Sólo que no sé como lo supe. Pero déjenme empezar por el principio. Nací y fui criada en una familia mormona fuerte. Al crecer, hice todas las cosas que los niños mormones hacen. Asistí a la Iglesia cada domingo con mi familia, activa en la Primaria y en el programa de las Mujeres Jóvenes en las oportunidades apropiadas. Asistí y me gradué de Brigham Young University-Hawaii. Mi vida en este punto probablemente era muy típica de los muchos otros niños mormones y adultos jóvenes. Era una vida muy buena sin mayores cambios y giros. De ninguna manera era perfecta. Tomé ciertas decisiones malas pero nada que alterará mi vida drásticamente, me arrepentía inmediatamente y regresaba al camino.
Como muchas otras mujeres jóvenes de mi edad en la Iglesia Mormona, tuve sueños y planes de casarme en el Templo con un misionero retornado. Hasta tenía una lista de las cosas que deseaba en mi futuro compañero, la que conservaba en mi diario. Estaba viviendo la vida que había planeado para mí misma. Entonces conocí al hombre quien llegó a ser mi esposo. Tenía todos los requisitos que estaban en mi lista, excepto una cosa – aunque él creía y adoraba a Dios, él no era un miembro de la Iglesia. De hecho, era un miembro muy activo de la iglesia a la que asistía en ese entonces.
Para no hacer larga la historia, nos enamoramos y casamos al año y medio de habernos conocido. Innecesario de decir, no fue en el templo como había planeado. Nuestra vida juntos era maravillosa. Éramos muy felices juntos. Era y es un gran esposo y padre. Nuestro hogar estaba lleno de amor, pero, de alguna manera algo estaba faltando y yo sabía qué era. Ya que mi esposo no era miembro, yo estaba siendo menos y menos activa a pesar de que todavía tenía un testimonio del Evangelio en mi corazón. No estaba inactiva a causa de haber perdido mi fe. Todavía creía firmemente en la veracidad del Evangelio. Sólo que era más fácil no asistir dado que probablemente tenía que ir por mi misma. Porque no estaba asistiendo a la Iglesia regularmente, significaba que no estaba participando del Sacramento y renovando mis convenios semanalmente. También visitábamos otras iglesias en este tiempo. A pesar que disfrutaba la ceremonia en algunas y el programa elaborado en otras, simplemente no sentí el Espíritu.
Fue durante este período en mi vida que yo llegué a convertirme a la Iglesia de Jesucristo completa y totalmente. Es casi como si hubiera tenido que perder las bendiciones del Evangelio en mi vida para poder ser completamente convertida al Evangelio. Debido a que ya no participé totalmente de las bendiciones, mi corazón y alma tenían hambre de lo que recordaba, de que sabía que esperaba por mí cuando escogiera participar de ello otra vez. Fue en este punto que el verdadero significado de estar convertida a Cristo y a la veracidad de la Iglesia llegó a ser más que sólo palabras para mí. Una persona que está verdaderamente convertida tiene que vivir esa convicción plena y completamente cada día. La verdadera conversión trae con ella ciertas obligaciones tal como renovar los convenios, el servicio a Dios y a otros, participación activa en el Evangelio y mucho más. Con esta comprensión vino la siguiente – tenía que regresar. Ahora sé como se sentía el no tener esas bendiciones en mi vida y deseé regresar a casa – a la Iglesia. Oré y ayuné como si nunca lo hubiera hecho antes en mi vida. Le pedí al Señor Su ayuda para mí y para mi esposo. Le pedí que preparara un camino para que mi esposo aceptara el evangelio.
El Señor escuchó mis oraciones y las oraciones de todos aquellos quienes oraron por nosotros. Él preparó un camino y mi esposo aceptó el evangelio y fue bautizado. El día que mi esposo fue bautizado fue una ocasión alegre, únicamente siendo desplazado por el día que fuimos sellados en el templo un año después. Esos días vivirán para siempre en mi corazón.
Mirando atrás, puedo honestamente decir que estoy agradecida por mis desafíos. Creo que si no hubiera tenido esta experiencia, mi testimonio y conversión no serían tan firmes o tan satisfactorios. También me ayudó para prepararme en otras cosas que el Señor tenía guardadas para mí después, más tarde en mi vida. Ahora, mi esposo y yo continuamos disfrutando de estupendas bendiciones cuando caminamos mano a mano en el Evangelio. Siempre hemos sido bendecidos con amor en nuestra relación desde el mero principio y ahora sabemos que estaremos juntos como una familia para siempre. Cuando yo caminé en la Iglesia ese primer domingo después que mi esposo fue bautizado, sentí que una sensación de paz y gozo llegaron hacía mí. ¡Yo sabía que estaba finalmente en casa para permanecer!
Por Moira Tyrell el 12 de diciembre de 2007.